El otro día he comenzado a tener
por prescripción médica una sesiones de kinesioterapia, yo, que nunca he creído
en esas cosas y que nunca he querido hacer un hueco en mi ajetreada y absurda
agenda para asistir a sesiones de semejante cosa. ¡Todos los horarios me vienen
mal! A mi edad y con estos pelos cómo ponerse en manos de alguien. Bien, una
vez convencida y agarrotada por todas las estructuras de mi maltrecho cuerpo,
convencida digo de que no se puede vivir con las vértebras quebradas, las
lumbares herniadas y la cabeza maltratada a dolor, víctima de mi profesión de escritora, pues
bien, convencida de mi misma también, me decidí a tener una entrevista con
estos magos de la estructura ósea y fíbrica.
El día llegó y sinceramente no
sabía muy bien cómo hacer ¡qué ponerse ante un evento así! ¿Hay que quedarse en
bolas? No, por Dios, eso nunca, me moriría de la vergüenza. Yo ya estoy mayor
para estos trotes. De jovencita me desnudaba delante de cualquiera sin conceder
a semejante acción ninguna importancia, ahora no lo haría ni a tiros. Es que la
inocencia me la han machacado y ahora ya soy madura. La inseguridad es algo que
aunque las apariencias engañen surge en la vida en las temporadas de crisis,
aunque seas Miss Mundo.
Pensé acudir y
sorprender…¡pobre de mi!
-Bueno,
entonces me pondré algo sencillito, cómodo, común…¡pero cómo va a manipular mis
vertebrillas con esta camiseta con roto que llevo! No, lo mejor es llevar
leotardos, no, pantalones elásticos…ufff ¿y si me huelen los pies? Yo no quiero
quedarme en ropa interior….ahí va si tengo las piernas lobo plagadas de pelos,
y además tengo bigote porque claro con tanto trabajo como tengo este mes, nada,
no ha habido el tironcillo, me salen pelos también por las ingles, y tengo unas
lechugillas en las axilas que para qué…no puedo ir a ese fisioterapeuta con
estos pelos y estas pintas, a ver mírate en el espejo…¡Para qué lo has hecho
hija! Tu piel está amarillenta porque el bronceado se ha marchado arrebatándote
ese aspecto de piel sana que tienes los veranos que tomas el sol, pero ahora tu
piel ya no lo está, no está sana, tienes la piel como enfermiza lo que no es de
extrañar si tenemos en cuenta que estamos en invierno y te da muy poquito, pero
que muy poquito el aire, ¡tanto trabajó pa poé comé! ¡queda media hora para la
cita! A ver…sí, por fin, leotardos como normales, como si los llevara toda la
vida y camiseta, eso…¿y si te dice que te quedes en ropa interior?
Osssstrassss! (Con resolución.) ¡Pues me afeito las piernas y todo lugar
donde haya pelos! Bueno, bueno, bueno, ahora me he hecho sangre ¡qué animal!,
si es que claro estas cuchillas que venden ahora son criminales y no tengo
tiempo de hacerme la cera y no puedo ir con estos pelos, ¡está claro!.
Me he hecho sangre ¡vaya cisco! Pues alcohol, para cortar las hemorragias,
alcohol aunque duela, cerrará las heridas. Si total…la vida está marcada por la
elección del alcohol para curarnos, así estamos siempre…yo como adulta lo digo
que se un huevo.
Maldito el día, hija ¡qué mas da si llevas
pelos!…¡No, no! Por favor con lo que has sido tu ¿cómo ponerte delante del kine
veinte años después oliendo a cebollas malcriadas y como un oso? De ninguna
manera. Si no me pide quitar los leotardos, estoy salvada, no se verá la sangre
y los arañazos de la cuchilla pero habré hecho el idiota al depilarme para
nada. El pelo, el pelo, tengo que lavarme el pelo, ese hombre estará cerca de
mi y tengo que oler bien. Hace mucho que no hay nadie cerca de mi, ahora
entiendo mi salvajismo y también mi felicidad.
