La muerte como actitud expresiva, dista mucho, como arguyo, de la tentativa poética de conquista social de sus contemporáneos. Y efectivamente la poesía, por tanto, debe tomar partido ante los problemas del mundo que le rodean, como expresaba Celaya, pero esta transformación del mundo por medio de la poesía llevará en Valente implícita un a modo de revolución estética ya desde la misma concepción poética, superando la llamada poesía social. Ésta provocó en aquellos años de los sesenta cansancio y sobre todo cierta perplejidad ante su eficacia. En estos nuevos derroteros Valente se alza con una preocupación fundamental por el hombre, un humanismo existencial que retorna a lo íntimo huyendo de todo tratamiento patético, que partiendo del escepticismo busca fundamentalmente un compromiso y una poesía desde la experiencia personal. Valente apostará por una conciencia estética, raíz de la poesía que le llevará desde su voluntad creadora de la palabra poética, a una apuesta irrenunciable de llevar el lenguaje al límite, a una situación extrema donde la palabra se torna pura. En esa búsqueda de la esencia y pureza de la palabra-lenguaje recuerdo aquellas palabras de Octavio Paz de su excepcional libro El mono gramático donde dice: “es turbadora la facilidad con que el lenguaje se tuerce y no lo es menos que nuestro espíritu acepte tan dócilmente esos juegos perversos. Deberíamos someter el lenguaje a un régimen de pan y agua, si queremos que no se corrompa y nos corrompa”.
Pero en Valente también se dan cita los “demonios de la historia personal
y colectiva”, y éstos comparecen en la vida literaria invitándonos a través del
poema a una experiencia oscura, “a una inmersión en las capas sucesivas de la
materia o de la memoria”. De esta búsqueda y este encuentro evolucionado del
poeta con el agresivo medio que lo azota
señalamos el poema “Hibakusha” incluído en Al Dios del lugar, donde se dan cita la modernidad y el
Renacimiento. En este poema Valente armoniza entre el arte y la realidad de lo
visible, surgiendo como una duda el problema del yo y el mundo exterior,
diálogo de lo invisible y lo visible del conocimiento del poeta hacia la
engrandecida aventura del lenguaje.“El artista –escribe Paul Gogt- estudia,
descubre y confirma la relación permanente de tensión del mundo exterior e
interior”. Valente, en este sentido, siempre fue y será eje deslindado de la suma existencia creativa.
Tanto para Sastre como para los que pensaban como él, la creación
debía ser ante todo “un acto moral y responsable” y sobre todo una acción útil
aprovechada de la idea creativa. La lírica de Valente, sabemos, parte de
realidades inmediatas y de experiencias interiores; pero lo más importante en
él, más aún que la considerable hondura existencial de sus versos, es el sumo
rigor con que trabaja la palabra poética hasta dejarla cargada de resonancias,
de perfiles exactos y de poder “no comunicador”. “Lo poético –esgrime Valente,
exige como requisito primero el descondicionamiento del lenguaje como
instrumentalidad, el lenguaje concebido como sola instrumentalidad, deja de
participar en la palabra”. En el poema “Un canto” de La memoria y los signos,
percibimos cómo para el artista-poeta, la palabra y su autoridad para
traspasar y donar, trasciende la nada para inventar, pintar el mundo. La
palabra es por tanto potestad y cambio.
“Un poeta debe ser más útil que ningún ciudadano de su tribu./ La poesía
ha de tener por fin la verdad práctica. /Su misión es difícil” grita Valente en
el “Segundo homenaje a Isidoro Ducasse” de Breve
Son. Y hay una razón que imprime modernidad
a la obra de Valente y es que, para el poeta, la palabra es un cosmos,
un universo, un firmamento que da sentido a la esencia poética:
En el principio era el logos, el
verbo, la palabra,
y la palabra estaba cerca del
Dios
y la palabra era el Dios...
Nada fue creado sin ella[i].
Valente se aproxima así a la palabra, al verbo, al logos y será
desarrollada esta propuesta para aproximarnos y acercarnos a esa naturaleza tal
que no conlleve al menos, en el uso normal del término, ninguna información.
