jueves, 20 de marzo de 2014

La jubilación de Benito. Una novela por entregas (Cap. II)



Y de ese modo pasaban esos días de hastío o de desesperación, sentimientos que solo parecían existir para él, porque como ya hemos señalado que ni su consumista esposa, ni su amamantados hijos tenían el más mínimo sentimiento con respecto a Benito, con respecto a lo que le podía pasar en esa apariencia rara que tenía últimamente, siendo el padre de familia, simplemente todo aquello comenzaba a ser molesto. Eva, una de las hijas, pija como ella sola, dijo que tenían que reunirse los cinco, es decir los cuatro hermanos con mamá. Ella había estudiado esa carrera que se conoce que debe ser "la carrera" porque a todos les da por lo mismo y es eso tan poco creativo de Dirección de empresas, osea que uno da por hecho que o diriges una empresa, te preparas para ello o te das un tiro. No se conforman los susodichos (estudiantes) con aprender economía, estrategia de economía y todo lo que tiene que ver con ello, no, se preparan para dirigir, es como ir a la Facultad para ser Director de editorial cuando no sabes lo que es una corrección de texto o ni siquiera se te ha ocurrido alguna vez escribir un poema aunque sea de esos malos que a todo el mundo se le ocurre una vez en su vida. Ser Director de El corte inglés, eso sí estaría bien, habría que hacer una Facultad que tuviera esa especialidad, Director de asuntos sin importancia, Director de sacerdotes, Director de todo y Director de nada. Bueno, Eva era eso, una directora de empresa que no conocía nada de los entresijos de la misma y que por ello sus empleados la engañaban como a una china recién llegada, y por ello no encajaba muchos movimientos raros de la misma como no podía ser de otra manera. La "niña" había sido educada en las formas más pijas de la sociedad que no siempre tienen que coincidir con tener o no tener dinero. Hoy en día se puede tener un niño malcriado, un pijo consentido ausente de la realidad social, un futuro imbécil, aunque éste sea hijo de obreros, así es la cosa, los padres de hoy en día lo dan todo por sus hijos, se olvidan que para educar hay que cortar las ramas del árbol, podar, dejando al arbolito maltrecho y chiquitín para que crezca sano, fuerte, vigoroso e indestructible. Ese proceso en jardinería creo que se tiene que hacer de vez en cuando con los árboles, pues con los hijos sucede igual, el que tiene miedo por "no hacerle daño" a podar a su hijo, éste es imposible que crezca sano y sin recobecos, imposible por una cuestión de naturaleza, simplemente. Pues la pobre Eva, porque en el fondo es digna de comiseración, de pija y ausente de la realidad que era -al fin y al cabo era el resultado de una educación- le tocaba ahora tomar partido de si misma y ¿cómo se llama eso en este tipo de casos? Pues que la angelical pijilla se nos había transformado en una cretinaza como no podía ser menos, claro. 
La esposa de Benito, Clara, en realidad tampoco es que viera nada demasiado raro en su Benito del alma, decía: -pues nada, que está como más ido que otras veces, pero vamos, como siempre, abstraído en sus libros, sus cosillas (llamaba cosillas a sus cosas) sus textos, que es lo que le gusta, hija. 
Esto quería decir en general: Gracias a que a tu padre le gustan los libros y trabaja en ello bien solito, yo hago lo que me da la gana y no me tengo que ocupar de él, de ningún tipo de necesidad, ¿por qué? porque le gustan los libros, es feliz en ese mundo y yo no. Claro, -decía- es que eso no se puede imponer y con eso justificaba todo añadiendo otro parámetro más de crueldad: le culpabilizaba por gustarle los libros, o por dedicarse a ello, porque siempre ha sido cosas de conspiradores: encierre usted a alguien en un cuarto a leer que seguro sospecharán de él.  
Eva era la única fémina de los hermanos, los otros tres eran varones, uno de ellos Chico, vivía en Francia, pero venía con bastante frecuencia, era abogado, era el mayor tenía 32 años, después estaba Luis que tenía 30 y era músico, pianista profesional, luego estaba Andrés de 28 años el deportista cuya profesión además de dedicarse como un poseso a hacer deporte era creativa le gustaban las letras como a su padre y de forma parecida buscó algo que pudiera compaginar con el deporte: era traductor y de los buenos. Luego quedaba Eva con sus 26 añitos sabionda, sabionda y muy Directora ella. 
