Todavía recuerdo como si fuera ayer y lo recuerdo con cierta angustia, el batacazo enorme que sentí al enterarme de lo que pasaba con los Reyes Magos, fue -puede decirse- el primer encontronozado con la realidad donde perdí la ilusión por las cosas que yo creía que podían suceder y la vida misma se empeñaba en decirme que no, que hay cosas que no existen nada más que en mi cabeza. Con el tiempo, esa misma actitud mía, infantil, la he visto repetirse en muchas personas que conozco, creo que en mi también. Yo creo que a partir de ese momento decidí que tenía que trabajar mucho si quería tener algo que mereciera la pena en mi vida. Me costó comprenderlo y sobretodo me costó "ponerme a ello", pero lo logré. Cuando una niña se entera de "lo de los Reyes" se queda en un vacío inexplicable, donde cada persona comienza a tener otro papel en la vida, las preguntas se suceden (¿y entonces...y dónde guardan mis padres las cosas? ¿de dónde sacan el dinero?) Poco a poco comprendí que aún a pesar del batacazo también podría tener ilusión por los regalos familiares si cabe todavía más que con los Sus Majestades. Cuando hablo de regalos -y esto es un inciso- no me refiero a gastar mucho dinero en un objeto, me refiero al significado que puede tener ese mismo regalo que bien puede ser hecho a la mano, o fruto de la persona que te lo da o a quien se da, puede ser un libro, o una pequeña flor azul que se encuentra en la Naturaleza y no en las tiendas y que se llama "Nomeolvides" y que para mi son las mejores, las más bonitas, las más significativas. Alguien de pequeña me dijo que según una leyenda alemana, cuando Dios había termiando de nombrar a todas las plantas, una se quedó ni nombre. Una vocecita dijo: "No me olvides, ¡Oh, Señor! Y Dios dijo que ése sería su nombre.
Esto viene a colación (lo de la pequeña flor) con la relación que tenemos con las cosas pequeñas de la vida y con las grandes, y cómo no aprendemos nunca a controlar todo ello. Lo que para mí se traduce en que en la vida muchas veces nos vemos en ese dilema de querer, admirar o desear lo que tienen otros, sus talentos y no nos preocupamos ni dejamos lugar a desarrollar lo que nosotros y solo nosotros podemos hacer. Queremos lo del otro, una familia como la de aquel, unos niños que sean ejemplo, ser admirados profesionalmente, una casa de las de revista, la cartera siempre llena...Quién no ha admirado a ese niño de la clase que sacaba matrículas de honor? Estábamos más preocupados de ver lo que eran capaces los otros al tiempo que la vida pasaba impidiéndonos a nosotros mismos nuestro progreso. No, uno no debe querer ser o tener lo que el otro, eso no nos dará la felicidad (entendido esto como entelequia total). A menudo nos dedicamos a cosas en nuestra profesión que nunca hubiéramos pensado porque lo hacíamos mal y sin embargo aprendemos a dominarlo, aprendemos a mejorar. Tenemos en ocasiones muchos "regalos" de los Reyes y no nos enteramos de ello, deseando todo el tiempo que vengan por que sí -y a veces sin merecerlo- a traernos cosas y cosas.
En este sentido me acuerdo de el cuento infantil Charlie y la fábrica de chocolate donde el misterioso fabricante de chocolate Willy Wonka esconde un billete dorado en cinco chocolatinas y anuncia que quien encuentre los billetes se ganaría un recorrido por su fábrica y un suministro de chocolate para toda la vida. Esta historia es muy parecida a la de la Lotería, el juego, las quinielas...que hacen a menudo que todo el mundo ansíe desesperadamente encontrar un billete dorado para poder tener asegurado el futuro o simplemente pensar que con eso está todo solucionado para encontrar la felicidad absoluta. Creo que no hay nada de malo en poner nuestras fuerzas en metas elevadas, enormes...más al contrario debemos tener siempre, y digo siempre, metas y objetivos de progreso en nuestra vida personal. El problema viene, y esto lo he visto muchas veces, cuando ponemos nuestra felicidad o nuestra satisfacción en espera mientras aguardamos a que llegue algún hecho futuro, el billete dorado, la lotería...que son elementos que no dependen de nosotros, no dependen de nuestro esfuerzo y lucha que es exactamente lo que nos da la felicidad y hace que veamos a una persona en armonía consigo misma. El problema como digo se agranda cuando nos pasamos la vida esperando unas fantásticas rosas, unas flores enormes, obviando o pasando de largo por la belleza y la maravilla de las pequeñas "Nomeolvides" que están siempre y siempre están (solo hay que saber verlas) a nuestro alrededor. Esto no quiere decir que debamos abandonar la esperanza o rebajar nuestras metas (siempre las he tenido como montañas), no quiere decir que se deba dejar de luchar por lo mejor que uno tiene dentro. Quiere decir que no debemos cerrar los ojos y el corazón (ese que nadie reconoce tener) a la sencilla belleza que hay en los momentos cotidianos de la vida, que conforman con el tiempo esa vida plena y bien vivida.
Las personas más felices que conozco no son las que encuentran su billete dorado, ni mucho menos, son las que, en la búsqueda de sus objetivos, descubren y valoran la belleza y la dulzura de los momentos cotidanos; son las que todos los días, hilo a hilo, tejen un tapiz de gratitud y admiración a lo largo de su vida. No entiendo de felicidad ni de frustración absoluta, ambos extremos no me gustan nada. Creo en la fuerza de la persona para poder cambiar su vida olvidándose de una entelequia para buscar lo mejor en lo que uno y solo uno en la realidad en la que vive, subsiste, crece y progresa alcanzando una armonía y un conocimiento de si mismo, enorme.
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