Martina salió esta vez de su casa sin decir a nadie ni una sola palabra, como si fuese la última vez, como si no fuera a volver. Había escuchado de nuevo el susurro de aquella voz que no dejaba de decir, de hablar...Cerró bien la puerta aun consciente de ser observada, sin embargo cuando se giró no había nadie, volvió a darle otra vuelta a la llave, a pesar de la prohibición del médico de que no cerrase nunca su casa. En el campo, cuando es de noche, es que es de noche y ahora debían ser las nueve más o menos, porque era la hora de cenar de Martina. Cuando comenzó a caminar primero lo hizo con un paso más bien lento, sin rumbo, después se dejó sumergir en los susurros que la llamaban, no en su inconsciente, no, aquellas voces sonaban en su mente, en su cabeza, ella los escuchaba en sus oídos y éstos sonidos no cesaban de llamarla. Volvió para volver a abrir la puerta de su casa y dejarla esta vez sin cerrar, pensó que si le pasaba algo sería más fácil que quien fuese a buscarla pudiera encontrar facilidades para entrar. El tormento continuaba, palabras y más palabras que martilleaban su mente y que la llamaban a un lugar deconocido. Comenzó a caminar hasta encontrarse en medio de la soledad, una soledad que abraza que sobrecoge pero que por el contrario te invita con su poder a quedarte, al tenerte ella la soledad, totalmente en su poder. Se encontraba en medio de un campo negro, y su cabeza llena estaba de campos semánticos donde se relacionaba el paisaje que la rodeaba con las ideas que bullían atormentándole, bullendo por medio de palabras: liken, sollozo, rama, flor, camino, trigo, trigo, azada, guadaña, manto, negro, muerte, gris, amiga, nube, cielo, estrella, negro, tierra, barro. -¿Qué haces ahí? escuchó en medio de esa locura léxica, se podría decir.
-Quién habla ahora? preguntó en medio del vacío de la noche.
-Nadie respondió.
-Ven, ven aquí, volvió a escuchar. Era la voz de una mujer. Martina conocía esa voz, era la misma de siempre que jugaba a atormentarla.
-Decidió continuar su salida, paseo, aunque bien podríamos llamarlo huida. Esta vez la voz clamaba con más fuerza y hablaba al mismo compás que los pasos de Martina. Comenzó a correr, Martina escuchaba un jadeo enorme que la perseguía. Por fin llegó al bosque de siempre, se encontraba a cuatro escasos kilómetros de su casa.
Martina hacía ese recorrido de footing casi todos los días según le había recomendado su médico, para liberar adrenalina. Primero el camino de la siega, después el de los girasoles, girar hacia la derecha por la dehesa de La Granja de gallinas de Étienne, después continuar por el Picadero de Otto el alemán, seguir doscientos metros más dejando a la derecha la Vaquería, hasta llegar al bosque de la Virgen del Pan. Era una leyenda muy conocida en la región, en realidad no existía ninguna virgen pero todos en la región llamaba así a aquella arboleda, El Bosque de la Virgen del Pan, simplemente en medio de la frondosidad de los árboles había una estatua de una mujer con unos niños que representaba a Henrietta una mujer que durante la ocupación alemana procuró alimentos para muchos niños sin que nadie supiera de dónde los sacaba. Ayudó a liberar a muchos prisioneros y gentes que andaban prófugos, trabajó para la resistencia. Cuando acabó la guerra y Francia fue libre, desapareció, pero fue tanto y tan bueno lo que hizo por la gente del pueblo que se convirtió en heroína. Martina pensaba cuando iba a ese bosque que hablaba con ella y por eso no se sentía tan sola, bueno hablaba con la estatua que la representaba, al menos era algo.
Se dice y alomejor también lo sabemos que cuanto más cerca estamos de la muerte o de pasar al otro lado, mejor comunicación tenemos con los seres y las almas que están allí. Eso se dice también de los bebés, al ser recién llegados cuando se duermen vuelven un poco allí otra vez, lo bueno o lo malo según se mira es que no lo pueden contar, pero sí lo podemos ver en su mirada que es de otro mundo, sin duda.