Cuando convocó a los chicos para aquella reunión, a todos les pareció que era una sandez, una tontería, imaginaciones de su madre y de su hermana: nuestro padre raro ¿estará enfermo tal vez? 
Benito, por lo demás, es cierto que había cambiado un poco sus hábitos desde aquella mañana que sabemos que intuyó su muerte, en lugar de trabajar siempre en casa, desenpolvó su carnet de investigador y se marchaba cada mañana a la Sala Cervantes de la Biblioteca Nacional donde pasaba de 8 de la mañana a 12, después subía a los servicios de Hemeroteca donde buscaba sin cesar papeles, registros, todo con un misterio absoluto. En lugar de comer en la Biblioteca, volvía caminando a su casa de la calle de Velazquez número 21, 1º D. El lector pensará que vivir en el Barrio de Salamanca y en ese edificio no lo consigue cualquiera, osea que Eva era pija con razón, una pija clásica, no de las del Barrio del Pilar o de Villaverde o Zevillana. En realidad, fue maniobra de Clara, a la muerte del padre de Benito vivían alquilados en la misma casa que él, con una renta antigua irrisoria para un piso de 300 metros cuadrados, como por aquel entonces Benito se había trasladado con su mujer Clara para atender los últimos meses del cáncer de huesos de su padre no le quedó otra que empadronarse allí y con ello conseguir -sin darse cuenta y por azar para Benito- que al fallecimiento tuvieran la opción de poder comprar aquel magnífico piso por un precio bastante adsequible, a fin de cuentas era hijo único y toda la herencia era para él. Así consiguió el piso de Velázquez aunque le hubiera dado un poco igual porque él lo que quería era irse a vivir a Canarias o comprar una casa con mucho jardín en la sierra de Madrid. 
Con el tiempo vio que eso era lo que tenía que haber hecho, sobretodo porque pasaba mucho tiempo en casa, y por eso es necesario otro tipo de hábitat distinto al de su mujer que a las nueve de la mañana ya estaba fuera sin que nadie supiera muy bien para qué. 
La cuestión es que la rutina de Benito, en efecto se vio perjudicada a efecto de los demás porque comenzó a ser desorganizado, escribía possit que nadie podía entender, su despacho se tornó desordenado con libros abiertos en páginas inconexas y sin cerrar se apilaban unos encima de los otros. De repente, algunos de sus gustos en las comidas cambiaron y donde jamás le había gustado el queso, ahora lo compraba él mismo cada día y del fuerte, Roquefort, Emmental...un horror que atrás le hubiera desesperado por el olor, pues ahora no. Él, que nunca comía pan, ahora venía cada día con una barra o dos, baguette del que fuera, debajo del brazo, interpelaba para que hubiera pan a mediodia y por la noche, si no lo había, no regañaba a nadie, simplemente se bajaba a comprarlo y listo, bajo el asombro de todos. Ahora desayunaba café con leche, del café americano, una taza grande de las de cereales, y a veces repetía con otra supertaza, esto tampoco lo hacía antes, nunca había tomado café. Sin embargo no volvía a probar ni el cacao ni el zumo de naranja. Decía que eso era un horror. Poco a poco iba cambiando sus hábitos en las comidas para asombro de Clara su mujer y de Eva su hija, que más que esposa e hija eran el tribunal de la Inquisición. Sus hijos no decían nada de todo esto, les daba igual, decían que era normal que estuviera aburrido de hacer lo mismo, que no había mal en ello, que tenía 62 años el hombre y que era muy dueño de hacer lo que quisiera con su vida. 
Cuando Benito comenzó a recibir correo postal certificado y a diario entonces Clara se alarmó, porque su marido no quiso decirle nada con respecto a lo que recibía ni por qué. -Cosas mías sin importancia como siempre, decía. Los chicos estaban reacios a la reunión familiar "para hablar de papá" como había dicho su madre, especialmente Chico, quien dejaba sus asuntos en Francia  para cosas importantes y : -creo que esto no lo es, no sé por qué os alarmais. Sin embargo no les quedó otra ante la insistencia de las dos mujeres. Mientras, Benito, ausente de todo, continuaba su búsqueda en los archivos de la Biblioteca Nacional a diario y después se encerraba en su casa en actitud conspiradora, cada día más despistado y ausente de todo pero inmiscuido en lo que parecía "asuntos de importancia". No sabía la que se le venía encima.  
                                                        
                                                      
                                                         Sala Cervantes de la BNE.

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