En las relaciones con los que nos rodean y la vida, actúa
e interactúa de forma definitiva el componente más sustancial de la persona.
Creer en la relación que existe entre el yo y en el tú, es fundamental para
poder dar forma real al contacto con los otros individuos siendo a partir de
ahí, que las relaciones existen no por la estructura que da la sociedad (padre-hijo-hermano-madre-tío
de una familia) sino por los sentimientos que se establecen entre el tu y el
yo, que pueden generar relaciones de amigos, que son como hermanos o de padre
adoptivo etc. Es decir, que el hombre se relaciona con los demás porque tiene
emociones, memoria, inteligencia...alma, decimos. Cierto es que los animales
también se relacionan entre ellos y también con los hombres, no todos claro,
pero sus relaciones son planas y ausentes de dialéctica emocional. Se mueven
por estímulos intuitivos pero no por relaciones perfectamente formadas. A
menudo, el ser humano se pregunta a cerca de qué pasará con las personas y
seres queridos cuando nos vayamos a la otra vida y no es fácil de obtener una
respuesta satisfactoria. Las relaciones con los que nos rodean son la sal de la
vida, la manera que tiene el ser humano de poder comunicar sus sentimientos mas
profundos, sus emociones, su desarrollo, la construcción de su carácter, sus
pasiones, su personalidad. En la manera de relacionarnos encontramos muchas
veces elementos muy curiosos, en ocasiones nos decimos por dentro “a esta
persona yo la conozco de algo” y sin embargo no sabemos por qué. En esas
relaciones no sabemos explicarnos qué ha pasado cuando alguien –un hombre- pasa
de no significar nada para nosotros a serlo todo de un día para otro, se
convierte en un enigma en nuestra mente y de repente nos interesa mucho hasta
el punto de creernos alomejor “enamorados”.
A menudo también establecemos
relaciones con determinadas personas con las que consideramos haber tenido una
relación en otro momento de nuestra vida que desconocemos, es decir, tenemos la
certera sensación de que conocemos a esa persona desde hace mucho tiempo, lo
sentimos en nuestro fuero interno y no podemos explicarlo, solo sabemos que
tenemos la sensación de conocer a esa persona, que tenemos un claro
presentimiento de haber estado junto a ella. Claro, si pensamos en que antes de
venir a esta tierra ya éramos almas, entes, espíritus o inteligencias cabría
–sin duda- la posibilidad de poder pensar que hubiéramos tenido algún tipo de
relación o de vínculo con esa persona a quien decimos conocer, pero son solo
especulaciones.
Si es que hay una existencia previa a la terrenal este sería el
lugar idóneo para haber conocido a ciertas personas con las que luego
compartimos nuestra vida aquí en la Tierra.
Lo cierto es que desde que nacemos nos vinculamos a las
relaciones, al contacto con los demás con mucha fuerza y cada una de esas
personas a las que conocemos van dejando un poso en nuestra vida, no tanto en
nuestra memoria que a menudo selecciona lo que le interesa recordar, dejando de
lado lo que no le gusta o no quiere. El ser humano, por tanto, y en cuanto a
sus relaciones humanas lo que comienza a sufrir con el tiempo es la sensación terrible
del temor. El temor, se apodera de la gente en los tiempos más difíciles y es
el arma más fuerte para crear desdicha a la Humanidad. El que teme, pierde
fortaleza para el combate de la vida en la lucha con el paso del tiempo. Para
enfrentar el temor de la vida el ser humano busca consuelo en las religiones,
en las filosofías y en intentar explicar su contexto, es decir, su propia
existencia.
De Con una palabra tuya, Madrid, Isidora Ediciones, 2013.
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