Un individuo
puede habitar multitud de años en este pozo que llamamos España, y acaso no
llegue nunca a sentir el contraste y la perversión de ese mismo pozo donde
vive. Pero se sueltan las amarras, sale nadando, flotando la nave del
individuo, y entonces las cosas adquieren un color, un relieve, tan distintos,
que verdaderamente queda uno pasmado.
He rondado por
esos mares de Dios; he ido con las muchedumbres emigradoras; he sentido la
emoción de los desembarcos en puertos o ciudades exóticas, he metido mi persona
en el báratro de aquellas poblaciones americanas, orientales también, tan
llenas de entusiasmo y de esperanza; la vida libre y amplia de los centros
cosmopolitas ha rozado mi mente y la ha hecho vibrar. He conocido la agitación
de esos países nuevos, en que todo habla del porvenir, en que no se advierte la
tristeza colectiva, en que cada ciudadano presiente que su nación irá
ascendiendo como por una escala milagrosa hasta llegar a los últimos peldaños
de la grandeza. En que todo cambia, se renueva, se multiplica.
Ahora he
vuelto a España, he vuelto a Madrid, y he creído que todo había sido un sueño.
Nada ha cambiado. La gente sigue comentando la política, el teatro, la mujer, o
los toros. La gente sigue perdiendo el tiempo en una serie de divagaciones
intelectuales de fondo estúpido. Encuentro la misma tendencia semimística, casi
metafísica, de ocuparse todas las horas del día de/en problemas abstractos,
como son esa misma política, ese mismo teatro, esa misma mujer y esos mismos
toros. Todos se duelen de vivir mal, de no tener suficiente dinero, nadie
quiere poner la mente en el último y gran ideal del hombre, que es salir de la
miseria y dignificarse varonilmente (ahora también hay que decir mujerilmente)
por medio del poder del dinero. Hallo idéntica pereza del querer, de la
voluntad vamos, puesto que esta vida ratonil, agria o quejumbrosa no es más que
pereza. A ninguno se le ocurre hablar de negocios, de asuntos materiales. En
las esferas políticas todo es abstracto, todo es idealismo; en la Prensa todo
es también abstracto, todo es idealism perezoso, cambio y recambio de tópicos
holgazanes; todos lo esperaron en un día, ahora ya no, alienados por una
monarquía que solo gasta, pero algunos seguimos en realidad esperando, la
llegada de una República, esperamos que venga alguien y que se vayan otros, que
haya turnos. Lo que hay es pereza, apoltronamiento, hasta para hacer huelgas.
Mucha pereza.
Y las calles
de Madrid las encuentro abandonadas a los vendedores, al tráfico manipulador de
las vidas humanas, que alborotan a los vagos, a los desocupados, a los
pordioseros, los de toda la vida que están ahí de toda la vida, tan tranquilos.
Los mendigos desarrollan todos su potencia sentimental, cantando o quejándose
hasta llegar al último grado de lo trágico. Y esto lo siente, lo palpa, lo roza
el público, y nadie se asombra. Madrid ofrece un tono trágico, doloroso diría
yo, que tiene un valor literario y artístico inapreciable, pero que socialmente
es un verdadero crimen.
Madrid,
volviendo del mundo da la impresión de una ciudad de provincias, de un pueblo y
yo siempre continuo practicando las mismas picias. Y leo los artículos, la
literatura, los versos, cuanto se imprime en esas hojas y esos libros, todo me
produce asombro, pena y cierta vergüenza. Se escribe por darle gusto a la
pluma, por unir dos frases con arte, por hacer un poco de ingenio o dar una
nota lacrimosa y decadente. La poesía y la emoción de la Naturaleza, de los
campos, de los ríos, de los mares, de los puertos, de los almacenes, del
comercio, de las multitudes, de las risas o de las muecas de la humanidad, todo
eso permanece ausente de tanta letra como se imprime.
Falta de
nervio, falta de vida, de realidad, de jugoso e ideal materialismo, de salud,
de ilusión, de fe, de optimismo, de voluntad y de enérgico deseo: he ahí lo que
encuentro al volver a la patria. Y pienso que esta nación está demasiado lejos
del mundo, que Madrid se halla a mil leguas de Europa, que son necesarias ocho líneas
férreas que vayan desde el corazón de España al seno del mundo para que esta
nación pueda tomar un aire civilizado.
Vivimos aún en
el tiempo de Felipe IV, el tiempo de la literatura conceptuosa, de la ciencia
parásita, (me refiero a las instituciones no al trabajo de los científicos que
se tienen que ir fuera para poder tener medios donde desarrollarse) de la
filosofía nula, en esto no me duelen prendas: filosofía nula y mucha teología
exclusivamente católica, claro. Encuentro que España entera tiene un gran valor
literario artístico y literario, pero que socialmente es una aberración y en
esto cito texto de 1910 donde Salaverria viene a decir lo mismo, que avanzamos
a trompicones y en detrimento de una verdadera evolución social, damos un paso
adelante y cuarenta atrás: “España en su sociedad es aberrante. Acaso por eso
muchos literatos nacionales y extranjeros se han llenado últimamente de
devoción por la España original, por la España antigua, por el Greco, por Goya
y por las escenas “fuertes” trágicas, de esta España que ha venido a caer en un
mero tópico literario, para escritores y pintores, en el fondo íntimamente
reaccionarios. El reaccionarismo de España no está en los carlistas, sino en
muchos que se llaman radicales. En una palabra: encuentro que España sigue en
el mismo estado en que la dejaron los ministros civilizados de Carlos III”. (Extracto
de Salaverria publicado en el ABC, de diciembre 1910).
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