En 1912 Kandinsky publica el libro Uber das Geistige in der Kunst (De lo
Espiritual en el Arte, en su edición española, 1973). En el texto, el artista
insiste en resaltar el concepto de arte como expresión sincera de la necesidad
interior -“es bello lo que es
interiormente bello”-; como una búsqueda formal del arte auténtico. Y en un
artículo publicado por el pintor ruso en Der
Sturn (Berlín 1913) expone de una
forma clara su idea del arte, idea que Valente llevará a una depuración aún más
absoluta del hecho creativo. “Una obra de arte –escribe Kandinsky- consta de
dos elementos, el interior y el exterior. El interior es la emoción del
artista...La sucesión es: emoción (en el artista) –lo sentido- la obra de arte
–lo sentido- la emoción (en el observador). Las dos emociones (pintor y
observador) serán análogas en la medida en que la obra sea lograda”[i].
De ahí la implicación que Valente concede al lector en el proceso creativo,
implicación hacia la interiorización de la palabra, del poema, para recrearlo.
El nuevo lenguaje creador de Valente, tiene su propio
vocabulario, y sin duda es desde la experiencia creativa interior al artista
donde la forma se emancipa de la
“necesidad externa” para al igual que un músico o un pintor utilizar las notas
o los colores y formas, con el fin de reproducir una reacción estética
(espiritual, creo) que se crea, emerge y nace, como mensaje de su necesidad
interior. El poeta Valente lo expresa trascendentalmente hermanando este
proceso creativo con la experiencia mística, divina, del origen de la creación:
Crear no es un acto de poder (poder y creación se
niegan); es un acto de aceptación o reconocimiento. Crear lleva el signo de la
feminidad. No es acto de penetración en la materia, sino pasión por ser
penetrado por ella. Crear es generar un estado de disponibilidad, en el que la
primera cosa creada es el vacío, un espacio vacío. Pues lo único que el artista
acaso crea es el espacio de la creación. Y en el espacio de la creación no hay
nada (para que algo pueda ser en él creado). La creación de la nada es el
principio absoluto de toda creación:
Dijo Dios: -Brote la Nada
Y
alzó la mano derecha
Hasta
ocultar la mirada
Y
quedó la Nada hecha.
“Cinco
fragmentos para Antoni Tápies” a la que
pertenece este extracto, es por excelencia la imagen de color y forma, plástica
en suma que utiliza el poeta en actitud hermana con la idea de “composición”. Valente da muestras de su aproximación a los
pintores españoles modernos, “sintonizando sobre todo con el programa plástico
de un cultivador tan atento de la existencia mística como Tápies”, tal y como
ya señaló el insigne profesor García Berrio[ii].
Cuando pienso
en Valente, al introducirme en su obra, pienso irremediablemente en Arte.
Pienso en el autor del todo y de la nada
poética, aquel que nadaba sobre los perfiles del serventesio, como el amo, rey
de la dialéctica poética. Porque en Valente la poesía como género traspasa el
tiempo, alzándose digna por los siglos del mundo, para dejarnos un legado de
vacío e incomprensión ante su ausencia, y el poeta quiere que al igual que él y
el silencio del que parte, nos aproxime
igualmente al verbo y participar así de su creación.
En la creación de un poema se involucran mecanismos
que podrían asemejarse al proceso divino de la creación . Escapan a toda reflexión dialéctica, y al
propio tiempo existen en la perenne estructura de la progresión automática hacia el sempiterno albur de lo infinito.
Salvedad hecha del profundo desdén que
muestra Valente por la cotidiana humanidad,
casi como una constante, se advierte una incesante búsqueda de sí mismo,
que ya desde sus primeros libros constituye una especie de desasosiego vital;
que le llevan a desembocar irremediablemente en el substrato más etéreo de la
búsqueda interior. Lo que acertadamente el profesor García Berrio titula como “
mística abstracta.” Mística de ángeles y
muerte. Reflexión deliberada de antecedentes Sanjuanistas y Teresianos,
aderezada de espíritu propio y recapacitado. Antídoto moral al desengaño y a la
controvertida esencia de la humana alma. Asentamiento interior provisional que
acaba por ceder ante el destino. Palabra tras palabra, verso tras verso, se
funden infinito y autor en sola estela, que dibuja en profundidad el ser
humano.
[ ...] Vio el
templo construido
para que todo lo escrito se cumpliese
y no para durar más que el sueño del hombre.
Si el hombre ha sido
creado a imagen y semejanza de Dios, donde mejor puede encontrarse la huella
divina es en la estructura del alma, de ahí la importancia en esta constatación
con la estructura y forma del lenguaje, que Valente emana desde la misma
naturaleza del hombre. Con respecto al poema “El Templo”, Armando López de
Castro, en el artículo así titulado
“Sobre los poemas Poética de
José Ángel Valente”, estudia con rigor este poema y otros, para afirmar que la
función del contenido poético de la palabra que parte de la no existencia
anterior, llega a ser en Valente punto
de presencia absoluta al tiempo que plena de revelación: “El templo, lo mismo
que la palabra, es un espacio sagrado, un lugar de revelación.(...) A partir de
esa analogía del templo con la palabra, de lo sacro con lo poético, se entiende
también la del Cristo con el poeta. En efecto, el Cristo es inocente en cuanto
destruye, por eso puede destruir engendrando”[iii].
De donde se deduce que Dios, al igual que el poeta, contiene eternamente en sí
los modelos arquetípicos, y para crear el mundo no ha tenido más que decirlo,
identificándose en este decir divino, su voluntad y la misma realización del
mundo. En este acto, el poeta ha creado y crea desde toda una eternidad
poética, todo lo que ha sido, la nada, todo lo que es y todo lo que será. Y en
este sentido, la totalidad de las palabras temporales debieron ser creadas de
forma que desarrollasen en el mismo decurso del tiempo, según el orden y las
leyes que el poeta-Dios ha previsto. Poe
tenía la idea de un poema era una construcción, una obra intelectual,
intelectualizando el lenguaje, y Borges, por ejemplo creía que “si en un poema
no hay emoción previa, tampoco hay necesidad de escribirlo”. El poeta Valente
emerge todavía más allá del sentimiento y la emoción. Su obra pues,
se propone, la refutación del tiempo, y como ya promulgó Paz al
referirse a los textos de Borges, “no es, quizá, sino la fábula de la vanidad
que son todas las eternidades que fabricamos los hombres”. Vanidad del creador,
vanidad del Dios... y el Verbo se hizo carne.
Aguardábamos
la palabra. Y no llegó. No se dijo a sí
misma.
Estaba allí y aquí aún muda, grávida. Ahora no
sabemos si
la palabra es nosotros o éramos nosotros la palabra. Mas ni ella ni nosotros
fuimos proferidos. Nada
ni nadie
en esta hora adviene, pues la soledad es la sola
estancia
del estar. Y nosotros aguardamos la palabra.
Este texto que hemos dividido para este blog en tres partes fue publicado por primera vez para la revista Ínsula.
[i] N. Comalrena, “Kandinsky y Der Blaue Reiter: Un camino hacia lo
abstracto” en Album, Madrid, Album Letras Artes, 1986, pág 24.
[ii] En “Valente: descensos antiguos a la memoria” ibídem,
El silencio y la escucha: José Ángel Valente.. pág 20..
[iii] Claudio Rodríguez Fer, Material Valente, Madrid, Júcar, 1994. Pág
109.
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