Sonó la sirena de la Estación, Pocapa había girado en torno suyo mirando con
disimulo para ver si alguien le seguía. No era cualquier cosa aquella aventura
pues tenía tan solo diez minutos para encontrarse con Pocapo en el vagón-lit
número 087 que les llevaría a París. Tendrían que dormir toda la noche en el
tren y tan solo restaban ya 15 minutos para la salida que estaba programada a
las 20:00 horas. Pocapo, todavía no había llegado, ni rastro de él. ¿Habría
conseguido las pruebas irrefutables de la culpabilidad del asesino?
Llevaba
un microordenador que le servía al mismo tiempo de cámara oculta con la forma
de un colgante muy bonito de color morado y con rebordes de plata. Por medio de
este colgante Pocapa podía grabar todo lo que sucedía a su alrededor.
Cuando
llegó al tren y no encontró a Pocapo comenzó a inquietarse porque no sabía bien
qué hacer cuando el revisor se le acercó a pedirle su billete:
-Por
favor señorita puede enseñarme su billete?
-Sí,
claro, como no...
-Pero
es para dos personas...y usted está sola, si no me equivoco.
-En
efecto, es para dos, pero es que todavía mi hermano no ha llegado.
-Pues señorita: faltan tres minutos para la salida.
Cuando el revisor dijo:
faltan tres minutos, Pocapa no podía soportar por mucho más tiempo la tensión.
Anunciaron la partida del talgo Madrid-París y su hermano no llegó.
Pocapo y Pocapa eran dos
hermanos mellizos nacidos en Madrid y que ya se habían dado a conocer en el
mundo policial por sus capacidades excepcionales de investigadores privados,
sobre todo cuando aunaban fuerzas. Era ya tal la complicidad que no podían
trabajar separados el uno de la otra. Como corresponde a su ocupación de detectives, su trabajo consistía en descubrir
culpables, aclarar asuntos farragosos y ocultos, desfacer entuertos
quijotescos, destapar robos,
infidelidades... cualquier cosa podía ser motivo de investigación y sobre todo
de espionaje.
Trabajaban por cuenta
propia desde hacía diez años y ahora ya comenzaba a pesarles tanto asunto
porque no tenían nunca vida privada. Con tanto hacer y desfacer por los demás,
resultó que su vida cotidiana se vio mermada de posibilidades, de libertad...en
suma de poder vivir.
Ese Talgo lleva a muchas
familias a DisneyLand que felices ocupan todos los compartimentos haciendo
mucho ruido por donde quiera que van, parecen contentos, van de ocio con la
cabeza llena de ilusiones, gritan unos de felicidad, chillan otros porque se
buscan y se despiden por las ventanas. Lo que no sospechaban aquel jueves por
la noche en la Estación de Chamartín es que ese tren iba cargado de
asesinos.
No lo supieron, nunca
supieron cómo aquella mujer de pelo naranja, medias de rayas, abrigo amarillo y
gran bolso verde de cuadros podría ser un detective, parecía imposible, pero el
caso es que lo era.
El tren arrancó y Pocapo
no llegó a su destino, de modo que Pocapa tuvo que emprender el viaje sola, en
su compartimento previsto para dos pero que ahora era solitario y casi, casi,
lúgubre.
No daba crédito a lo que
sucedía. Dentro de su deseperación y de no saber qué iba a suceder con su hermano que no había venido, decidió
ir a la cafetería, para qué? Pues para tomar algo y distraerse. Pidió un
bocadillo mixto con una coca-cola cuando de repente vio por la ventanilla una
cazadora de cuero azul, sobre unas anchas espaldas que pertencían a un hombre. Reconoció
a aquel hombre pues le tenía en su ficha polcial desde hacía varios años sin
poder encontrar rastro de él. Quiso serenarse, respirar.
Era Lekabolic[1].
Cuando se fijó en él quiso disimular, lo que consiguió perfectamente pues
Pocapa tenía un talento enorme para hacerse invisible y cosas así. “El poder
está en la mente” decía muchas veces. De súbito el tren se paró, eran las 4 de
la mañana. Pocapa salió de su solitario compartimento y preguntó a uno de los
vigilantes del tren: -Oiga, por favor, qué sucede, por qué se ha parado el tren?
-El vigilante contestó:
Es por el cambio de vías.
-Ah!, vale, de acuerdo.
Cuando menos se lo
esperaba y atenta completamente a lo que sucedía a su alrrededor, apareció en
la frontera de Hendaia su hermano Pocapo. –“Hermano, -exclamó, dónde te habías
metido?. Vamos, date prisa, hay que actuar, está en el tren Lekabolic.
-Sí, lo sé le he
reconocido en la cafetería y le he grabado aquí en mi colgante de microfilmar.
-Déjame ver...cuando
contempló la grabación, Pocapo que tenía una astucia muy particular, se fijó en
varios detalles que Pocapa no había apercibido. Hermana, tenemos que actuar.
En el guardamaletas hay
diversas valijas con armas. Vamos a mirar, ven, deprisa.
Cuando llegaron al
guardamaletas, encontraron al vigilante degollado, muerto en el suelo. Sin
saber bien cómo actuar miraron de un lado a otro por tener las dos puertas
controladas. ¡Ha sido Lekabolic, -exclamó Pocapa. Ha sido él, conozco esas huellas
en el cuello de sus víctimas, siempre deja tatuada una flor de lis.
