Buscando al mono gramático: Ahora me doy cuenta de que mi
texto no iba a ninguna parte, salvo al encuentro de sí mismo.
Octavio Paz. El
mono gramático
En fin, que
Teresa es una triste —le decían, le digo— porque dio por perdidas determinadas
situaciones a las que no dedicaría ningún esfuerzo, porque según ella están
olvidadas y excluidas del para sí, en eso tuvo perdida toda la ilusión y
puede que tuviera perdida toda la esperanza en cierto modo. Quizás ha vivido en
una fuerte depresión —como dicen ahora— y nunca lo ha identificado como tal,
sobre todo por su potencial de energía, una energía que a todos ha emocionado,
una energía que le configuró en un ser diferente a los demás, con una
dignidad de otro mundo, quizás era por lo de estar hecha todo un personaje
y venir de allá, que nunca se sabe. Monos y más monos gramáticos generativistas
vienen a mi memoria haciendo el pino, y yo con estos pelos.
-Sofisma.
En la fauna de
caracteres, también se puede ser un sentimental y ya está, digo yo. Y yasteo
como me da lagana y no lana, y me admito como soy, sin tener por
ello que ir irremediablemente al psiquiatra, si uno es un sentimental, pues lo
es, como el que es alto, guapo, gordo, o flaco. ¡Esa puñetera manía tan
contemporánea de pretender que todos seamos iguales me exaspera! Por tanto, el
que no es algo, el que no tiene espejo ni gramática, está desde luego perdido:
es un rarito de tomo y lomo. Poca metafísica veo yo en todo esto, ¡insisto!
poca. Otra vez 1785.
En fin, sigo. Como sea, Teresa vivía en cuanto a lo
cotidiano en perpetuo empute, voz no recogida en el Diccionario de la
RAE —que se sepa—, pero que define muy bien el estado de cabreo. Ahora mismo
acaban de entrar varias moscas, hecho razonable si se tiene en cuenta que una
cosa es ventilar las habitaciones y otra muy distinta tener las ventanas de par
en par doscientos minutos para que se llene la casa de bichos inmundos, pero es
que la señora de la limpieza es así, nadie hace bien su trabajo, o lo hacen raro.
En el fondo no
tiene la culpa esta trabajadora del nettoyage, el culpable de mi empute,
además de las moscas es un casposo compañero de departamento, o directorcillo,
ese de los que como te ve de aspecto joven y mujer, sobre todo mamá, la has
jodido, de esos que se convierte en paternalista y supresor. Los textos puede
que se hagan a sí mismos, pero hay cada uno que necesitaría varias vidas y
diversas historias de la literatura para que le dieran algún papel de sui
géneris, porque lo que se merecen es no salir nunca, ni de malos, bueno se
merecen que no salga de ellos ni la caspa, ni de ellos el primer mono precursor
de su estampa. ¡Anda ya!
Sigo. Había
sido –como digo- un día como tantos de diario y tanto el empute como el
verbo yastar habían crecido sobremanera cuando Teresa intentó no
obstante que su amiga Eva Ojeda presentara su libro de poemas en la Universidad
extranjera de unos amigos. ¡Acabose! Resulta que la señora, porque esta vez
topó con una colega, no quería promocionar a la poetisa tal honor, porque no
era conocida y ni siquiera había ganado ningún premio, tan solo tenía un libro
de poemas autopublicado. 1785.
—¿Y qué? —contestó Teresa—, todos los grandes lo
han hecho, todos se han autoeditado sus primeros libros, lo importante es que
éstos de la Ojeda son buenos. En cuanto a lo de los concursos no me toques las
narices o ¿vas a decirme que los integrantes de los jurados que valoran obras
son alguien como para decidir el futuro de un creador? Tranquila doctora
—esgrimió Teresa—, ya me encargaré yo de que se conozca a Eva Ojeda. Además, tú
te lo pierdes, porque es guapa, da fenomenal en las cámaras de la tele; ha sido
puta, con lo que te pierdes conocer a alguien de esta especie; sabe de arte más
que tú y que yo, y sabe hablar de todo, bueno sabe más que tú y yo juntas. No
te preocupes, guarda tu Universidad para los fósiles, que, desde luego, no me
extraña que no sembréis las semillas ni de la afición por la literatura, ni de
la creatividad, ni de nada... Bueno sí, la supresión de la conciencia... Estas
y otras cosas cariñosas habíale esgrimido Teresa a la decana en, sutil al
principio y al final encendida, conversación colegial y normal, en un día
cotidiano de moscas y más moscas que entran a joderte la marrana. Es que la
Universidad, y su encorsetamiento, también es así; en general, están los que no
tienen que estar.
