Respirar, oler, ver, utilizar todos los sentidos como en una
ensenada. Estar vivo y ser reconocerse en un todo. Laura tuvo siempre
la ilusión, el proyecto de ir algún día por tierras africanas, con razón,
llevaba escuchando
desde bien pequeña el hambre que se pasa allí que a nada que
uno tenga un poco de solidaridad o de caridad, te dejas caer como sea. Yo,
por el contrario, siempre he pensado que no hago nada en tierras africanas,
que es peligroso y que solo sirve para enaltecer tu propio ego haciendo algo
por los demás cuando en realidad lo puedes hacer, hoy, puede que con
el vecino del quinto, que sin duda necesitará ayuda. Todos necesitamos
ayuda, en un momento o en otro, reconociéndolo o no, pidiéndolo o no. El
caso es que nuestro amigo Pepino se había quedado a vivir en África hace
muchos años y sólo sabíamos de él muy de tarde en tarde. Togo, creo que
es de los pocos lugares donde se puede esperar, esperar, sólo esperar, en
las ciudades occidentales no se espera nada, no nada hay que esperar. Después de haber
salido de Santiago de Chile, dos años después, merced a las
maniobras de embajada de Pepino, Laura se marchó con Máximo, que así se
llamaba en realidad Pepino, a aquel viaje de puras coincidencias por el
continente africano, tan solo coincidencias.
Laura, volvió a Madrid, pero él, el hombre al que gustaba
descansar debajo de un roble, no volvió, Máximo nunca más volvió ¡qué
inverosímil puede resultarnos el no poder volver a algo! Tomó un avión
hacia Lagos, y
de ahí a Togo, en Daomei, para visitar la comunidad de
cooperantes de origen misionero, sería el fin del recorrido, aunque en realidad
eso no era lo que estaba buscando Laura, puede que ni ella misma lo
supiera ¡Maldito Lagos! Seis carriles de autopista que desembocan en un
puente de una sola dirección para entrar en la ciudad. ¿Por qué se empeñan en
hacer diez mil carriles para desembocar en uno solo? Eso mismo es lo que
sucede en Madrid por más autopistas que hagan. ¡Qué manera de engañar a la
población con tanta carretera y ningún dinero en reforestación o
energía solar! Es obvio que siguen pensando que los ciudadanos somos tontos y
de esa manera damos ¡más opio para el pueblo!
Ahí fue donde conoció a un tal Mauro Pignotti, que así se
presentó cuando ambos se apearon del taxi, ya que el taxista,
desesperado, les dijo que se bajaran, pues faltaban sólo dos kilómetros y según
aquellas circunstancias
lo mejor era hacerlos a pie. Laura ya había dejado gran
parte de sus dineros a los buitres de la aduana que, para sacarle dinero, le
habían retenido el pasaporte; pasaporte con el que pudo reencontrarse
gracias al chantaje.
África es así.
Laura, en realidad, llevaba poca ropa, poco equipaje, porque
a Ella le ha gustado toda la vida comprar y asumir las costumbres del
lugar adonde llegas, haciendo honor a los dichos quevedianos, sólo que estos
dichos quevedianos en África no te sirven de gran cosa; con todo, lo mejor es
no ir de europea prepotente, pero tampoco pretender parecer o ser —que
ambas cosas no son lo mismo, en según qué casos— como ellos, porque te
creará muchos problemas. Lo mejor es ser normal
dentro del consejo quevediano. A Laura, no se le ocurrió otra cosa que prestar su igualitaria y
feminista ayuda al Mauro de las narices, pues éste iba cargado con dos grandes
maletas y una más pequeña.
¿Por qué Laurita se ofreció a llevarle una? Pues porque a
veces también es imbécil con eso del feminismo, lo hemos hablado en muchas
ocasiones. Cargando la maleta ajena, cargando la
maleta, la más pesada del mundo,
nunca en su vida hubiera pensado que una maleta pudiera
albergar tal pesadumbre, más pesadumbre que la humanidad entera tocando el tan-tan. Cargaba con aquella maleta desde su perspectiva igualitaria
y reivindicativa de feminismo absurdo durante unos interminables tres
kilómetros de calor tropical, de olor a vegetal, de humo de coches muy viejos, más Ut, más Ut,gritaba aquel italiano descerebrado y loco.
—Más Ut, más Ut.
—¡Pero qué dice este tío!
Con toda probabilidad se dislocó el hombro, las muñecas, el
cuello, las cervicales..., pero Laura, impertérrita, quería demostrar al
mundo entero otra de sus absurdeces, quería demostrar que su delgadez
extrema era igual
al cachazudo cuerpo del italiano que caminaba a toda leche
con gran donosura, con el más Ut, más
Ut de locos, mientras se destrozaba en el
afán de su reclamo feminista que en aquel momento, es decir, que en
África, resultaba irracional, completamente irracional. Era la irracionalidad
de Laura en realidad la que una vez más le impulsó el coraje de llegar, y
finalmente así fue, llegaron, cual Pelayo y un puñado de hombres por
las montañas de Covadonga —ese es muchas veces el contexto de Laurita, una
lucha para todo, absurda, como la de Pelayo.