Estas cosas
cotidianas rompen con la mecánica en la que estamos sumergidos día a día. No sé
si será eso o qué, lo cierto es que hace mucho tiempo que no me quedo en cueros
delante de nadie porque hace mucho que no voy ni siquiera al ginecólogo, lugar
de horror donde una pierde toda su dignidad. ¡Parece que lo consigo y aunque he
hecho sangrar mis celulíticas piernas con el raspado de la cuchilla parece que
el leotardo de lana negro absorbe bien las manchas de sangre, ¡menos mal! Por
lo menos ya no tengo pelos, una cosa menos, quince minutos…
Aparco, entro en el
centro de kinesioterapia donde no se sabe si los que están son deportistas
venidos a menos, lisiados, abuelos, menopáusicas como yo, artrósicas como yo e
histéricas (yo no). Se acerca un chico,
de aspecto joven, tipazo sensacional, pantalón marcando la frescura de los
elementos, bonita sonrisa, ojos azules y cabello rubio, bueno rubito, por
utilizar los diminutivos tan característicos de nuestra lengua, nosotros los
españoles que hablamos el español tan duro como un camionero …tiene esa
contradicción, de repente entre bordería y bordería, el diminutivo, pues bueno.
El rubito, me pide que pase a una pequeña habitación amarilla con una camilla y
un cuadro en blanco y negro con mariposas de color rojo. Puede usted quitarse
la ropa. (Sale.) Horror! cuánta ropa, hasta dónde? …Ejem, mejor no
pregunto nada y eso, que me quedo con los leotardos y la camiseta.
Supongo que todo es una
mala regulación de mi autoestima pero qué vamos a hacerle, de pronto, así es
una, se ve cuarentona acabada escondiendo el michelín recogiendo el maltrato de
estos últimos años de sedentarismo, de escritura inservible, de enfermedad, de anulación deportiva incluso
para verla por la tele, de la no ablución de agua, de no hacer el sport afición
cuanto menos cansada que no estoy dispuesta a practicar bajo ningún concepto
pero claro ahora, pasa factura y una se encuentra blanda, fláccida,
michelinosa, arrugada, envejecida, anquilosada…un desastre en consecuencia. Te
encuentras con un joven manipulador de grasas y articulaciones de esa talla y
me arrepiento bastante de no haber movido un músculo en diez años nada más que
para comer. Hoy en día como no hagas deporte y no ingieras cantidades
monstruosas de agua, no eres nadie. Te desprecian hasta por la televisión. Sí
señor. Por las mañanas en los programas especiales para crear el hipocondrismo
en la sociedad, no paran de repetir lo cerda que una es, que eres por que no
bebes mucha agua, porque te gustan las patatas fritas con mayonesa, porque
te gustan los bocadillos de calamares, las cervezas, los cigarrillos, la chistorra, los pimientos
de Padrón, las bravas, la ensaladilla, las croquetas…en fin todo lo que no
se debe hacer, porque te anula socialmente, te has quedado sin lugar en esa
masa de gente sana, que por lo visto no se van a morir nunca y cuyos análisis
de sangre son perfectos. La sociedad es sana, el mundo es sano, la tele también
lo es, ¡hay que beber mucha agua! Estúpidas modelos alardean de vida sana
cuando en realidad no comen…un mundo de sanos, de guapos, de eterna juventud:
una sociedad de inmortalidad.
Así es de triste el
asunto, cuando te han excluido tiránicamente y lo descubres esa mañana que
tienes que desnudarte delante de alguien que ni siquiera es médico y
explicarles tus dolencias de anciana precoz. Hay que tener buenos hábitos.
Una vez tumbada me
encuentro en esta posición habitualmente anodina mirando al techo, ese techo
delatador, extraño, aburrido. Cuando miramos el techo es que algo poco bueno
está pasando. Es de paneles cuadrados con dibujos jaspeados de aspecto triste.