Tenemos que detenerle lo
más rápido posible, dijo Pocapo con expresión alterada por la preocupación. Sin
poder revisar las maletas con detenimiento pasaron su scanner de alta resolución
y en efecto, todo el equipaje de aquel compartimento estaba cargado de
explosivos. ¿dónde irían a parar?
Cuando el tren retomó su
marcha hacia el norte, es decir hacia
Bourdeaux y varias horas después a París, llevaba consigo la inquietud
de los agentes que no paraban de andar de un vagón a otro con la sola idea
obsesiva de encontrar a los criminales y puede que contrabandistas que estaban
camuflados a lo largo del tren. ¡Qué panorama desolador! ¿Qué prentendía estaba
vez Lekabolic? Se preguntaban una y otra vez. –Le apresaré como se coge a un
conejo y lo pienso fulminar, aseveró Pocapo.
-Hermano, dijo Pocapa,
olvida ya tu pasado y actuemos con la misma frialdad que usan ellos. ¡Hay que
aniquilarlos!
No es ocioso decir que además
de explosivos, armamento y drogas, aquel tren llevaba oculto algo más. Sin
perder la vigilancia, capturaron a dos de los compinches del odioso Lekabolic
que esta vez había ido demasiado lejos. Le vieron saltar por la ventana una y
otra vez, encaramándose a la estructura del tren, ejecutando unos malavarismos dignos del mejor
de los circenses. Le dejaron actuar y actuar con su grupo. Pocapo y Pocapa
estaban esta vez perfectamente camuflados con sus disfraces de “gente feliz”. Vigilaban ojo avizor las maneras raras de trepar que tenía el Lekabolic.
En una de estas, Pocapa
le siguió hasta el último vagón, eran ya las 7 de la mñana y después de una
larga noche comenzaba a amanecer. El olor a tabaco prohibido impregnaba todo
el tren, infringiendo la ley completamente, algo que sucede muy a menudo cuando
un grupo de contrabandistas se ponen de acuerdo para algo. Pero Pocapo pensó
que debía haber –seguro- algo más y en efecto era así. El equipo de Lekabolic
esta vez había ido muy lejos, tenía secuestrados cinco niños en las bodegas de
correo del tren. Estaban atados y atados sin poderse mover, ni respirar. Fue
Pocapa quien lo descubrió metiéndose por una de las ventanillas. Rápidamente Pocapa empuñó su arma y comenzó a
dar tiros al techo, sin parar, ¡pim, pam! Sonaba fuertemente.
Apareció Lekabolic, por
fin, trepando por una de las paredes y subiendose a uno de los muebles que
estaban en la cafetería, lugar donde Pocapa le abordó. Vamos, deprisa...vamos
rápido, decía Pocapo a los niños que amordazados nada podían hacer. Su hermana en un gran salto se avalanzó por
encima de Lekabolic al que paralizó de un golpe muy fuerte en el cuello,
dejándole sin fuerzas para seguir el combate. ¿Pero cómo os atreveis a hacer
todo esto que estáis haciendo? –dijo Pocapa con ira desatada. ¡Desgraciados!,
gritó.
En un movimiento rápido,
los dos hermanos se hicieron con todo el equipo de traficantes del grupo de
Lekabolic, a tiro limpio, claro. El tren tuvo que pararse en las proximidades
de París porque Pocapa hizo explotar una de las bombas. El ajetreo era inmenso,
olor, humo, ruido por doquier....Se subieron al tren un grupo de policías que
estaban ya alertas pues Pocapo en Hendaia les había avisado del peligro que
llevaba aquel convoi.
No pudieron escapar.
Eran un grupo de doce asesinos dispuestos a todo con el pelo rubio, todos eran
rubios, había mucho ruido, mucho humo....De pronto, Pocapo dijo:
eh! Hermanita que te has quedado dormida. Voy a buscar a Papá que ha ido a por
tabaco al compartimento. ¿Pero qué te pasa por qué me miras asi?
-Pocapo!, es esto un
sueño o realmente nosotros somos detectives que hemos resacatado de un grupo de
asesinos y contrabandistas este tren? ¿No hemos liberado a esos cinco niños?
-Hermanita, qué
imaginación tienes. Nosotros vamos con papá a Disneyland como todos los niños
de nuestro instituto y a ti que te pasa? ¿por qué estas tan rara?
-Osea que no somos
detectives...ni estamos en una misión especial? Solo somos unos niños que vamos
a Disneyland?
-Eso es, asintió Pocapo.
No somos detectives...¡qué imaginación! Y no, no hemos estado toda la noche
descubriendo arsenales de armas, ni tráfico de humanos, ni aquí hay asesinos,
ni ese Lekabolic que trepa y secuestra niños para explotación...¿de dónde sacas
todo eso?
-De acuerdo., dijo con
pesar Pocapa, pero entonces ¿qué es esta grabación que tengo en mi colgante?
Era el colgante muy bonito de color morado y con rebordes de plata y dentro de
su microfilm de ordenador estaba grabado todo lo que Pocapa relataba a su
hermano. ¡No es posible! ¡No es posible! Decía Pocapo con desolación...¡pero
aquí estamos todos muertos!
[1] Hombre con capacidades para
trepar por los muebles y aún por el techo y que es mucho más real que
Spiderman.
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