Los españoles somos especiales y lo somos de verdad. Nos gusta dar la nota, ser diferentes, marcar huella, que se fijen en nosotros, hacer el torero y procurar españoladas a todo bicho viviente, a diestro y a siniestro. Aquí en Europa esto se sabe y por ello a los españoles que vivimos aquí nos hacen la pascua, quieren o pretenden eliminar de un plumazo las mauves habitudes que solemos tener, ejercen contra nosotros una suerte de venganza, se podría decir, sin temor alguno a equivocarse. Nos echan la bronca cada dos por tres, ejercen su educación disciplinaria, nos siguen mirando como a juerguistas cuyo país está de movida las veintricuatro horas del día. Sí, señor, la política es una cosa y lo social, otra, como también son diferentes las costumbres cotidianas, es decir los horarios, los hábitos.
Aquí por Europa son un poco marcialitos, hitlerianos en sus costumbres, osea que van como yo digo y que a mi colega Gautier tanta gracia le hace A piñón fijo. Hoy mismo sin ir más lejos me han “castigado” como a una niña pequeña –aquí hasta el Potorro te echa la brasa- porque he llegado 12 minutos tarde al dentista a pesar de haberlo avisado por un motivo grave. Tenía mi rendez-vous o cita desde septiembre, llegado el momento ha sido imposible llegar antes, nos han fastidiado dándonos otra cita para dentro de quince días haciéndonos un favor, y eso que yo soy el cliente y pago. No nos han atendido, claro. Supongo que estas cosas también suceden en España y supongo que a mi que soy la reina de la puntualidad también me he quedado asombrada en más de una ocasión por este mismo tema, pero lo peor no es llegar antes o después, lo peor, señor mío, es ver con qué despotismo te reciben y cómo te hablan ante semejante afrenta. Yo, que pensé no tener nunca que volver a la disciplina de las monjas pues ahora la tengo cada día, aquí en Francia. De pronto ves cómo la secretaria perfumada de Chanel hasta arriba, decide que ese es su territorio y por lo tanto decide igualmente que también es su día: el día de la venganza hacia los españoles. Estas cosas también se notan claramente en dos bandos: los que les caemos bien y los que nos odian por sistema, punto. A favor o en contra de los españoles. Y se nota un huevo. Broncazo hispánico, europeo, mundial diría yo, y de repente te ves como en el colegio pidiendo perdón –a una pedorra- cuando además te tienes que sacudir el parné. Claro si fuera al revés –con esta cara de imbécil- nunca hubiera sucedido esto y te tienes que aguantar con todo, porque ellos, están en su país y pueden exigir, a mi, que soy troskista y que me importa un bledo el sistema germánico, inquisitorio de conducta social que desempeñan nuestros colegas europeos. Así es, y cualquiera puede comprobar cómo vuelven a mirarte con repulsivo odio si a tu niño se le ocurre llorar o dar un chillido en el supermercado, mirada sucia, inquisitorial. Esto sucede mucho también en Austria, Bélgica... ¡Qué triste con lo bien que se está en España y lo que hablamos los unos con los otros! Aquí eso no sucede ni sucederá, son muy educados pero nada más. Creo que se me está contagiando. Horreur!
Es obvio que también tienen cosas buenas, pero hoy esto no toca.
Pero...y esto se lo digo a los políticos, resulta que a la hora de la verdad, cuando tienen que hacer algo verdaderamente cultural, inteligente y elevado se siguen olvidando de los españoles que por lo visto no tenemos nada que decir, o mejor dicho tenemos absolutamente todo que decir pero no les interesa que lo hagamos. Nos cuentan en las noticias lo que les da la gana, osea, mentiras. Y esto sucede porque no vamos con mano dura, vamos de tolilis simpáticos –yo la primera- de tolerantes, de complacientes, de respetuosos y con un talante seborreico que apesta.


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