Nada como la
esgrima, deporte que Teresa practicaba siempre que podía. Un deporte en España
elitista y mal mirado, sobre todo si es esgrima artística: “¡Ah!, sí, eso en
que te disfrazas de mosquetero!”. Somos unos paletos... Ahora me acuerdo, 1785,
es la fecha en la que Carlos III instituyó la bandera roja y gualda, de tres
listas para los buques de guerra y la de cinco para las demás embarcaciones; la
primera se convertiría paso a paso en la bandera de España. Hecho fundamental
para los españoles, sobre todo si se tiene en cuenta que ese mismo año Mozart
realizaba tres de sus mejores composiciones: El concierto n.º 20 en do
menor, K 466, el concierto n.º 21 en do mayor, K 467 y el concierto n.º 22 en
mi bemol mayor, K 482. Los españoles como siempre pensando en españoladas
fundamentales, ergonáuticas, como si no hubiera otra cosa más importante, menos
mal que han existido otros que por fortuna nos han llenado de gloria y en aquel
mismo año de 1785, Francisco de Goya inicia una serie de retratos de los
directores del Banco de San Carlos —embrión del actual Banco de España— con el
de José de Toro, un retrato por el que Goya recibió 2.328 reales y en el que
asombra la mirada del personaje. El tal, era un rico indiano, diputado de la
nobleza del reino de Chile, que llegó a ser director del Banco de San Carlos.
En España siempre atentos como José de Toro a sucesos extemporáneos, atentos a
otras cosas que no nos conciernen y Goya como espejo de su tiempo así lo refleja.
Así andamos todavía.
Teresa dice que
hay que ligarse a todo lo español, dice, porque vengo de aquéllos, de todos.
¡Como vivo fuera!...y qué, que viva fuera…me gusta el jamón tanto como el paté
¡pero qué paleta y loca eres hija! Ires de venires de tiempos que a veces no
fueron "mehoreh". ¡Claro que Teresa vive toda la vida en las clases
de lingüística aplicada a la literatura y en la vida de los autores explicando
dónde habían nacido éstos, y lo poco leales que habían sido a su tierra, con razón
Teresita comenzó a perder la razón. ¡Los autores españoles son españoles y se
acabó! Como los franceses –decía- son franceses. Después de todo podían haber
pedido la opinión de don Francisco de Goya para lo de los colores de la
bandera, a lo mejor hubiera organizado la debacle.
Lo cierto es
que así: tras tanto andar muriendo, tras tanto de uno en otro desatino...
Así fue como mi amiga y colega Tere conoció a Patrick una noche en Shiatshu,
un garito de occidentales en Osaka, una de las pocas noches en que Teresa
salió por puro compromiso, por salir, como todo el mundo, y salió a ver qué
pasaba como siempre en busca de haikú, de demostrativos, de perífrasis, de
espejos, de monos gramáticos, salir por salir de forma absurda, como toda ella.
Trabajar en un lectorado en el extranjero es, como no sea el momento, un
tostón. Habiendo llegado a la idea Teresa de que como su padre jamás habrá
ningún otro en la Tierra, pues una tiene que abandonar y desistir en que más
padres ya no va a encontrar, por que no lo son, ni hay que esperar que lo sean.
No hay que buscar nunca un padre, tampoco el "padre y muy señor mío"
porque éste será siempre otro ser interesado en otras cosas que un noble padre
no lo está, pater familias. Con
los hombres lo mejor es –de esto ya hemos hablado- como si no existieran, y si
existen en los espejos pues no agobiarles, no hacer preguntas, no esperar nada
y no pretender sorprenderles siendo lo que no se es ni jamás se va a ser, el
espejo es a la realidad lo que la gramática a la existencia. Los hombres: in
homine fidem et industriam mágnum videbat.