Martina estaba enferma, en realidad lo de la adrenalina era mentira, eso lo había dicho el médico por decir, porque tampoco se hace mal a nadie cuando se hace deporte, al menos en teoría. La voz venía del bosque cada vez con más fuerza, gritando muy fuerte: Ven Martina, ven...ayúdame. Cuando llegó, de súbito encontró la estatua de Henrietta, como siempre pero la voz continuaba. Se acordó de que en la última consulta, su médico le había pedido que llevase fotos de la infancia y de otras épocas de su vida, lo que la llenó de perpeljidad. Se acordó igualmente con una angustia muy grande de que llevaba dos días sin tomar sus medicinas, sin embargo esto le ayudaba a recordar, aunque no podía eliminar los ruidos horribles de su cabeza, el tren, las palabras golpeando, alaridos, gritos, y la voz de aquella mujer.
Aunque el médico se lo prohibía Martina era un poco feliz cuando no tomaba su medicación, pero también muy desgraciada. En su abrigo llevaba un pequeño espejo, lo sacó y se miró en medio de la noche tan solo con la luz que procuran las estrellas. Escuchó de nuevo la voz:
-No eres tú, Martina, no eres Martina, soy yo. Pero cuando buscaba en el espejo su rostro solo encontraba el de la estatua blanca de Henrietta. Gritó y gritó hasta sacar de su cabeza las palabras, su significado y aquella identidad desconocida.
-Eso es que me muero, pensó. Claro! y viene mi madre a buscarme!
-No, no soy tu madre, Martina, soy tu, soy tu.
-Quién, quién? gritaba desesperada.
-Yo, soy tu, Martina, yo no soy Henrietta soy Martina, tú eres Henrietta y no quieres saberlo.
-Martina comenzó a recordar en su mente rápidamente como en un flash todo el tiempo de su vida, especialmente la guerra, el sufrimiento y las torturas que sufrió después a manos de los alemanes para que no hablase nada de lo que sabía. Antes de morir en ese bosque tan querido donde se encontraba con ella misma cuando las medicinas le dejaban liberar la mente, se reconoció a si misma y fue feliz aceptando aunque fuese por minutos su pasado.
Al dia siguiente los vecinos encontraron el cadáver de Martina en el bosque al lado de la estatua de Henrietta. Había tenido un aneurisma de aorta pero había tenido tiempo de pensar. La policía, la interpol, buscó sin cesar a la familia y encontró un hermano que vivía en Berlín, Oliver quien no tardó en llegar y reconocer el cadáver aunque según confesó su hermano Martina -que se llamaba Henrietta Bauer- había muerto en la guerra. Entró en la casa -siempre abierta por recomendación del médico- y encontró todo su mundo, recogió sus cosas al tiempo que se arrancaba unas lágrimas muy tristes. La casa era propiedad de Martina. Oliver no daba crédito a lo que escuchaba, todo le era ajeno y al tiempo propio, era todo lo que quedaba de una hermana que había dado por desaparecida pero que había continuado sufriendo o viviendo en silencio. Un vecino le dijo que Martina vivía sola, que estaba enferma de esquizofrenia, pero que no hacía mal a nadie que la querían porque les recordaba a Henrietta la heroína del pueblo.
Su hermano Oliver, les dijo que no sabía nada de heroínas, solo que su hermana había hecho contraespionaje con los alemanes y que éstos al terminar la guerra la torturaron hasta límites insospechados, todos la dieron por muerta. Nadie pensó que volvería después al pequeño pueblo de Vihiers donde tenía en la guerra su centro de operaciones y nadie la reconoció durante los años que como una enferma vivió en el pueblo siendo amiga de todos. Secuelas de nuestros vecinos alemanes.
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