
El escuchar y mirar: ¿y a usted qué le importa? El
otro día estuve con un amigo cuya osadía
supera con creces la que uno se puede llegar a imaginar incluso en sus mejores
sueños. Pues sí, mi amigo hacía higas del «escuchar pasos», utilizado tanto por
los escritores, o el «mirar» por «ver», que también se utiliza bastante en el
lenguaje poético. Y claro, digo, yo ¿qué le importará si un escritor en su
manera de «crear formas» juega con el lenguaje y le parece más adecuado o
lírico desarrollar sus formas metafóricas diciendo «escuché pasos en el
corredor» en lugar de «oí pasos en el corredor»? Ambas acciones como todo el
mundo sabe son diferentes y cada una con su connotación y su semántica, claro
está. No hay nada malo en ello ni se va a acabar el mundo por dar una intención
a la escritura, como intención se pone en el mismo hecho de la creación
literaria. Ese es el fallo, el fallo es que hoy día cualquiera puede opinar, como cualquiera puede escribir y
de hecho es el deporte nacional de la mayoría de los pueblos civilizados, la
opinión, sí, opinión pero con un cierto, solo cierto, criterio, por más que nos
pese: «Anda, hazlo tú», se le diría a cualquiera de los que opiniones tan
gratuitas, improcedentes, injustificadas vierten sobre los castos oídos de los
que nos dedicamos a la creación. En efecto, los que consagramos la vida a la
creación formamos parte de esa masa social de ociosos que tanto molesta a los
que no llegan a nada en la vida, ni siquiera (que ya lo querría para mí misma)
a estar conforme con uno. Es así, la disconformidad o la necesidad de dar o
aportar algo que no se sabe aún de dónde sale, supongo que conforma el hecho
creativo, el creador, el artista. Y molestos somos, si, y mucho. Recuerdo que con la pluma se han urdido revoluciones y mucho más.
Pero hoy en día con tanto listo, resulta que cualquiera
puede juzgar una obra creativa (film, literatura, pintura, escultura) sin tener
ninguna idea, solo por el hecho de que el arte se debe compartir con la
sociedad, con independencia de si ésta
es alguien para juzgar o valorar el trabajo del vecino: «Anda, hazlo tú».
Son ya también variadas, las veces que han llegado
a mi casa amigos con preocupaciones constantes, sin poder resolver,
inquietudes difíciles de solventar por sí solos, por ellos mismos, unos han
llegado equivocados, otros verdaderamente intranquilos, otros con escepticismo,
la mayoría desabridos. La cuestión si bien se mira, o según como se mire, no es
tan grave, lo es en su medida, un poco. Me refiero al problema de la
utilización del deber de, más infinitivo que hemos estudiado todos en alguna ocasión
y que a menudo —yo la primera— utilizamos mal. Cualquiera puede pensar que soy
una exagerada, pues no, no soy nada exagerada, las palabras como la sintaxis
pueden llegar a crearnos ansiedad, tedio, histeria, alegría, tristeza,
cachondeo, risa… miles de sensaciones y sentimientos los cuales no se pueden
entender nada más que en el ámbito lingüístico de la palabra. Sí, uno se puede
volver tarumba, u odiar a alguien por cómo habla, por cómo utiliza el lenguaje,
por cómo se deforma en definitiva nuestro tesoro histórico más rico: la lengua.
Ahora con las nuevas reformas que han insertado los académicos de la RAE
(cocreta, jins...) estamos que nos salimos. La utilización de la @ como morfema
de género es solo un ejemplo de ello, las terminaciones de los participios en
-ao en lugar del tradicional y tan musical para el oído -ado. Son los
periodistas —desolé—los que por una
cuestión estratégica hacen uso multitudinario y público del idioma, errando la
mayoría de las veces, creando muchos vicios también.
