El tiempo pasa
para todos y llevo con los años comprobando cómo la gente cambia y cambia y
terminas por no entender nada de lo que pasa a tu alrededor. En otras ocasiones
es peor, eres tú la que sacas una distancia de leopardo y los otros están igual
que siempre sin evolucionar nada en absoluto, diciendo las mismas paridas. Ahí
es donde se te va la olla pensando si acaso no te has (no me
he) vuelto majareta. No es grave. Ya he visto a muchos de mis colegas volverse malísimos y retorcíos para nada, pretendiendo
hacer daño o molestar a los otros, en realidad, pa ná, quiero decir
sin estilo ninguno, muy tontamente y sin llegar a ninguna parte. Solo se queda
en hacer el ridículo. Todo comienza cuando estás en el cole, en general estás
más pendiente de las notas del que tienes al lado que de procurar mejorar las
tuyas propias. Triste. Eso es el maldito afán por competir que desde pequeños
nos inculcan a todos, bueno, a mi, no. ¿Y a qué nos lleva tanto afán por
competir? A fomentar la envidia, como primera medida. A olvidarnos de nosotros
mismos y a pensar –mal pensado claro- en lo que hacen los otros y a criticar
como si fuese este el deporte nacional –en esto me ahorro las comunidades y su
padre- y la envidia como único asunto común de todo el territorio peninsular,
se hable vasco, catalán, gallego, madrileño, valenciano, andalúz o suajili
¡releche!
Ahí viene el
tema: ¿cómo practicar ese deporte nacional de la envidia cuando no se llega a
nada en la vida? ¿y qué es llegar? Este es ya tema de un ensayo pero hay que tenerlo en cuenta.
¿Qué sentido tiene? La vanidad, el poder y la lucha por ellos,
debe ser defendida con estilo y se
debe ser alguien porque si no, es muy triste, pero mucho y da mucha pena. No
hay nada peor que la mediocridad en el ser humano, que es prima hermana de la
ingratitud. A mi, me gustaría ver un malo de frente, un buen malo y que venga a por mi con todas las de la ley,
consciente al menos de que yo le haya hecho algo, un auténtico malo, pero de
los de verdad, ¡hombre pero qué dice esta tía! –se dirá. Que venga, por
ejemplo, un rey harto de que sea republicana y de que quiera liarla con mis escritos bajo seudónimo...en fin,
cosas así. Me estoy entrenando para ver si me topo o no me topo con alguien que
dé la cara ¡sí señor! Los mediocres nunca la dan.
Es que todo lo
que veo últimamente no tiene nada de nivel, son personajes mediocres, sin
personalidad, caracteres de poquita cosa, gentes muy envidiosas, pelusones y
pelusonas (esta voz sí tiene femenino) que no tienen talento ninguno para ser
malos ¡qué rabia! y van y se hacen mezquinos, trapisondas, capulletes, de esos
que no miran de frente ni por recomendación del médico, pues de esos, y ¡así
vamos! mal, muy mal. Conozco uno que es malo, malo, inteligente, académico que
tiene poder, pero claro, es amigo. ¡Rediós! Y prefiero que lo siga siendo por
si acaso.
Hombres y
mujeres malgastan su tiempo en poner zancadillas al otro o a la otra sin ton ni
son, en lugar de centrarse en lo que ellos mismos pueden llegar a ser o a
hacer, centrarse en el potencial de su mente y claro como en realidad pierden
más tiempo en ver lo que hace otro y
criticarle –por lo de la competitividad- su frustración crece cada día y con
ello sus ganas de hacer faenas desagradables. El conjunto es muy triste: alguien
A con un potencial como el de cualquiera pierde su tiempo en ver e impedir el
potencial enorme del otro B sin poder parar lo que hace, con lo cuál el
potencial del primero A queda inerte y frustrado sin poder evitar el desarrollo
y potencia que adquiere el de su vecino B. Convencido B de que no hace ningún
mal a nadie porque no para de trabajar se hace un poquillo orgulloso cosa
lógica porque se lo curra, pero A sí hace daño a alguien aunque no lo hace
directamente, el hombre es su propio verdugo y la pereza es su arma mortal. Una
vez que A ha contemplado como el vecino B ha progresado y A no tiene cómo
justificar su incapacidad e inutilidad supina ¿qué sucede? Pues le viene toda
suerte de negatividad, A se vuelve negativo y al tiempo un negao de la vida, arrastrando desgana por doquier y desarrollando
al máximo el mecanismo de la envidia, de la copia, de la crítica mordaz, comienza a negar todo, empezando por negarse a si mismo como si no fuera capaz de hacer lo
mismo que B, simplemente no lo quiere hacer.
Contempla el camino del éxito cada vez
más lejano, en realidad el único problema es que no te da la real gana, no quieres trabajar, no quieres desarrollar tu
voluntad y tienes que justificarte como sea, volviéndote destructivo con lo que
te rodea y por ello te vuelves así, mezquino y mediocre, resultado, triste muy
triste. El hombre no es consciente de su potencial, no sabe lo que es capaz de
generar el desarrollo de su mente, y los tiempos de hoy con esta sociedad que
nos han dado hecha y de la que nadie parece estar dispuesto a cambiar nada, de
lo que se han encargado es de eliminar el conocimiento, la sapiencia o la idea
de que tenemos una mente poderosa, que la podemos desarrollar y que ésta nos
puede llevar a dónde queramos, porque el individuo no existe. La sociedad
presente nos lleva a un mundo absurdo y procura que no pensemos nunca en
nuestro interior, en esa mente bestial, capacidad mística, dominio del espíritu, sino que nos entretengamos con
cualquier cosa que el tiempo pase por nosotros como si nada y que nos fijemos
mucho en lo que hace nuestro vecino para desarrollar las pequeñas vanidades,
esas que impiden sistemáticamente nuestro crecimiento.
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