El hotel, lo de siempre, africano, contemplado en su
perspectiva como un oasis, uno de esos Continentales,
donde no había habitaciones, es decir, no había habitación para Laura: un oasis de ilusión. Laura
había prometido a Pepino como íntimo y gran amigo de su padre que era, hacer
un gran reportaje sobre su vida, labor y trabajo en África, con la idea de
poder influir en las conciencias y por qué no en los bolsillos y en el
tiempo de otros, para que fueran allí a echar una mano, que buena falta hacía.
El hombre italiano, Mauro Pignoti se ofreció a cambiar su
habitación reservada y sencilla, por una doble con el fin de devolverle la ayuda
prestada a Laura. Es obvio que mi amiga aceptó el reto, total pensaba
ella: «¡qué me
va a hacer el pollo éste, tan feúcho como es, para ser
italiano!, África es diferente del mundo, además no me queda otra». 
Laura se carga de razones sobre todo cuando en el palmeral
de su mente hay corrientes alternas y huracanes, en ese momento es
cuando se pone madura, coherente. La cuestión es que pasó la noche sin poder
dormir, obsesionada con la idea machacona: «¡qué diablos lleva este italiano en
las maletas!»Mauro Pignoti, por la mañana, se había marchado sin
decir adiós —a hacer gestiones, decía—, y como un señor había dejado
pagado el desayuno, también continental,
y la siguiente noche, por si acaso. Laura
no volvió a verle más, pues tuvo suerte y encontró, después de mucho
esperar, vuelo para Cotonou, en Daomei, hoy República de Berín. Por
fin, pensando si no habría dormido en la misma habitación con un
traficante de armas, por lo menos, desveló su intriga y se atrevió a abrir
el equipaje del italiano. He aquí la luz: Mauro Pignotti, representante de
azulejos, leyó en las tarjetas de presentación. ¡Malditas maletas! Cargadas de
azulejos, ¡con razón...! Es de suponer que los africanos también compran azulejos a
representantes. La vida casi siempre es mucho más sencilla de lo que la
imaginación origina en ella con sus incursiones extravagantes. Nadie
hubiera pensado en aquel momento que ese italiano en aquellas circunstancias
llevaba dos maletas de toneladas de azulejos, allí, en África, por muy
sencilla que sea la vida; pues, sí señor, la vida más que sencilla es kafkiana.
Allí, en Berín en un hospital perdido, a tres días de
Cotonou, encontró a Máximo, al doctor Máximo, a Pepino, quién le desveló la
gran verdad que ella había estado buscando como eje principal de su
investigación: las ONG son una mentira y mientras los gobiernos de ese
continente no dejen de ser corruptos, nada se adelantará: vete a Mauritania que
allí podrás hacer un reportaje serio de las desapariciones de fondos. Don
Máximo es, también
he tenido la oportunidad hace años de conocerle, de los
pocos médicos que dan literalmente la vida por los demás, y así lo venía
demostrando durante largos años de viajes de un país a otro con buenos
programas de atención a aquellas gentes, sólo que estaba completamente
desolado con el trapicheo y el oportunismo de muchos grupos de cooperantes,
de las oenegés como así él las llamaba. Bueno, con él Laura sólo podía dar
constancia de la enorme pobreza de las gentes, de las interminables filas
de pacientes que acudían a verle, de lo pobrecitos que eran, de lo poco
que se les quiere, del cúmulo de enfermedades que albergan sus tristes
cuerpos... En suma, el gran cuadro de miseria humana.
Para Èmile Zola, un creador, inventor y configurador del
alma femenina, la novela experimental debe reflejar la verdad, la realidad
no debe describir ni inventar situaciones irreales que el lector no
reconozca como verdaderas: «es una experiencia auténtica que el hombre hace
sobre el hombre ayudándose con la observación». Le he dicho muchas
veces a Laura que es difícil creer las cosas que le pasan, la
realidad supera a la ficción, está claro, y sin embargo, el lector debe reconocer la vida
misma no sólo en la lectura, también en el teatro. El teatro como los
viajes a África, debe —aun siendo representación— reflejar la vida tal y como
es dando lugar al fluir del paso del tiempo, de las situaciones
reales, sin interpretar el mundo en la mente del que escribe, sino dando al
espectador una verdad, un fragmento de la vida humana. Un plebeyo nunca se
entrevista
con un rey, por tanto esa no es una situación verdadera, sí
lo es un matrimonio que discute sobre divorcio o el transcurrir de la vida en un
salón burgués. Sin embargo, ahora vemos cómo las representaciones
están cambiandoy por tanto, dando al traste con la vida misma, ahora los
plebeyos no sólo se entrevistan con los reyes, sino que se casan con
ellos. Por eso el arte también debe cambiar en función o en honor del devenir
de los tiempos.
Como estamos en un mundo que de momento está del revés,
forma parte de él también el olvido, el cerrar los ojos al hambre,
a la mutilación,a la tortura, a la enfermedad, porque forma en este momento
parte del paisaje, el dolor es el decorado y nos parece normal, real,
asumimos sin problema esa perspectiva. Laura, en su viaje por África solo
encontró estupor, padecimiento, martirio, tormento. Eso es viajar por tierras
africanas, algo poco creíble, tan solo destacable por su aire
superrealista: la deshumanización de la realidad.
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