Hemos asistido ya varias veces al entierro y funeral de muchas
palabras, frases que se han desterrado ya de forma insólita, ya de forma
terrible y ahí estamos, ahí están todas las reglas y normas como los porteros
de la Casa de los
Horrores. Yo digo que una pintura, una pieza de música, una escultura, un ballet, pues o
me gusta o no me gusta, o me hace sentir algo o no, o bien me quedo solo en el
que me guste, aparte de si lo entiendo o no lo entiendo que imagino yo que como
los expertos en la materia no habrá quién. Digo que el arte o me gusta o no,
pero lo que no haría de ninguna manera es tergiversarlo, interpretarlo mal,
insultar al creador arremetiendo con su vida o su persona...Pues eso, eso mismo
es lo que se hace con los escritores, ensayistas, poetas y sus obras
literarias. Un poeta o me gusta o no me gusta, pero nunca me meteré –aunque por
mi condición de Filóloga pudiera hacerlo- a decir cosas destructivas de su
obra. Sé lo que cuesta por ejemplo rellenar tan solo una página en blanco.
Hazlo tú. Punto filipino. ¿Por qué? Porque no, respeto mucho el arte como para
hacerlo y además cualquiera te puede sorprender en un momento. Una vez conocí a
una poetisa desconocida con una obra que nadie conocía ni respaldaba y la tía
me pareció magnífica. Me pareció una poeta increíble. No sé qué habrá sido de
ella pero lo voy a averiguar.
A menudo, escuchamos la misma monserga. Si
escribes para la mayoría, eres simple y cometes errores, si lo haces subido de
grado, entonces nadie te entiende y lo que quieres es hacer un alarde de
retórica, sólo destinado a los especialistas, esos que también repatean a los
paupérrimos e ignorantes lectores medios como mi amigo. El especialista, es el
crítico, el opinador y éste en efecto muchas veces castiga o premia el hecho
literario, el texto de autor, con gran facilidad. Triste, severo e inhumano, es
cierto, pero al menos sabrá lo que dice puesto que se dedica a ello, es un
experto. Por lo mismo que una intervención médica solo debería ser juzgada por
otro médico a poder ser éste sin prejuicios, igual sucede en el mundo
literario. Eso sí, tanto los pacientes de los médicos como los lectores que se
incluyen en el grupo de nuestro seguidores, probablemente no tendrán la
experiencia ni la preparación de un científico o de un filólogo, pero saben
expresar la huella de éstos en su vida. De nuevo la ignorancia tristemente nos
crucifica y nos lleva a ensalzar a la categoría de Dios al médico carnicero que
nos hace ir a su consulta mil veces para hacer que hacemos y cobrarnos, como al
escritor que en verdad no tiene nada que contar, pero lo cuenta muy bien, o al
que en verdad tiene cosas que contar, pero no lo sabe hacer. Yo creo, que un
buen texto escrito a lo largo de una vida, puede hacerlo cualquier mortal,
¿quién no se ha sentido inspirado o dolido en alguna ocasión?, ¿quién si
hubiese escrito las palabras de aquella ocasión…? En efecto, es posible, puede
suceder que cualquiera puede escribir algo en su vida realmente bueno, pero eso
no quiere decir que sea escritor, que sea un creador y que en el mejor de los
casos pueda ganarse la vida con su escritura.
Si es tan fácil hágalo usted
mismo, o usted, o usteda que mira mi texto con superioridad… Es posible del
mismo modo, que todos los ciudadanos en una situación extrema podamos curar
alguien, a nuestro hijo, a nuestra abuela, quizás llevados por una mano divina,
pero eso no quiere decir que seamos médicos, ni mucho menos. El buen escritor
como el buen médico se pasa la vida arriesgándose a aportar cosas nuevas, se
pasa la vida en gerundio, trabajando para que los demás juzguen sus
intervenciones. Sin embargo, Dios me libre de decir que el fontanero me ha
engañado o que el pintor no sabe lo que hace. El profesional de algo, de siempre,
de toda la vida puede seguir monótonamente su profesión, aventurada supongo por
alguna razón escondida. Razones hay muchas: necesidad fisiológica, ganas de
salvar al mundo, crear cosas y olvidarlas, inventar… y qué pena tan grande
cuando contemplamos que cualquier caníbal se cree tan listo, pero tan listo se
cree como para juzgar de forma tan maldita y radical.
«Anda, hazlo tú» y sabrás de lo que hablo. Lo que
se hace, aunque no guste, es lo que queda y lo que no se hace… Voy a tomarme un
café con mi amigo Antonio. Hasta luego.
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