Ana no daba crédito a lo que estaba viendo. Era
el mismo olor que ahora recordaba como si fuera ayer, y mientras pensó esto,
pensó igualmente que ya había leído en alguna parte aquel acontecimiento.
¡Claro! Era Kundera. Siempre Kundera cuando en La inmortalidad escribe:
"El concepto del amor europeo tiene sus raíces en terreno
extracoital". Esto es un tostón y de aquí no paso, leía para sus adentros
no sin angustiarse ante lo que le estaba sucediendo. Ana seguía observando
sin parar, porque no podía parar al contemplar con aquellos ojos que ya se
sentían muy ancianos, mucho. La vida para ella se había construido a partir de
células que buscaban sus manos, se instalaban un tiempo y morían, de ahí a
recoger otra célula para que se instalara, siempre así, viviendo en el gerundio
del cambio. Siempre el gerundio. Quizás ahora sentía que de verdad podía, debía hacer lo que le diera la gana. Era esa
la razón por la que siempre estaba de un lugar a otro sin rumbo fijo y sin gana
de quedarse tampoco en algún lugar. Otros tenían otra realidad. Otros tenían
una célula que había ido a parar a sus manos de individuo, se instalaba y hasta
siempre. A este tipo de gentes Ana los consideraba como los adaptatus
socialis. ¿Cómo iba a poder siquiera a convivir con ellos? Su vida era
radicalmente distinta y estaba dispuesta a continuar con que esto fuera así. El
discurso sobre La inmortalidad de Borges era otra cosa claro.
“¡Quiero comprar un traje de lino!” Había dicho él, y Ana atónita le
miraba pretendiendo con aquella mirada sucumbir en su interior masculino. ¡No
sé qué quiero de él, comérmelo, abrazarle, decirle todo lo que le amo, o todo
lo que desde siempre le he amado! Ahora tenía ante sus manos la única
posibilidad, pero ahora ya Ella se sentía anciana, casi al final sin demasiadas
ganas de seguir, ¡otra vez El Horla! Me marcho a mi habitación, dos
lágrimas enormes, espesas, dos lágrimas de engrudo caían en su mejilla, unida a
aquella opresión anginosa que siempre se presentaba en casos así. Daba igual,
todavía no era su momento.
Pronto será invierno en Rusia y el oxígeno se me
va como se me van las ilusiones para que permanezca el cansancio, éste tan
espectacular, y, sin embargo, si lo pienso fríamente me doy cuenta de que Todo
está en Proust. (Este es el maldito hervidero de grillos de la cefalea). La
situación volvía a ser la misma, como que me paso la vida haciendo curriculums
sin vitaes de ninguna clase (otra vez el moscón enorme). Fue entonces cuando
sintió que sus palabras estaban vacías. No estoy describiendo nada, pensó, y
era hasta cierto punto lógico, ¿cómo iba a describir lo que por naturaleza no
existía? Fue entonces cuando recordó que en una lectura, El Horla, que
una noche realizó de Mauppassant, igualmente había enfrentado una realidad
ficticia. Fue entonces cuando una angustia morada recorrió su cuerpo, al
recordar que no podemos ver nuestra propia persona en manos de otra, ni siquiera
nuestra propia humanidad. Sentía un vacío indescriptible, vacío en el que no
paraba de llenar folios en blanco con mil disparates. Volvía de nuevo a estar
en una situación límite. La vida era así y así iba a seguir por el momento,
trepas que matan por un lamentable puesto de trabajo al amparo de nadie. Esa
era la única verdad la que a todos nos molesta y nos hace muchas cosquillas en
la barriga y aún en otros lugares peores que ni mencionar quiero. La obsesión,
la maldita obsesión de asegurar las habichuelas eso era lo que destrozaba la
creatividad. Lamentablemente para Ana había sido así. Ella que tenía un gran intuición ante la vida, había salido al paso de la misma como una gladiadora de lo cotidano, de
la supervivencia más absoluta, con una idea siempre clara de que a la vida hay
que darle virajes fuertes, porque si no te los da ella a ti. A ese juego
estaba, al de sorprender a la vida y con ello guiar su destino, adónde: hacia
lo insólito. A un lugar que con probabilidad ya había estado con frecuencia, al
lugar del conocimiento, de la calma temporal donde el espíritu ya está en un
plano que supera el ostracismo ético de otros días. Ella, desde su conocimiento
podía asumir lo cotidiano desde otra perspectiva superior, mucho más superior y
mucho más condescendiente con la debilidad del ser. Del ser atrapado por la
medianía de la que hablaba Turguèniev o por la mediocridad de su propia
creación, o por la necedad de la globalidad de los humanos que se arrastran
pretendiendo llegar a lo infinito, sin llegar a nada, sin llegar ni al
conocimiento de su propia existencia. Es decir, no llegar a ningún sitio o
llegar a esa línea del mar que todos vemos y que nunca podremos tocar..., pero
necesitamos verla para vivir, porque es la línea clara del horizonte, y
viéndola, contemplándola, pensamos que tenemos un horizonte cuando en realidad
no tenemos nada, sobre todo si lo que tenemos delante es un pensamiento acerca
de la materialidad de lo finito.
Me preocupa el volar, me preocupa el vacío, el
salto, quizás el abismo y es en ese espacio taquicárdico donde me convierto en
pájaro y voy hacia la experiencia, hacia el suceso, la incidencia, la peripecia
cual heroína de novela en su búsqueda. Lagartos y más lagartijas que corretean
sin cesar por paredes y suelos, ¡qué buenas son las lagartijas!, ¡y los grillos
también! Esos sí que nos dan la
sensación de vida y frescor necesaria a cada rato estival, mucho más que el
champú de hierbas ni mandangas de esas. En la noche, una de esas noches fresquitas
de verano y otoño al son de los grillos, esas sí que son merecedoras de
vivirlas, con un buen libro, salamandras y lagartijas que suben y bajan a su
antojo... ¡eso es vida y con qué poco se vive!
El elefante
quiere llegar. Nada como la vida misma para sorprendernos. Por primera vez
estaba en el escenario con verdaderos artistas de gran talento, como personajes
no están nada mal, ahora estaba consiguiendo aquello que es el motivo principal
de esta historia de aficionada. Ana estaba en el entierro de su padre. Yo,
también como mi amiga he eludido a mi creador y no sé si los personajes
terminan por ser seres humanos, o al contrario, no sé si partimos de la ficción
o de la realidad construimos un mundo imaginario. Ahora ya están aquí las
moscas otra vez a entorpecer la labor y he visto a mi creador, que es el
enemigo más terrible, más enconado de mi progreso y, sobre todo, de mi
inmortalidad.
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