lunes, 22 de marzo de 2010

Los emigrantes españoles: un recuerdo de nuestra Historia

El Señor de la Cierva acaba de dirigirse a los gobernadores civiles con instrucciones que contrarresten la emigración española a Panamá. El trágico espectáculo de la miseria de esos desventurados emigrantes, allí conducidos por la propaganda de los agentes que les pintan un mañana espléndido, justifica esa medida que, aun siendo plausible, no es todo lo completa que se necesita.

Más no es sólo en Panamá donde el emigrante español ve su dorado sueño convertido en triste realidad, acaso más dura de la que dejó en su patria. En muchos puntos de la América Latina, preferidos por los que quieren buscarse un porvenir con su labor y con su esfuerzo, ocurre desgraciadamente lo mismo. Y hasta en la República Argentina y en Buenos Aires, su capital, muchos españoles que fueron con los mejores propósitos, se encuentran inactivos y aún más desventurados que en España; porque sobre la propia desventura de la falta de recursos, sienten la de encontrarse lejos de su tierra, más amada quizá cuanto más ingrata, y más recordada cuanto más distante...

Precisamente hace pocos días, ABC daba cuenta en una carta que le dirigía un español residente en Buenos Aires, pintándole la desesperada situación de muchos compatriotas allí llegados con esperanzas que no pueden realizarse. Piden limosna por las calles; se ofrecen para cualquier servicio y a cualquier precio; recorren, en fin, las calles en famélica y angustiada procesión que desgarra el alma. Y algunos claman por regresar a la patria que abandonaron, y que vuelve a presentárseles como un consuelo.

La Asociación Patriótica Española les atiende y les socorre solícita hasta donde puede. Pero por grandes que sean sus deseos, es mayor aún el número de los desventurados que llaman a sus puertas y no le será posible ampararlos a todos.

Creemos nosotros que éste es un problema muy digno de ocupar la atención del Gobierno. Y creemos también que para resolverle, es preciso tomar algunas medidas prácticas y no reducirse a una acción de buenas intenciones.

Un soplo romántico aúna siempre toda inmigración, porque el emigrante va naturalmente a romper con un sueño la pobre y fría realidad en que su vida transcurre. Y en tal momento, la voz que les anima resulta siempre amable, porque sabe ocultar todos los obstáculos y allanar hasta las más pequeñas dificultades. He aquí cuándo sería oportuno y verdaderamente humanitario que esas dificultades y esos obstáculos se les presentaran con toda sinceridad. Junto a la obra del agente, la información exacta de los países soñados serviría de justo contrapeso. La palabra "América" tiene para todos los españoles infortunados cierto sonido áureo que llega al alma y la adormece y la conmueve. Sólo al escucharla parece como si surgieran todos los tesoros que simboliza para entregarse al primero que llegue a solicitarlos...Sería conveniente que alguien dijera que también en aquel mundo ocurren cosas análogas al del nuestro, pues la humanidad, al cabo, viene a ser igual en todas partes. Y con el testimonio de esas cartas, de esos lamentos que llegan de allí constantemente, unido a la sincera labor informativa, podría hacerse comprender a los que desean emigrar, que no basta desembarcar en América para ser feliz, ni buscar trabajo si no se tienen las aptitudes o condiciones precisas, ni se hace tampoco una fortuna sólo con el deseo...En una palabra, que no es oro todo lo que reluce.


Esta labor sólo podría realizarla el Gobierno para que diera el resultado apetecido. Pero hay otra no menos necesaria que resolvería uno de los aspectos del problema. Esos infelices, actualmente perdidos en Buenos Aires, como en otros países, claman por volver a España y no pueden hacerlo porque carecen de recursos. ¿No es un deber su repatriación? Recibimos con júbilo a los que vuelven a su patria para dejar en ella la fortuna adquirida en extranjeras tierras...¡Y hemos de abandonar, despiadados, a los que no consiguieron el triunfo que esperaban...!Este contraste, que ofrece siempre la conducta colectiva, es cruel y es doloroso, a más de tener un fondo de injusticia...

Pues bien; nosotros creemos que no sería empresa difícil la de organizar expediciones en determinadas épocas que restituyeran a España a esos infelices que lo desean y lo piden con lastimeras voces. El Gobierno, representante de la nación, debe facilitarles los medios del regreso, así como los agentes de las entidades interesadas les facilitaron los de la marcha. Y he aquí cómo la patria justificaría plenamente su dictado maternal...¡porque las madres suelen poner lo mejor de su cariño en sus hijos desventurados, por serlo; y con santa alegría reciben a los que la abandonaron, para compensarles de los dolores de la ausencia!

Precisamente ahora el momento es oportuno. Las nuevas leyes de colonización y repoblación interior podrían servir de noble refugio para muchos de los repatriados, puesto que a su amparo encontrarían en el viejo solar lo que buscaron fuera de él inútilmente: medios de vivir, empleo para su actividad y para su esfuerzo. Y se conseguiría también algo verdaderamente práctico, de indudable importancia para atajar la emigración que tanto nos preocupa. Los repatriados serían contra ella el mejor argumento; vivo, palpitante, irrecusable. Junto a la exhibición del indiano rico, que abre los deseos de quien admira su historia, el relato de sus desventuras hecho por tantos infelices sería un freno poderoso para los incautos, y les obligaría, cuando menos, a la meditación.
Así esas expediciones que nosotros no creemos difíciles de organizar, resultarían verdaderamente patrióticas además de ser humanitarias.
Hoy, en nuestro país, contamos con el mismo problema ético y moral, con muchas personas en la misma situación que nuestros compatriotas in ilo tempore. Sin embargo, como el mundo sigue siendo ancho y ajeno que decía Ciro Alegría, todo sigue igual.
Madrid, 3 de septiembre de 1907. Crónica Universal Ilustrada. Año III. Núm. 821.



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