Japón fue el
país de acogida donde de forma temporal Teresa se trasladó como profesora de
español a la Universidad de Osaka, y cualquiera se preguntará si es que los
japoneses tienen interés en aprender la lengua de Cervantes, a lo que yo les
contesto que sí, sí, tienen mucho interés, otra cosa muy distinta es que lo
consigan, pero cuentan —por si les interesa— además con muchos departamentos de
español, bien organizados: con inteligencia y saber estar. A los orientales les
interesa todo lo occidental. Y por si alguien no lo sabe, han tenido y tienen
continuos negocios con el Perú, por lo que se les hace obligatorio para algunos
y curioso para otros aprender la lengua española. Pero, vamos, de todas formas,
allí hay gente para todo. Podría en este sentido hablar de las relaciones entre
Perú y Japón, pero no quiero porque me pongo muy nerviosa y vuelvo una vez más
al empute nacional y extranjero cuando recuerdo a Fujimori o a Ciro
Alegría, ¿vale?. Digo Vale, como Cervantes.
Era jueves y
aquel día Teresa estuvo cansada de japoneses, de que todo lo reverencien, de
hacerle a uno sentir que es alguien cuando no es así, de terminar sus clases
con "oari mas oskare samadesta" y tener que sonreír. Sobre
todo, estuvo harta de estar con una gente que todo lo aguanta; del culto a la
timidez que está muy bien pero no siempre porque nadie se deja conocer, sí, los
japoneses lo aguantan todo, incapaces de rendirse al desaliento, sufren con una
gallardía que asusta, que les da esa condición de seres de hierro, de máquinas.
¡Cómo les han cambiado los tiempos también a estos! Ahora lo tienen que
importar todo porque se quedaron sin almas, sin artistas y como tampoco tienen
posibilidad de acceder a viviendas dignas, pues eso, a comprar flamenco, discos
o batidoras nuevas cada mes; la posibilidad de viajar les ha dado a algunos
nuevos mundos, pero enseguida tienen que volver para poder comer su comida, si
no se hunden...Cuando mi amiga viajó a Japón, fue buscando –irracional ella-
sintoísmo, budismos ancestrales, y le costó, le costó, pero le costó encontrar
lo que buscaba en una ciudad como Osaka en aquel entonces, hacia el 1990, con
unos 16 millones de habitantes que pululaban de un lugar a otro en bicicleta,
como sin saber a donde van, más bien con gran capacidad de movimiento, ¡eso
sí!: de movilidad, como les gusta denominarlo a los políticos.
Aquellas gentes
japonesas son prodigiosas, nunca tienen vacaciones, sólo el día de la primavera
y poco más, así que para una española a la que inevitablemente tiene por
obligación que adorar las tapas —con denominación de origen— y los baretos pues la cosa se puso dura, por
lo de la tendencia a los encasillamientos. Pero, en fin "en peores garitos
hemos hecho guardia", frase clásica de la mili, que gran parte de los
hombres conocen al pasar por ese trance de su vida, que define muy bien la
situación. Por cierto, ya los hombres de hoy no tienen —al igual que las
mujeres la etapa de partos y cesáreas— cosas de la mili para contar, así que la
historia se pintará de otra manera; que conste que siempre generalizo, ya sé
que no todas las mujeres han sido ni tienen por qué ser madres, ni eso es lo
más importante, ni todos los hombres han hecho la mili, pero tenía su aquel,
escuchar a los españolitos al final de la fiesta con alguna que otra copilla,
hablar de sus fraternales experiencias en este sentido. Muy importante para la
integración del amigacho o colegón preguntarles con fervor e interés
acerca de esta etapa de sus vidas, en cierto modo rejuvenecen algo, les da
marchilla. Lo veo: ¡hombres con barriga, calva y exaltación que hablan a grito
pelado en un bar procurando ser comprendidos! Quimera inadmisible. Toda
evocación del recuerdo nos imprime cierta renovación de la existencia. Esta
práctica la había hecho Teresa mucho en Japón, no la de la mili, sino la de la
evocación hacia tiempos pasados.
Aquel día desde
su apartamento de lujo en Fuminosato quiso ir hasta Namba en
taxi, a sabiendas de que pagaría muchísimos yenes, pero al menos se abrirían
las puertas automáticas, un chófer perfectamente uniformado le ofrecería
bebidas diversas, haría un recorrido feliz hacia una posible aventura. Los
taxis allí son también otro mundo. El trabajar como máquinas y no saber
solazarse es intrínseco al mundo entero, con la excepción de los españoles,
que, en contra de las apariencias, somos los que más trabajamos, pero también
sabemos disfrutar como nadie o mejor que nadie, de la vida, con nada. Las dudas
vienen si este mélange interesa dentro del país o no, o quizás es mejor
que estos talentos de seres escogidos, que así tengo yo a los ibéricos, estén
mejor desperdigados por el planeta dando por saco, porque lo que es todos
juntos... ¡le fine!
