Naïf y crédulo, el joven Cándido vive "en el
mejor de los mundos posibles" en la casa de su tío el baron
Thunder-ten-Troncklh hasta el día donde -al seducir a la hija del Baron-se
adentra a partir de ahí en "el vasto mundo de la realidad". A lo
largo de las peripecias del joven Cándido logra conocer la realidad de la
vida en esa contraposición a la actitud optimista que había desarrollado en su
momento Leibniz. la
obra sigue las peripecias del protagonista Cándido en su primer encuentro con
el precepto del optimismo leibniziano de
que «todo sucede para bien en este, el mejor de los mundos posibles» y en una
serie de aventuras subsecuentes que refutan de forma dramática el famoso
precepto a pesar del obstinamiento con el que el personaje se aferra a éste.
La lectura del Cándido nos recuerda la propia naturaleza del hombre en su estado
puro, de cómo éste nace confiado, casi optimista pensando que "Todo está
Bien" hasta que después comprende cómo funciona todo y recuerda su
inocencia, esa con la que probablemente si logra no sucumbir a la corrupción
del Hombre, encontrará la salvación.
El agnosticismo racionalista de Voltaire y su espíritu
independiente le llevaron a atacar cuestiones fundamentales de su tiempo, como
el absolutismo y la superstición, por considerarlas alejadas de la razón y no
sometidas al examen de la reflexión y del análisis, en todos sus escritos,
Voltaire destacó por la claridad crítica y la demoledora y mordaz franqueza de
su pluma, que le ocasionaron numerosos problemas y le granjearon enemistades a
lo largo de toda su vida. Pese a compartir muchos de los postulados aceptados
por la mayoría de los ilustrados, a Voltaire le separó de ellos la carencia de
un optimismo metafísico y la fe en un progreso humano capaz de arrebatarnos de
la mezquindaz en la que el hombre está inmerso. Según Voltaire, no eran la
sociedad, el Estado o la cultura las que pervertían la inocencia del hombre,
sino el propio ser humano el que generaba las condiciones de su miseria. La
absoluta confianza en la razón que habían postulado los racionalistas un siglo
antes no era aceptada por Voltaire, para el cual la inteligencia humana podía,
por sí misma, denunciar, criticar o corregir algunos prejuicios o errores pero,
por sí sola, resultaba impotente para erradicar estos males. Voltaire sí que aceptó,
en cambio, la tesis de deísmo, es decir, las proposiciones de la religión
natural o racional que defendían la libertad ideológica, de culto y la
tolerancia religiosa- El anticlericalismo radical que se desprendía de la
mayoría de sus obras no debe, sin embargo, hacernos suponer que Voltaire
defendiera una postura atea. De hecho, él mismo afirmó que "si Dios no
existiera sería necesario inventarlo, pero la naturaleza entera nos grita que
existe".
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