- Bueno, Sophie tuvo varias tentativas lógicas de querer seducir a aquel hombre, vamos, de ver cómo reaccionaba o de saber si era capaz de reaccionar, más bien, si era hombre. Hombre tenía que ser, pero en las circunstancias en las que siempre se encontraban era absurdo: Sophie madre de alumna en clase de piano. Ridículo. ¡Qué seducción ni leches! A ese punto estaba ya nuestra amiga desesperada, cada vez se arreglaba menos delante de aquel témpano a quien solo le importaban las corcheas. Un jueves tuvieron que ir a un concierto, alumnos y profesor, con lo que Sophie se dijo ¡esta es la mía! Apareció en la ópera para poner a prueba la masculinidad del artista y lo logró. Sentía que el tal Pierre o Profesor Lavraille -como guste el lector- no le quitaba ojo durante todo el concierto a aquella espalda que lucía al aire casi hasta donde pierde su nombre, cabello recogido en moño y tacones de diez centímetros. Sophie controlaba esas artes de maravilla, claro, sabía andar, pararse, girarse…y sabía que aquel hombre-hielo quería abrazarla, cogerle la mano y mucho más. Después ya en la soledad de su cama lugar donde por primera vez encontró soledad, volvió de nuevo el martirio porque por primera vez en su vida dudaba de si aquellas percepciones que había sentido y que nunca hubiera dudado de ellas, no eran más que fruto de su imaginación, de su anhelo de enamorar a aquel témpano inalcanzable.
- Después todo volvió a la misma rutina, clases de piano y a casa.
- Un día Sophie se levantó y decidió que todo aquello tenía que terminar, que no podía continuar así más tiempo, ella era una mujer práctica, era una mujer con ganas de vivir y las había perdido porque quería a un hombre que estaba en su cerebro, le amaba enloquecidamente, pero en realidad, no le conocía. Pensó que en realidad los sentimientos se deben compartir, que no hay nada malo en ello, que es algo noble y honrado y que confesar lo que a uno le pasa es un acto de dignidad. Indigno es el que escucha esos sentimientos y no los respeta o no les da la seriedad que merecen. Escribió una carta contándo todo –en realidad a un extraño- a alguien que ella había creado en su imaginación, a una imagen de un hombre que ella albergaba en su corazón pero no a alguien real, no le conocía, pero con todo, le dio la carta después de una clase de piano de un viernes. No se le puede decir más noblemente a alguien todo lo que se le ama como lo hizo Sophie en aquellas letras. ¡Pobre mujer!Pero cuando pasó aquella noche y amaneció sintió que había sido todo aquello una catársis que le había venido bien a ella personalmente, pero le daba mucha vergüenza personarse delante de aquel hombre, no por qué pensaría, sino porque de repente se vio absurda, ridícula e infantil.
- No es no quisiera volver a verle es que ella misma se colocó en una posición extraña, incómoda, que la forzaba a actuar de manera distinta. Contrató a una joven asistente para que se encargase de asistir a las clases con Manon y no quiso verle más, se lo autoprohibió, bueno, insisto, en que no podía o no debía volver a verle no que no quisiera. Si el profesor tenía que hablar alguna cuestión sobre Manon, este no paraba de preguntarle ¿cuándo vendrá tu madre Manon? Tengo que hablar con ella. Sí, sí, pronto, es que está de viaje. Cuando pasaron cuatro meses, Sophie se había restablecido en cierto modo, había recuperado su vida cotidiana, sus costumbres, su trabajo, amistades, vida sexual, cultural…todo más o menos, aunque no era ni mucho menos la misma, quería forzarse a serlo, se obligaba y esto le provocaba mayor tristeza aún, al sentir que ya no era la misma, no tenía gana de nada, no tenía interés por las cosas. Había sin duda un antes y un después y no sabía muy bien cómo iba a enfrentar su futuro. Por primera vez en su vida sentía cierto vértigo en el devenir de los años, en el pasar de los días. Un día sonó su teléfono móvil –Manon se lo había dado a su profesor a pesar de la prohibición de su madre- y contestó sin saber quién era de manera natural. Era él: ¿buenos días mi amor, todo este tiempo no ha sido igual para mi, no has estado y me siento muy mal sin mi musa. Por favor, necesito verte, por favor, ven conmigo a Bönn los próximos quince días, necesito hablar contigo mucho tiempo.
- Cuando Sophie colgó el teléfono temblaba sin poderse controlar, pero aceptó. No hay nada como la propia vida para que nos sorprenda.
La autora ya contará que fue de estos dos cuerpos con sus almas, si el lector tiene interés.
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