Hablar de
libros siendo escritor no es nada del otro mundo, y siendo editor menos
todavía, es lo normal, es la conversación monotemática de todos los días, cansino diría yo ¿Qué
cambia hoy? Nada, solo que he llegado a la conclusión de que esta obra de arte
depreciada como la que más, no se debe regalar, me ha dado por ahí, vamos.
Los libros no se deben regalar nunca jamás. ¿Por qué? Vayamos a analizar la
razones y luego el paciente lector estará seguro, de mi lado. Se debe estar al
lado del escritor por si acaso. Hoy también quisiera recordar una vez más lo
peligrosos que podemos llegar a ser los escritores pluma o espada en ristre. Así
es.
Ya desde la
adolescencia mi afán por que la gente leyera se convirtió en algo intrínseco a
mi condición de ser soñador e ideológico
por lo tanto absurdo, porque ya ves tú, culturizar al mundo, pues que les
den tila al mundo entero y cuanto más ignorantes, pues mehó. Pocos son los que tienen conciencia de que hay que formarse en la vida, vamos, estudiar, lo que viene a ser el derecho a la educación que el mundo moderno desprecia en pos de ser un cazurro.
Pero lo cierto es que a una amiga que también estudiaba
filología y que era de Casablanca, le presté un montón de libros de nuestra
literatura más clásica (esto como queriendo sin duda reinvindicar nuestro
teatro de siglo de oro y demás autores canónicos) y aún de la mejor nutrida
crítica escrita por nuestros mejores y mas destacados filológos. Hay que decir
que algunos de esos libros eran de la Editorial Taurus , magnífica editora que ahora
están descatalogados y no se encuentran ni a tiros, solo en las bibliotecas.
Bien, nuestra amiga no le devolvió jamás los libros a esta imbécil que escribe
y que se dejó engañar porque probablemente era previsible que una vez huída de la Universidad de Granada
a su tierra, pues no se molestara en enviarlos a España para que retornaran a
su bibliófila dueña. ¡Calzoncillina, que es una!
Mi primera
publicación seria fue en una editorial de Santander y cualquiera puede suponer
la alegría que esto supone. En su momento ya cometí el error de enviar alguno
de regalo a profesores o algún amigo que yo tenía considerado como intelectual, para que lo leyese. Los que uno considera intelectuales generalmente nunca lo son, claro. Ya sé que no era un
libro de best-seller ni de chistes,
eso da igual. Lo cierto es que la gente no lee de no ser que tenga un interés
muy especial por alguna razón. Con los libros de crítica literaria y textual
hay que tener mucho cuidado por lo de los
copiotas, porque se los leen los colegas y copian aunque no lo admitan
jamás y la cosa cambia. De esto ya he hablado en otra parte y ya me da
igual si me copian las ideas –sé perfectamente quien lo hace y podría
desenmascararlo perfectamente- o si siguen mis pasos como investigadora, eso es
señal de que el trabajo no pasa desapercibido. Gané en un caso de plagio ¿eh? osea que, al loro.
Hace diez años eramos dos o tres seres mundiales
que nos dedicábamos a escribir sobre Teatro de Galdós, más particularmente yo
que escribí mi tesis doctoral de 2500 páginas sobre sus manuscritos. Ahora la cosa se ha animado y siguen empeñándose
en editar libros de teatro –aun a sabiendas de que no saben lo que dicen la
mayoría de las veces- y eso está muy bien, señal también de que las cosas, las
formas, las ideas no caen en saco roto. No hay nada que
temer. Otras veces regalando libros a alguna desagradecida, lo que me sirvió para comprobar que
no dan ni las gracias, eso sí, luego los utilizan para sus trabajos, pero no te nombran, no dicen
jamás que has sido tú quien ha pensado en eso en el libro tal, página tal de la
editorial y año...pascual, no, nunca lo dirán pero tiene mucha gracia y algún
día diré probablemente muchos nombres de estos eruditos copiotas y
desagradecidos que además ni se molestan en reconocer la verdad. Bien, paso
página porque en el fondo -lo saben los que me conocen- estas cosas me importan un cojón.
Normalmente cuando
uno consigue publicar sin que te conozcan de nada en una editorial, es decir sin tener contactos en la política y demás
–en este caso lo logré como estudiosa y filóloga en Anaya- pues es poner una
pica en Flandes. Pocos he regalado de esta casa porque no me da la gana, quiero
decir que la editorial te da muy pocos, uno tengo del último tocho de teatro,
sin embargo, Anaya envía de cada título que publica ejemplares a personalidades
destacadas del mundo de la literatura o a estudiosos que les pueda interesar. Puede ser que los envíen a doscientas o trescientas personalidades. Recibir, lo reciben, pero nunca dan las gracias ni dicen si les ha gustado o
no, pues evidente es, que la lista de personas que los autores damos son
nuestras, son nuestros compromisos por decirlo así, y ellos reciben su regalo
pero debe ser que como es de regalo pues ni pajolero caso. Si se
gastaran los machacantes entonces lo apreciarían mucho más, sin duda. La
situación con los años se ha agravado considerablemente hasta el punto de
plantearme muchas cosas, sí, como en un total crak de decisiones a
tomar. Y es que desde que en el 2003 comencé además a ser editora, a tener una
editorial, esto ya ha llegado al extremo. Muchas veces te piden con compasión
los libros, otras veces te los piden con un interés que supongo que mi ego
no lo puede resistir y accedo y regalo, otras pienso cuando es un libro de
creación que así me conocerán un poco más, otras veces piensas que no lo
encontrarán fácilmente en las librerías de al lado de su casa –esto es para los
que viven lejos, en el extranjero-, otras crees que es bueno tener un detalle y...¡qué mejor que un libro de mi editorial!. Pues mal, muy mal. No se deben regalar
los libros porque cuando la gente no se gasta el dinero, los putos peculios en
comprarlo, no lo valora en absoluto. Lo menos que uno se espera, es que te den
las gracias, que la vida es muy larga y nunca se sabe dónde y en qué
circunstancias nos volveremos a ver, nunca se sabe si una firma de hoy no tiene
un valor extremo mañana. El resultado es una pena, no hablaré de los robadores
de libros por que también he escrito sobre ello y no viene al caso, pero ser
maleducado con el arte de los demás, es un delito, tanto como el robar. Siempre
hay que ser agradecido y al menos –aunque luego no lo leas porque estoy
convencida de que nadie lee nada al menos en España- dar las gracias a la
persona, autor o editorial que tiene la deferencia de enviártelo a tu casa con
el consiguiente gasto. No voy a decir que cada ingrato recibidor de libro me
envíe una reseña de cada título, pero sí, algo. Si son libros editados a otros
vamos pasando el examen pero la cosa empeora cuando es el libro escrito por
el autor que es amigo tuyo. Lo peor de tener un amigo escritor
que te regala su libro y que le vas a ver más de una vez es que tienes
que hacer los deberes ¡amiguito!
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