Palabra en efecto, “que no reconoce finalidad ni se sujeta a intención”, un
lugar distinto a la palabra de comunicación. El mundo poético es creado por el dios-poeta de la nada, conforme a
las ideas inmutables y eternas que previamente existían en la mente del creador.
Su lírica por tanto trasciende la
identidad social y la identidad mundana del texto. Como decía Bernard Shaw, un
libro tiene que ir más allá de la intención del autor; decía que “todo libro
que vale la pena de ser releído ha sido escrito por el espíritu”. Es por ello
que Valente busca con intención una lírica de inmortalidad: “Mientras pueda
decir no moriré/ Mientras empañe el hálito las palabras escritas en la noche no
moriré”[i]. Valente no teme esa
palabra, y crea un proceso poético de dualidad entre la inmortalidad terrenal
de quienes permanecerán tras su muerte
en la memoria de la posteridad, inmortalidad siempre aludida y buscada por
Goethe en Memorias de mi vida, y la
fe religiosa en la inmortalidad del alma, ésta si, como fruto de la experiencia
mística que supone en Valente el acto creativo. El Dios creador constituye en
su naturaleza la inmortalidad. El que no entiende que el lugar de la palabra no
es el de la comunicación, no pasará nunca la frontera de lo auténticamente
poético y creador, “se quedará siempre
en los límites de esas pseudoestéticas de lo cotidiano, de la experiencia
diaria que no lleva a ninguna parte, y que,
retrotaen mucho nuestra visión y
entendimiento de la poesía”.
“Toda poesía válida –escribe
Huidobro- tiende al último límite de la imaginación. Y no sólo de la
imaginación, sino del espíritu mismo porque la poesía no es otra cosa que el
último horizonte que es a su vez, la arista en
donde los extremos se tocan, en donde se confunden los llamados
contrarios”[ii]. El poeta, Valente, es el
dios, es el creador y el hecho creador de crear, poesía, es capacidad innata de
la divinidad. La gestación de la madre naturaleza, hecho fertil del creador
antes de la concepción, como cuando se crea la vida antes de la vida. Si la auténtica
realidad está en Dios-poeta y en su ideas, el mundo-lenguaje poético
contingente y mudable debe su esencia y existencia al creador que realiza el
mundo-poema a través del verbo. Poema-creación-concepción-gestación, “el poema
gestado es el poema natural. El poema corregido es un producto artificial, como
una gestación fuera del útero” : En “Arte de la Poesía” de El inocente, escribe Valente:
Implacable desprecio por el arte
De
la poesía como vómito inane
Del
imberbe del alma
Que
inflama su pasión desconsolada
De vecinal nodriza con eólica voces.
Implacable
desdén por el que llena
de
rotundas palabras, congeladas y grasas,
El
embudo vacío.
Por
el meditador falaz de la nuez foradada,
Por
el que escribe ¡ay! Y se pone peana,
Por
el decimonónico, el pajizo, el superfluo, el obvio,
Por
el que anda aún entre seres y nadas
Flatulentos
y obscenos,
Por
el tonto tenaz,
Por
el enano,
Por
el viejo poeta que no sabe
Suicidarse
a tiempo debajo de su mesa,
Por
el confesional,
Por
el patético,
Por
el llamado, en fin, al gran negocio,
Y
por el arte de la poesía ejercido a deshora
Como
una compraventa de ruidos usados.
“Sólo un arte de
gran calidad estética es capaz de transformar el mundo. Llamamos la atención
sobre la inutilidad de la obra artística mal hecha”. En palabras de Alfonso
Sastre, la obra artística, en este caso poética, se convierte en el centro del
universo ético. La poesía no es un bien de comercio, sufriendo maltratada las
incursiones del falaz y manido materialismo poético, sino que constituye en sí
misma una experiencia casi mística como paralelismo ideal con el gran creador:
“El que da una palabra da un don/ El que da un don deja vacío el aire/ El que
vacía el aire coloniza la tierra”[i].
En este sentido el que da una palabra como creador aparece como el polo que
fundamenta y posibilita el más alto grado de conocimiento, en esa colonización,
conoce la verdad eterna.