Para Teresa la
única acción de ir a buscar aventuras le parecía vomitivo, era el plan de las
amigas de los viernes noche o sábados, salir a ver qué pasa, ¡deleznable! Mil
veces sola. Teresita Méndez era la leche, simplemente nunca salía por la noche
—quizás porque siempre cambiaba su vida como los espejos— y aquella noche era oscura,
mucho, quiso salir y quiso hacerlo de forma confortable. Salió como una reina. Shiatshu
era uno de los pocos locales adonde
acudían lo que en el argot se decía occidentales, y en esa raza, lo mismo
podías encontrarte franceses, americanos, alemanes, italianos, peruanos,
canadienses... que uno de Burgos..., no tengo nada en contra de los burgaleses,
pero tiene menos glamour ¿o no? Es como las palabras ‘chorizo’, ‘cebolla’,
o ‘paté’, ‘saumon’, ‘foie’, con las primeras te sientes como las
serranas del Arcipreste de Hita, y con las segundas te imaginas ser Emma Bovary
de cena con los mismísimos hermanos Goncourt mano a mano; es el debate de lo
extranjero y de cómo nos ha llegado en nuestra tradición histórica, del cómo
apreciamos todo lo externo, nada lo nuestro y biceversa. Bueno, a Teresa le
habían hablado algunos compañeros –más amables en apariencia- que todos los
viernes se dejaban caer por allí, que fuera, que ya se verían.
Era lógico, lo
mismo que a los occidentales les parecen los orientales todos igual, sin
distinguir entre coreanos o chinos o japoneses..., pues, por asimilación,
occidente también es así, para los orientales todos los blancos son igual y
huelen como a pis. No sé bien qué hacen con los africanos en cuanto a las
distribuciones. Surgieron al tiempo ecos infantiles no superados cuando al
entrar recordó las palabras que su madre siempre le repetía cuando volaba su
adolescencia: “mira Tere que en esos lugares y a esas horas no hay ningún
hombre interesante”. En cierto modo, la experiencia le había demostrado una
parte de razón en esto, por ello no había psiquiatra que le arrancara la
fijación...¡la noche, siempre mala!...en fin. Llegó y se encontró con unos diez
tíos o mendas y el equivalente en mujeres surcando la barra de la tasca del lugar
en el que había que entrar cortando el humo a cuchillo, lo que a Teresa ya le
horrorizaba por su increíble manía de tener que oler bien, el humo de cigarros
olía muy mal, y atascaba sus perfumes franceses, Ella que siempre era
protagonista, la starring de su vida oliendo a tabacazo, ¡qué maripuri!
En fin, ya no era momento de echarse atrás, ya había visto a Azucena —otra colega de las de español—, al
absurdo de Luis de la Universidad de Takarazuka, Hidefuji Someda, Tetsuo
Yosikaua, y Nama, entre otros más, y
ellos ya la habían visto entrar, con lo cual la huida era imposible.
-¡Socooooorro me quiero ir, quiero mis adjetivos
calificativos! Nadie contestó.
Honorables y
orientales saludos varios, golpes de cabeza, hipócritas sonrisas de bienvenida,
mucho teleñeco en definitiva, un enorme instrumento, un violonchelo, otro más
pequeño, un violín, y dos hombres a los que Teresa no conocía ni de cerca ni de
lejos. Uno de ellos llevaba cabellos rubios largos, recogidos en una coleta con
lazo negro, un tal Patrick Carrión, francés, y otro italiano, precisamente de
Cagliari (conozco esa ciudad y cuando Tere me contó…), se llamaba Francesco
Buonarotti, como casi todos los italianos, impecable; en cualquier caso, ambos
entraban en la denominación de "occidentales" y eso en Japón daba
mucha alegría. Poder mirar ojos normales, cabellos normales o sin cabellos,
honradas calvicies curradas a fuerza de
hormona masculina... En fin, no quiero decir con esto que los japos no sean
machotes, ¡no por Dios!, ni que todos tengan los pies muy pequeños, ¡no por
Dios!.. es que no sé, no sé, se decía Teresa.
Su rostro, el
de la españolaza, cambió, porque además de todo en el Shiatshu, donde
siempre se hablaba inglés, resultó que los dos nuevos hablaban mucho y sobre
todo querían hablar español, ¡bien! Ya sólo por eso había merecido la pena
salir, hablar la lengua madre a veces viene a ser más que una bendición del
cielo, más que el maná bíblico, más que el mundo entero, sobre todo para
alguien tan tímido como Teresa. La timidez fue uno de los denominadores comunes
entre Teresa y Japón, por eso se sentía bien. Observó que aquellos dos eran
músicos...¡claro sobre todo cuando tienen al lado un violonchelo y un violín!
