Hoy hablaré de libros porque he llegado a la conclusión de que esta obra de arte depreciada como la que más, no se debe regalar. Los libros no se deben regalar nunca jamás. ¿Por qué? Vayamos a analizar la razones y luego el paciente lector estará seguro de mi lado. Se debe estar al lado del escritor por si acaso. Hoy también quisiera recordar una vez más lo peligrosos que podemos llegar a ser los escritores pluma o espada en mano. Así es.
Ya desde la adolescencia mi afán por que la gente leyera se convirtió en algo intrínseco a mi condición de ser, ya ves tú, pues que les den tila al mundo entero y cuanto más ignorantes, mehó. Pero lo cierto es que a una amiga que también estudiaba filología y que era de Casablanca, le presté un montón de libros de nuestra literatura más clásica y aún de la nutrida crítica escrita por nuestros mejores y mas destacados filológos. Hay que decir que algunos de esos libros eran de la Editorial Taurus, magnífica editora que ahora están descatalogados y no se encuentran ni a tiros, solo en las bibliotecas. Bien, nuestra amiga no le devolvió jamás los libros a esta imbécil que escribe y que se dejó engañar porque probablemente era previsible que una vez huída de la Universidad de Granada a su tierra, pues no se molestara en enviarlos a España para que retornaran a su bibliófila dueña. ¡Calzoncillina, que es una!
Mi primera publicación seria fue en una editorial de Santander y cualquiera puede suponer la alegría que esto supone. En su momento ya cometí el error de enviar alguno de regalo a profesores o algún amigo que yo tenía considerado como intelectual para que lo leyeses. El tal no lo era, claro. Ya sé que no era un libro de best-seller ni de chistes, eso da igual. Lo cierto es que la gente no lee de no ser que tenga un interés muy especial por alguna razón. Con los libros de crítica literaria y textual hay que tener mucho cuidado por lo de los copiotas, porque se los leen los colegas aunque no lo admitan jamás y la cosa cambia. De esto ya he hablado en otra parte y ya me da igual si me copian las ideas –sé perfectamente quien lo hace y podría desenmascararlo perfectamente- o si siguen mis pasos como investigadora, eso es señal de que no pasa desapercibido. Si hace diez años eramos dos o tres mundiales que nos dedicábamos a escribir sobre Teatro de Galdós, más particularmente yo que escribí mi tesis doctoral y ahora la cosa se ha animado y siguen empeñándose en editar libros de teatro –aun a sabiendas de que no saben lo que dicen la mayoría de las veces- y eso está muy bien, señal también de que las cosas, las formas, las ideas no caen en saco roto. Ahora son alguno más los que se quieren considerar eruditos del teatro galdosiano sin serlo. No hay nada que temer. Algún regalo libreril a desagradecida también sirvió para comprobar que no dan ni las gracias, eso sí luego los utilizan pero no te nombran, no dicen jamás que has sido tú quien ha pensado en eso en el libro tal, página tal de la editorial y año...pascual, no, nunca lo dirán pero tiene mucha gracia y algún día diré probablemente muchos nombres de estos eruditos copiotas y desagradecidos que además ni se molestan en reconocer la verdad. Bien, paso página.
Normalmente cuando uno consigue publicar sin que te conozcan de nada en una editorial, es decir si tener contactos en la política y demás –en este caso lo logré como estudiosa y filóloga en Anaya- pues es poner una pica en Flandes. Pocos he regalado de esta casa porque no me da la gana, quiero decir que la editorial te da muy pocos, uno tengo del último tocho de teatro, sin embargo Anaya envía de cada título que publica ejemplares a personalidades destacadas del mundo de la literatura o a estudiosos que les pueda interesar. Recibir, lo reciben, pero nunca dan las gracias pues evidente es que la lista de personas que los autores damos son nuestras, son nuestros compromisos por decirlo así, y ellos reciben su regalo pero debe ser que como es de regalo pues ni pajolero caso. Si se gastaran los machacantes entonces lo apreciarían mucho más, sin duda. La situación con los años se ha agrabado considerablemente hasta el punto de plantearme muchas cosas, sí, como en un total crak de decisiones a tomar. Y es que desde que en el 2003 comencé además a ser editora, a tener una editorial, esto ya ha llegado al extremo. Muchas veces te piden con compasión los libros, otras veces te los piden con un interés que supongo que mi ego no lo puede resistir y accedo y regalo, otras pienso si es un libro de creación que así me conocerán un poco más, otras veces piensas que no lo encontrarán fácilmente en las librerías de al lado de su casa –esto es para los que viven lejos, en el extranjero-, otras crees que es bueno tener un detalle y qué mejor que un libro de mi editorial. Pues mal, muy mal. No se deben regalar los libros porque cuando la gente no se gasta el dinero, los machacantes en comprarlo, no lo valora en absoluto. Lo menos que uno se espera, es que te den las gracias, que la vida es muy larga y nunca se sabe dónde y en qué circunstancias nos volveremos a ver, nunca se sabe si una firma de hoy no tiene un valor extremo mañana. El resultado es una pena, no hablaré de los robadores de libros por que también he escrito sobre ello y no viene al caso, pero ser maleducado con el arte de los demás, es un delito, tanto como el robar. Siempre hay que ser agradecido y al menos –aunque luego no lo leas porque estoy convencida de que nadie lee nada al menos en España- dar las gracias a la persona, autor o editorial que tiene la deferencia de enviártelo a tu casa con el consiguiente gasto. No voy a decir que cada ingrato recibidor de libro me envíe una reseña de cada título, pero sí, algo. Si son libros editados a otros vamos pasando el examen pero la cosa empeora cuando es el libro escrito por el autor que es amigo tuyo. Lo peor de tener un amigo escritor que te regala su libro y que le vas a ver más de una vez es que tienes que hacer los deberes ¡amiguito!
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