
Desde el Genesis hasta el
Apocalipsis ningún relato de la
Biblia ha sido fuente de más injurias que el del Edén. Es el
primer ejemplo del mal empleo y abuso de las escrituras. Los errores que han
provenido de las perversiones de este relato han dado lugar a mil más. En
ningún relato lo figurativo y lo literal se han confundido tanto, ni tampoco
ningún otro relato tiene la ausencia de partes sencillas y preciosas más
confusas. En el misterio del Edén vemos un clásico caso de los peligros y de
las dificultades con las que se enfrenta la exégesis de las escrituras no
inspiradas, y la forma en que las escrituras permanecen siendo un libro sellado
para salvar a todos aquellos que conocen al Espíritu mismo por el cual les fue
otorgado. El deseo sexual es malo; los niños son infectados en el momento de la
concepción con la mancha del pecado original; los niños que mueren sin haber
sido bautizados están perdidos para siempre; nuestro estado paradisíaco fue
perdido innecesariamente. Cada una de estas creencias reclama ser un fruto del
Edén y todas ellas tienen un sabor amargo.
Pero los que probaron los frutos
del Edén declararon que eran de lo màs dulce, y que les brindaban un gran gozo.
Nuestra promesa (la que se hace a todo hombre) es la de encontrar frutos
dulces, más allá de todo lo que es dulce, blanco, más allá de todo lo blanco,
puro, más allá de todo lo puro, frutos mediante los cuales podemos regocijarnos
hasta que ya no conozcamos el hambre y la sed.
En realidad el relato del Edén ha
permanecido en el misterio. Con demasiada frecuencia, la pintura que se observa
es la de Adán arrodillado y doblegado en su nuevo mundo de espinas y cardos,
con la débil y crédula Eva detrás. La religión revelada se alboroza en la Caída y se regocija en las
bendiciones que de ella surgen. El Adán que vemos es uno que “bendijo a Dios
ese día y fue lleno, y empezó a profetizar concerniente a todas las familias de
la tierra, diciendo: bendito sea el nombre de Dios, pues a causa de mi
transgresión se han abierto mis ojos y tendré gozo en esta vida, y en la carne
de nuevo ver a Dios. Y Eva, su esposa, oyó todas estas cosas y se regocijó,
diciendo: De no haber sido por nuestra transgresión, nunca habríamos tenido
posteridad, ni hubiéramos jamás conocido el bien y el mal, ni el gozo de
nuestra redención, ni la vida eterna que Dios concede a todos los que son
obedientes. Y Adán y Eva bendijeron el nombre de Dios, e hicieron saber todas
las cosas a sus hijos e hijas.
En la historia por tanto del
orígen terreno del hombre encontramos la rica combinación de lo figurativo y lo
literal, que es tan característico de la Biblia , de las enseñanzas de Cristo y de la
experiencia diaria, es decir, es probable que el relato se revele de acuerdo
con la fe y la sabiduría que le brindemos. Al igual que todos los textos de las
escrituras, su interpretación se convierte en una medida de nuestra madurez y e
nuestra integridad espiritual. Tal es el misterio del Edén.
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