No será para sacarlos de paseo como a una mascota! O alomejor si, hay gente muy
rara. Teresa pensaba: amarán a Puccini y a todos los demás, ¿tal vez a
Schumann? Ah, pues yo podré ser como Teresa Schumann, seguro que aman a todos
mis autores preferidos. Esa es otra costumbre virulenta del ser humano, el
pretender que los demás sueñen y les guste las mismas cosas que a uno. Mal, muy
mal.
El caso es que
la noche se prometía tranquila, menos mal que a los compañeros de Teresa no les
había dado por desbarrar pidiendo sake y emborrachándose en cinco minutos como
era la costumbre de los nativos, ¡qué raza tan compleja! ¡Qué seriedad y
educación y qué forma tan bochornosa de perderla en cuanto se atizaban una
simple cerveza o biru como dicen ellos! Los chicos parecían tranquilos y
recientemente habían terminado su actuación con la Orquesta de Osaka en el Teatro
Kintestshu, un auditorio bárbaro que tienen allí como todo lo de ellos,
pura megalomanía. En fin, eran músicos invitados como solistas principales de
chelo y violín. Francesco era dulcemente amable, boca de melocotón, con hidalgos
modales, enormemente atractivo, varonil, vestido con exquisitez, virtudes que
además de llamarse Francesco le definían como "el italiano", ya sé
que el seudónimo no es nada original, pero los nombres sí, ¿verdad? No es lo
mismo conocer a Francesco y Patrick que a Manolo y a Pepe, por poner un
ejemplo, bueno, ellas me entienden, a las starring les pasan estas cosas
y a las amigas de las starring pues también ¡lo siento!
Francesco tenía
las piernas cruzadas como una mujer, unas piernas muy delgadas que cubría con
un pantalón muy clásico de cheviot verde oscuro, chaleco alto, corbata a la
antigua de nudo muy ancho y una chaqueta a lo Cary Grant, larga, cruzada y con
doble botonadura. Olía a Azzaro. En esto del olfato, Teresa era
magnífica y esta cualidad le ayudó mucho en su vida, se parecía al protagonista
de la novela El perfume de Patrick Suskind, Jean Baptiste Grenouild, o
la protagonista de El amor en los tiempos del cólera, Fermina Daza,
también bastante starring, quien descubre la infidelidad de su marido
médico olfateando en su ropa; Teresa también era así, un poco chucho. Y había
calado el olor del Azzaro un poco sudado en un cuerpo moreno y limpio...
aquello era el colmo de la atracción. El tal Francesco no era consciente de su
potencial, como casi nadie lo es cuando de verdad se tiene, ni la misma Teresa
lo era, pues siempre se consideraba una mujer del montón de los montones, con
arrugas por doquier, y en el fondo, sin llegar a poder controlar la capacidad
camaleónica que su cuerpo y su rostro podían llegar a producir. Teresa podía
llegar a ser un animal de seducción, pero ella ni lo sabía, ni le interesaba
nada en absoluto. La vida, un salto de tropiezos.
El Francesco
era como se dice en los madriles un figura, un vivales, y ya le hubiera gustado
a ella pasearse con él del brazo y no con el cochon de su ex marido por
algún lugar. El marido de Teresa dejó de existir en su día, lo que es morirse
vamos. Francesco era de los que te agarraba del brazo como si hiciera mucho
frío, como en las fotos en blanco y negro de los antiguos cuando iban por la
calle, parecía que fueran diciendo ¡qué no me quiten a la que es mía!. La
infeliz Teresa pudo comprobar estas ideillas salidas de su mente, este
adelantarse a los sucesos después, más tarde, porque él la cogió así del brazo.
En fin, Francesco era aquel hombre con quién soñar, en quién pensar en las
noches de tormenta, al leer a Bécquer, o al pensar en un revolcón o en un viaje
al Taj Mahal o al mismo Senegal. En efecto, Francesco, con toda probabilidad, lo
mejor que tendría que decir lo diría en la cama. Teresa, a quien le gustaban
más bien feos, pensaba que ir a la cama sólo, como única y desesperada solución
sin más que hablar, se debe hacer sólo con los extraordinariamente guapos,
porque éstos no tienen palabras, sólo culo donde agarrar y cuerpo donde
acariciar. Los sin palabras.