Y en este sentido, a
Valente le preocupa la poesía desde la misma esencia de creación, en donde se
magnifica su sentido desde la perspectiva de lo interior, es en sí misma desde
su proceso celular, natural a su creación, insiste Valente:
La poesía no sólo no es comunicación, es, antes que nada o mucho antes
de que pueda llegar a ser comunicada, incomunicación, cosa para andar en lo
oculto, para echar púas de erizo y quedarse en un agujero sin que nadie nos
vea, para encontrar un vacío secreto, para adentrarnos en una habitación
abandonada cuya puerta se pueda cerrar desde dentro sin que nadie en el
exterior sospeche que una puerta se disimula en el muro, y para estarse allí en
el claustro materno, seguros y escondidos, sin que nadie aparezca, sin que nadie nos saque a la luz pública,
desnudos e indefensos, nos saque y nos suplicie y nos repita la sorda letanía
cotidiana, la letanía aciaga de la muerte[ii].
La
palabra, el lenguaje, por tanto, no está sujeta a finalidad alguna o intención,
es una palabra no intencional, no busca “efecto” ni en el arte ni en el que la
recibe, rompe con todas las finalidades de otros artistas para volver siempre a
su esencia, al territorio de su
alumbramiento, al espacio vacío y generador, “concavidad, matriz, materia,
mater, materia memoria, material memoria”. Valente parte desde el silencio,
desde la escucha de la nada como materia natural, para llegar a la poética como
arte de “la composición del silencio”. No sólo no es comunicación, es la
búsqueda del otro, invitación a un viaje interior a la interioridad de la
creación, al interlocutor que tiene antes que nada el deber de averiguar e
instalarse en la nada y en lo anterior a la propia creación de introducirse en
lo más íntimo del poeta, porque él manda la palabra y el significado desde lo
humano, desde adentro, “claustro materno”. Cuando la obra ha terminado se ha concluido
el fin de la intimidad entre creación y creador, el artista por tanto se
encuentra en el exterior, su obra ya no le pertenece (Extotopia), pertenece a
todos cuantos sean capaces de aproximarse a ella y recrearla, hacerla vivir de
nuevo. El poema se recrea, se revela y nace cada vez que es asumido por un
nuevo lector, “el poema es recreado en cada nueva lectura, y son las sucesivas
capas de lectura las que hacen perdurable la obra de arte. Si sobre un texto no
se pueden depositar esas capas de lectura, el texto desaparece, se olvida. No
tiene verdadera existencia desde el punto de vista creador”. Desde aquella
“habitación abandonada” es desde donde se produce el hecho creativo, es
creación de dioses implícita desde el signo de lo femenino y puramente
sobrenatural. “...señor de nada, ni el dios ni tú: tu propia creación es tu
palabra: la que aún ni dijiste...” emana Valente en “Zayin”. Esta
acción-creación, Valente la relaciona tal y como hemos señalado más arriba, con
el proceso creativo primitivo y único que atañe al momento inactivo de la
suspensión de la Nada. “La palabra –declara Valente-, no comunica propiamente
sino que convoca o llama hacia el interior de sí misma. No se consuma como
sucede en el uso meramente instrumental del lenguaje en lo que designa, sino
que permanece perpetuamente abierta hacia el interior de sí. De ese modo, la
poesía se hace o es fundamentalmente experiencia de la interioridad de la
palabra, lo que llamamos poema sería en esta perspectiva, antes que cualquier
otra cosa, lugar, estancia, morada, habitación, dónde el estar y el ser se
unifican”.
[i] “Crónica, 1968” ,
El inocente. Entrada en Materia, ed de Jacques Ancet, Madrid, Cátedra, 1985,
pág 133.
[ii] “Cómo se pinta un dragón”, Material
Memoria, Madrid, Alianza Editorial, 1992, pp 9-12.
[i] J.A. Valente, Material Memoria, Madrid,
Alianza, 1992, pág 40.
[ii] “La poesía”, Fragmento de una conferencia leída en el Ateneo de Madrid
el año 1921. Publicado en Temblor de
cielo, Madrid, Cátedra, 1986, pp 177-179.
[i] J.A.Valente. “Sobre la Interioridad de la palabra”. Conferencia
pronunciada en la Fundación Cesar Manrique de Lanzarote 22 Abril 1999.
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