Aquella noche
fue cruel en cuanto a recuerdos y retorcimientos, cenó con él, después soñó con
él y sin embargo seguía pareciendo todo aquello una invención del
subsconsciente. Aquella noche soñé con miles de madres que de forma sistemática
movían sus bocas en un sólo grito, igual que en una coral, el dolor de las
madres no tiene raza, lo hacen de forma inconsciente todas ellas. En aquel
sueño cantaron muchas madres que al mismo tiempo, como en una coreografía,
movían la boca con el bebé en la mano acercándole la cuchara para dar la
papilla a su bebé —también es un hábito generalizado el mover la boca cuando
alimentas a tu bebé—; un grupo, como un coro griego, se niega a hacerlo, están
mudas, unidas y serias, los bebés en el suelo, ellas los pisan, nada tienen que
darles, por tanto, no pueden hacer la mueca que todas las demás sí hacen. ¡Qué
triste es ser madre y no tener comida para tus pequeños indefensos! Martillea
esta frase en mi mente como una letanía en varios idiomas.
-¡Pero si yo no hablo idiomas! .Entenderás por fin
lo que significa el mundo de los sueños: aquí todo se cumple, -susurraba una
voz allende las paredes-.
De pronto,
recordé que en el siglo XIX, casi como hoy, donde la familia era concebida como
un microcosmos del Estado, la prescripción para las mujeres burguesas era la de
lograr que aprendieran a querer criar a sus hijos, contra la práctica
común de contratar nodrizas o amas de cría que entre otras cosas amamantaban a
los niños. Como ahora, que amar la maternidad también empieza a ser un horror,
es obvio que no está de moda, o al menos lo está a ratos, quizás en el embarazo
del primero que es cuando estás más mona. También las hay que se creen únicos
habitantes del mundo y se deciden a escribir un libro sobre la maternidad, un
hecho a todas luces normal, natural, y no exclusivo de algunas que después
comprueban que seguimos siendo iguales, y que ningún hijo vale más que otro, ni
una es más madre que otra.
En aquel sueño,
mujeres muy bellas tiran sus hijos al aire o contra los cuadros de las paredes
al tiempo que envían sonrisas a hombres que salen al encuentro. Hambre, dolor y
frivolidad eran los elementos que me propugnaron aquella noche enorme
agitación. Me desperté con arcadas. Cada vez que lanzaba escupitajos, estos, se
convertían súbitamente en saltamontes de color sepia, metálicos y con motor que
salían de mi garganta, uno tras otro, arcada tras arcada, hasta llenar la
estancia de miles de saltamontes que pilotando su propio motor habían
convertido mi habitación en un circuito de carreras con un enorme ruido, ruido
y más ruido, maldito brumm de mi cabeza, ya está la cefalea.
Mientras,
contemplaba aquella unión pictórica de las mujeres que mueven la boca, de bebés
que gorjean, de otras que gritan, otras que zapatean sobre sus hijos, otras que
ríen con hombres y la carrera de saltamontes... Entra Isabel con dos sobres que
habían llegado certificados. Todo era vacío en la alcoba, sólo el alivio absurdo de lo cotidiano nos salva de la locura: "Señora, comienzo por la cocina..."
-Sí, sí, Isabel comience por donde usted
quiera...”, total va a hacer lo que le dé la gana. Hay que reconocer que en
ocasiones, ante la tragedia, ante el horror ¡qué bueno resulta lo cotidiano!
Limpiar con lejía el water, preparar el café con tostada de aceite de oliva y
sal, apestar toda la casa con el puchero de cocido... ¡Qué gusto nos dan estas
cosas cuando uno está al límite! Cómo reconforta el despertar cuando estamos en
un mal sueño, aunque sea para estas pequeñas cosas que a menudo desestabilizan
nuestro mundo de sueños y de ilusiones. ¡Qué bueno es vivir! ¿Quién va a
preparar el café con tostadas, y quién va a ser el guapo/a que vuelva a limpiar
el water con más lejía, hoy?
De súbito recordé que en las tumbas, cuando estás
debajo de la tierra, también sucede esto: nadie te oye y te pondrías muy
contento de poder degustar —si eres español— un buen plato de alubias con
chorizo. Ya sabemos que los japoneses dentro de su caja de muerto comerían su sushi
y los franceses sus patés...Estas dos razas me han tenido y me
tienen perpleja, confieso que no los entiendo aunque en ocasiones quisiera ser
japofrancesa. Lo cierto y sin peros es que cuando estás metido dentro con la
tierra por encima ya no lo puedes hacer, y nadie se acordará de ti como
nadie lo hace de mí ahora, como no lo hacemos ni de los versos ni del dolor de
ser creados.
He soñado con
un mundo de sueños que me persigue tocando las castañuelas y el tan-tán y sin
embargo no puedo hacer nada por él. Hombres que van y vienen vestidos con botas
de charro y cantando asturianadas. Es evidente que no saben cantar pero lo
hacen. ¡Qué buenos los hombres y qué vanidosos que son! Me quedo con las madres
y los saltamontes, así me vuelva loca.
2 comentarios:
Yo me quedo con los bosques y los acantilados de Galicia una tierra de brujas y hechizos.
Enamora a todos los visitantes que saben apreciar el mundo y las buenas imagenes tiernas de amor que dan sus parajes de en sueño.
Pues sí, Galicia es un lugar fuera de lo común e invita a lo onórico constantemente.
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