Era obvio que
Teresa estaba llena de tópicos, y por más que se lo he dicho nada, pero hasta
su momento, no había encontrado la excepción, quizás la meta de su vida era
encontrar la excepción como en Gramática Generativa, para luego no llegar a
ninguna parte. Si Eva Ojeda —nuestra amiga puta— le hubiera conocido hubiera
encontrado sin duda el motivo para dejar de serlo, ¡qué hombre, por Dios, más
bestial!. Me espían mis pensamientos. Pienso que no pienso (...) La realidad
está al borde del hoyo siempre. Pienso que no pienso. Como un golpe en la
mente de Teresa se repetían los versos de diferentes poemas de Árbol adentro
de Octavio Paz, ese compañero infatigable que había sido el poeta mexicano
para Ella en Japón. Así machacaban cuando, sin embargo, se fijó en Patrick,
éste no sólo era músico, sino que lo parecía, que ambas cosas son fundamentales
en un artista. Ser y parecer. Es una sobreactuación de las situaciones y sobre
el mundo que nos rodea, primero hay que creer firmemente en la situación, en el
papel que nos ha tocado o en la situación que hemos elegido vivir, después hay
que trabajarlo bien, interiorizarlo, visualizarlo dentro, desde la
introspección de nosotros mismos; es un proceso actoral, es el proceso de
Stanislavski; para después poder conseguir que los demás, la comunidad, los
seres que nos rodean nos acepten exactamente en aquello que nosotros queremos,
y esta aceptación será realizada en la medida en la que hayamos hecho bien
nuestro trabajo, nuestra fuerza. El aplauso es secundario. A Patrick había que
aceptarle como músico porque era imposible imaginarle de otra cosa, no podría
aceptar otro personaje por nada del mundo, era como si hubiera nacido para
ello, por eso era tremendamente honesto con la vida y con los humanos, eso
luego se demostró. Teresa sintió eso de Patrick nada más verle y sintió una paz
indescriptible, ¡por fin estaba con alguien de verdad!, ¡por fin estaba con
alguien que estaba en su sitio y que estaba porque quería ser y estar donde
quería estar, había hecho su proceso de aceptación y probablemente había roto
más de un espejo! Quería ser Patrick y no otro, no sería jamás un ser
envidioso. ¡Bien, Patrick sí merecía la pena! Teresa extrañada preguntó al
franchute, es decir, a Patrick:
—¿Por qué hablas tan bien español?
—De pequeño estudié en un colegio español. Somos de
Toulouse, mi abuela era española y mi padre también. Dejó escrito mi abuela
—ella murió cuando yo tenía 8 años— que yo llegase a dominar el español como
para llegar a comprender la literatura escrita de los clásicos. Mi abuela
(paterna) no quería que la lengua de mi madre —el francés— invadiera mi
español, siendo mi lengua materna el francés. Es verdad que el español de los
exiliados en Francia se ha perdido en la mayoría de las generaciones
posteriores, no fue el caso de Patrick. Domage.
-Mis padres se separaron pronto –continuó el
músico- y yo me eduqué con mi madre, de ahí el miedo de mi abuela a la pérdida
del español. Es que mi padre es un conocido crítico literario, profesor de
universidad, en fin un pez gordo de las letras hispánicas, como tú te dedicas a
asuntos lingüísticos según me han contado... pues por eso te lo digo. Y por ahí
siguieron hablando.
A Teresa, ya se
le habían puesto los ojos a cuadros, un francés que conocía literatura española
y al que había conocido en un garito en Japón, desde luego que la noche estaba
de suerte. Jamás hay que buscar aventuras, sólo con vivir la vida en su fluir
normal es suficiente, la vida en sí misma ya es una aventura.
—¿Y realmente has conseguido que te guste la lengua
española? — preguntó Teresa.
Patrick dijo
que sí, que no sólo eso, sino que además había vivido, dos años en Madrid y
otros dos en Buenos Aires para hablar, sobre todo para sentir por medio de la
lengua cómo es la vida.
—Osea, que has buscado tu gramática, el soñar de
las palabras. ¿No te gustará Borges verdad?. Dijo.
Patrick y
Teresa llegaron a ser todo en la vida. Tuvieron la relación más rara que
yo he visto…Encontraron una gramática común y crearon por eso un mundo.
Fabricaron una realidad. Ya se leerá en otro lugar.
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