El asomo de una gotera amarillenta nos recuerda que no es oro lo que reluce, yo miro el techo y lo
miro y lo miro. El mazas me pide delicadamente que le de una mano y comienza la
manipulación articular, después la otra… no sé bien dónde mirar, reina el
silencio ese que surge cuando no conoces a alguien, no sabes de qué hablar y
por ello te crea cierta tensión, tirantez también muscular. Ahora me pide que
me ponga boca abajo. Yo he analizado mis pies para ver si no llevo esta vez
tomates tal y como es frecuente en mi despiste y porqué no decirlo en la
conjunción estructural de mis uñas que rompen todos los calcetines, pantis y
leotardos que colocarse uno puede. ¡Respiro!...no llevo tomates, no tienen
pelotillas de la lana gastada y además creo que le puse desodorante por lo tanto
no apestan. Últimamente soy un desecho humano, perdido el glamour de los
treinta y tantos me hallo en la cuarentena buscando mi sitio y lugar en la
vida, haciéndome un hueco a codazos entre las guapas cuando ya no lo soy,
cuando ya lo mejor de mi será la inteligencia porque otra cosa…inteligencia si
tenemos, eso si. Ahora creo como recurso del manotazo del que se ahoga, que me
alegro de ser adulta y de la titulitis. Estoy boca abajo y creo que mi culo
tampoco es el que era, cartuchera en ristre hago el cambio hacia arriba otra
vez con una donosura atlética -diría yo- como la que lo hace a menudo en los
gimnasios sin pensar él –o a lo mejor lo sabe- que no muevo un músculo nada más
que para comer y escribir, acción que ya de por si me crea una rigidez de cuello
espantosa.
El chico es de una
amabilidad extrema, hace su trabajo sin importarle yo un carajo y hace bien
porque esa es su labor, solo es que yo como nunca tengo tiempo de mirarme en un
espejo al verme en una situación para mi tan íntima, para él de profesional
pues me vengo abajo como una quinceañera delante de su jefe de departamento del
instituto de bachillerato: con miedo y ninguna autoconfianza.
A nadie se le ocurre
comer tantas verduras como lo hago yo porque luego sucede que te ves con una
barriga horrorosa y con flatulencias no menos horrorosas también, y como
últimamente en mi exclusión social he vuelto a la niñez salvaje de la no
represión de mis instintos pues practico el pedo libre sola como estoy
la mayoría de las veces, pero claro al encontrarse en una situación así…con
gases, apretando la tripa para parecer escultural como esas que anuncian en las
farmacias…nada, que no somos nadie. Por más que encoja la tripa y no respire:
da igual, el michelín instalado, la cartuchera y la pera caída es un síntoma
claro de que uno crece, de que el tiempo pasa y pasa mal, y de que el jardín
del Edén ha tenido a bien tirarte a la cara sus frutos. Yo, que en mis tiempos
mataba hombres tan solo con la mirada y los tenía haciendo cola para salir
conmigo…Cambio el tono de voz por ser un poco más seductora pero observo con
decepción y tristeza que el kine mazas de tipazo y culo muy buen puesto, ni
siquiera se ha fijado en mí, mínimamente y le importo un bledo, él trabaja, es
un profesional y yo estoy haciendo el lelo con tanto surco de sangre en las
piernas, el apretar la tripa hasta la apnea y el parecer sensual: ya no lo soy.
Entonces una sale de aquel reducto de despiadado realismo de encuentro con la
verdad, transportada al hoy, bapuleada por el tiempo y la exclusión a patadas
del grupo de mujeres de rompe y rasga, eso sí, aliviada en cierto grado
del trajín articular y decepcionada con una misma al ver mi propio contexto.
Ahora respiro de verdad y no me importa, lo que me importa con sinceridad, es
no permanecer en nadie o no tener nada dentro, pero lo tengo, adentro de mi
árbol tengo mucho atesorado y eso me lo llevaré a la Eternidad. Todos
acabaremos más o menos decrépitos y puede que no seamos atractivos, pero
cuídese aquel/ella que no tenga nada dentro que llevarse, y que los hay, es un
hecho, y que son muchos, también. A pesar de todo, me quedo con la decrepitud,
mi cabeza desde luego y mi adentro. Buenas noches, buena suerte.
De Sin pies ni cabeza, 2009