San Anselmo,(1) en su Monologion,
da varias pruebas de la existencia de Dios; pero la más importante es sin duda
la que expone en el Proslogion, y que suele llamarse desde Kant el
argumento ontológico. Esta prueba de la existencia divina ha tenido una
resonancia inmensa en toda la historia de la filosofía; ya que en tiempos de
San Anselmo, un monje llamado Gaunilón la atacó, y su autor replicó a sus
objeciones; después, las opiniones se han dividido, y la interpretación del
argumento ha diferido. Sus demostraciones no se dirigen a sustentar la fe, sino
que están soportadas por ella. San Anselmo cree para entender, no a la inversa.
Pero no se trata tampoco de algo aparte de la fe; es la fe misma la que tiende
a saber: la fe que busca la intelección; y esta necesidad emerge del carácter
interno de la fe. San Anselmo distingue entre una fe viva, que obra, y una fe
muerta, ociosa; la fe viva se funda en un amor o dilectio, que es quien le da
vida. Este amor hace que el hombre, alejado por el pecado de la faz de Dios,
esté ansioso de volver a ella. La fe viva quiere contemplar la faz de Dios;
quiere que Dios se muestre en la luz, en la verdad, busca, por tanto, al
verdadero Dios, y esto es intelligere,
entender. "Si no creyera, no entendería", añade San Anselmo; es
decir, sin fe, o sea dilectio, amor,
no podría llegar a la verdad de Dios.
San
Buenaventura está cerca de él; Santo Tomás lo rechaza; Duns Escoto lo acepta,
modificándolo; Descartes y Leibniz se sirven de él, con ciertas alteraciones;
luego, Kant, en la Crítica de la razón pura, establece su
imposibilidad, de un modo al parecer definitivo, pero después Hegel la
replantea en términos distintos, y más tarde aparece estudiado profundamente en
Brentano y, sobre todo, en el P. Gratry, en el siglo XIX.
Hasta hoy, el
argumento ontológico es un tema central de la filosofía, porque no se trata en
él solo de una simple argumentación lógica, sino de una cuestión en la que va
implicada la metafísica entera. Esta es la razón de la singular fortuna de la
prueba anselmiana.
San Anselmo parte de Dios, de un Dios oculto y
que no se manifiesta al hombre caído. El punto de partida es religioso: la fe
del hombre hecho para ver a Dios y que no lo ha visto. Esta fe busca
comprender, hacer una teología: fides
quarens intellectum; pero aún no aparece la necesidad ni la posibilidad de
demostrar la existencia de Dios; San Anselmo invoca el Salmo 13: Dixit insipiens in corde suo: non
este Deus; dijo el insensato en su corazón: no hay Dios,y tiene sentido la
prueba, que carece de él sin el insensato. Y San Anselmo formula su célebre
prueba en estos términos: el insensato, al decir que no hay Dios, entiende lo
que dice: si decimos que Dios es el ente tal que no puede pensarse mayor,
también lo entiende; por tanto, Dios está en su entendimiento; lo que niega es
que, esté in re, lo hay en
realidad. Pero si Dios existe solo en el pensamiento podemos pensar que
existiera también en la realidad, y esto es más que lo primero. Por tanto,
podemos pensar en algo mayor que Dios, si este no existe. Pero está en
contradicción con el punto de partida, según el cual Dios es tal que no puede
pensarse mayor. Luego Dios, que existe en el entendimiento, tiene que existir
también en realidad. Es decir, si solo existe en el entendimiento, no cumple la
condición necesaria; por tanto, no es de Dios de quien se habla. En rigor la
prueba de San Anselmo muestra que no se puede negar que haya Dios.
Consiste en oponer
a la negación del insensato el sentido de lo que dice. Lo que dice el insensato
no lo entiende, y por eso precisamente es insensato; no piensa en Dios, y su
negación es un inequívoco, no sabe lo que se dice, y en eso consiste la
insensatez. Si se piensa, en cambio, con plenitud lo que es Dios, se ve que no
puede no existir, forzosamente existe. Por eso San Anselmo opone a la
insensatez, la interioridad, la vuelta a sí mismo, según el ejemplo
agustiniano. La entrada en sí mismo hace que el hombre, al encontrarse a sí
propio, encuentre a Dios, a imagen y semejanza del cual está hecho. El
argumento ontológico es, pues, una apelación al sentido íntimo, al fondo de la
persona, y se funda concretamente en la negación del insensato. Este encuentro
con Dios en la intimidad de la mente abre el cauce de interpretación del
pensamiento medieval de la época siguiente especialmente con Gratry siglos
después.
Para Gratry, quien evolucionó y trató de actualizar el concepto, debemos
buscar la verdad con todas nuestras facultades – sentimiento, imaginación,
amor, razón: saber cómo las cosas se conocen realmente en su relación con Dios,
el hombre se valoriza sólo en su ascensión a Dios. Si en la determinación de
los valores y de las relaciones entre las facultades humanas, Gratry privilegia
al amor por éste Dios que es conocido a
través de la razón, con un proceso análogo a aquel desarrollado en las
ciencias; a la belleza y la perfección en la naturaleza, el alma se desarrolla
la capacidad de exaltación que se levanta de su propia finitud hasta el
infinito.
En términos
filosóficos la peculiaridad de su pensamiento fue la proyección de la teología
católica sobre un horizonte metafísico.
Para Gratry, Le Père Gratry, el hombre "conoce" a Dios, pero no con
un conocimiento intelectual en el sentido ordinario del término, sino a partir
de una relación con él, que es anterior a la inteligencia y es
"constitutiva" del ser del hombre. De modo que para Gratry ser humano
es ya estar en una relación originaria con Dios. Pero la conciencia de dicha
relación debe desarrollarse. Y ese despertar de la conciencia de lo divino
depende de lo que llamó "el sentido divino". Esta noción es una de
las aportaciones principales de Gratry al pensamiento religioso. Para él, así
como hay sentidos externos que permiten al hombre vincularse y conocer las
realidades externas y como hay también sentidos internos que le permiten
vincularse y conocerse a sí mismo, también hay un sentido divino, en el fondo
del alma, que permite al hombre vincularse y reconocer a Dios en su propio
interior.
Podría
decirse que esa concepción es tributaria de la doctrina agustiniana del alma. Y
de hecho Gratry no la desarrolla con pretensiones de originalidad sino que,
reconociendo las fuentes patrísticas tanto latinas como griegas de su
pensamiento, lo que pretende es recuperar para la época moderna esa conciencia
metafísica inherente a la condición humana. Después, otras teologías continúan
su disyuntiva ontológica, pero nunca serán tan definitivas como lo fueron las
de San Anselmo.
Rosa Amor
del Olmo.
Doctora y
Filosofía y Letras.Teóloga
Escritora
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