Los libros
sagrados siempre me han interesado en grado extremo y es por ello que mis
reflexiones sobre la vida alcanzan también a una de las figuras más
emblemáticas de estos textos que debemos procurar leer lo mejor traducido
posible. Me confieso bastante cura. Yo utilizo para las Escrituras las
versiones de Casiodoro de Reina de 1569 revisada por Cipriano de Valera 1602,
la que manejo hoy es una edición suya más reciente, de 1960. Ésta edición es la
que ha ganado para mí, después de haber sido cotejadas con otras —al menos—
diez versiones, mis bendiciones mas grandes. Digo, que la figura de Jesús me
atrae y por más que estudio y lo reflexiono, no me canso, siempre tiene algo
que decirme, algo para cavilar.
La historia
pasa en el tiempo pero no en los acontecimientos ni en las personas. Seguimos
siendo iguales que entonces. Fariseos y otros estamentos de la categoría de
«seres elegidos» vivían continuamente al acecho con la sola idea de hostigar y
probablemente desconcertar a Jesús sobre cuestiones de ley y doctrina, y
provocarlo para que obrara o hablara contra el orden establecido. Era una
cuestión, si se quiere, más política que otra cosa. Jesús
era judío.
No se puede
fijar con autoridad indisputable el origen de los fariseos, ni en lo que
respecta a tiempo ni circunstancias; aunque es probable que el origen de la
secta o partido estuviese relacionado con el regreso de los judíos de su
cautividad en Babilonia. Los que habían asimilado el espíritu babilónico
promulgaron ideas nuevas y conceptos adicionales del significado de la ley; y
las innovaciones resultantes fueron aceptadas por unos y rechazadas por otros.
Con el nombre fariseo podríamos hoy catalogar a más de uno… porque ha pasado al
habla popular como "alguien a quien consideramos un hipócrita". Esta
voz no aparece en el Antiguo Testamento ni en los libros apócrifos, aunque es
probable que los asideos, de quienes se hace mención en los libros de los
Macabeos, fueran los fariseos originales. Por derivación, el nombre expresa el
nombre de separatismo, pues el fariseo, según la estimación de los de su clase,
gozaba de un puesto diferente al de la gente común —como las clases
eclesiásticas de ahora— y se consideraba a sí mismo tan realmente superior al
vulgo, como los judíos en comparación con otras naciones. Fariseos y escribas
eran uno en todos los detalles esenciales de su profesión, y el rabinismo era
su doctrina particular.
En el Nuevo
Testamento suele mencionarse a los fariseos como contrarios de los saduceos;
pero eran tales las relaciones entre los dos partidos—como hoy— que puede
llegar a resultar más fácil contrastar el uno y el
otro, que
considerarlos separadamente. Los saduceos surgieron durante el segundo siglo
antes de Cristo en forma de una organización reaccionaria relacionada con un
movimiento insurgente contra el partido de los Macabeos. Su programa por tanto
consistía en oponerse a la masa cada vez mayor de doctrina tradicional, la cual
en vez de cercar la ley para protegerla, la estaba sepultando. Los saduceos
sostenían la santidad de la ley, según se había escrito y preservado, y al
mismo tiempo rechazaban todo el conjunto de preceptos rabínicos, así los que
eran transmitidos oralmente, como los que habían sido cotejados y codificados
en los anales de los escribas. Los fariseos constituían el partido más popular
a diferencia de los saduceos, quienes descollaban como minoría aristocrática.
En la
época del nacimiento de Cristo —época a todas luces de controversia religiosa—
los fariseos integraban un cuerpo organizado de más de seis mil hombres, y
generalmente contaban con el apoyo y esfuerzos de las mujeres judías; por otra
parte, los saduceos eran una facción tan pequeña y de poder tan limitado, que
cuando se les colocaba en posiciones oficiales, generalmente seguían la
política de los fariseos por cuestión de conveniencia. Los fariseos eran los
puritanos de la época, inflexibles en su exigencia de que se cumpliesen las
reglas tradicionales -que eran muchísimas y dificilísimas de cumplir- así como
la ley original de Moisés. Los saduceos se jactaban de cumplir estrictamente
con la ley, conforme ellos la interpretaban, a despecho de todos los escribas o
rabinos. (No es de extrañar que aquellos que cumplian la ley tan
juiciosamente en tanto que seres humanos se volviesen orgullosos.) Los saduceos
defendían el templo y sus ordenanzas prescriptas. Los saduceos por ejemplo,
aplicaban el «ojo por ojo, diente por diente» de la ley mosaica (Exodo
21:23-35, Lev 24:20; Deum 19:21) mientras que los fariseos se apoyaban en la
autoridad del fallo rabínico, de esta manera se podría imponer como forma de
castigo el pago mediante dinero o bienes. Fariseos y saduceos diferían en
muchos asuntos de creencias y prácticas importantes, aun cuando no
fundamentales entre otros, la preexistencia de los espíritus, la realidad de un
estado futuro con premios y castigos, la necesidad de la abnegación individual,
la inmortalidad del alma, y la resurrección de los muertos, cada una de las
cuales los fariseos aceptaban y los saduceos rechazaban, negando la existencia
de la resurrección.
La filosofía
de Jesús o sus ideas cambiaban por completo la utilización de la religión, de
la ley mosaica, de la variabilidad de la práctica. Entre otras de las muchas
sectas y partidos en aquellos días fundados sobre una base de diferencias
religiosas o políticas, o ambas cosas, quedarían incluidos los esenios,
nazareos, herodianos y galileos. Aun distinguiéndose los esenios por su
profesión de piedad exagerada, eran sin duda los fariseos los que gozaban de
mayor popularidad e influencia. Jesús los definió como hipócritas. (De ahí la
transmisión oral del término fariseo como de alguien hipócrita.)
Posiblemente
la narración que San Lucas coloca en seguida de su relato acerca del gozoso
regreso de los Setenta sea uno de tantos esfuerzos, porque nos dice que «un
intérprete de la ley» hizo una pregunta a Jesús para probarlo. Considerando con
toda la benevolencia posible el motivo del interrogante —y tomando en cuenta
que la Biblia emplea la frase «para probarle», que aun cuando no significa
necesaria o principalmente incitar al mal, sí sobrentiende el elemento de
entrampar o tender un lazo—, podemos suponer que deseaba poner a prueba el
conocimiento y prudencia del famoso maestro, probablemente con el objeto de
ridiculizarlo. Ciertamente no tenía por objeto buscar sinceramente la verdad.
Formaba parte de la guerra, como hoy.
Este abogado,
poniéndose de pie entre los que se habían reunido para escuchar a Jesús,
preguntó: ¿Maestro, haciendo qué cosa heredaré la vida eterna? Y Jesús le
contestó con otra pregunta, en la cual claramente se daba a entender que si
este hombre, que se preciaba de estar versado en la ley, hubiese leído y
estudiado debidamente, sabría sin preguntar lo que le era requerido. ¿Qué está
escrito en la ley? -le dijo, ¿Cómo lees? y el hombre respondió con una
admirable síntesis de los mandamientos: «Amarás al señor tu Dios con todo tu
corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu
prójimo como a ti mismo». Es decir, resumió gran parte de el Evangelio. Estas
últimas palabras me han dado mucho que pensar a lo largo de mi vida,
aplicándolas de alguna manera, claro, todavía no les encuentro la salida, ni
veo que se la encuentren los que me rodean, aplicándolas, claro, a juzgar por
sus acciones…
La respuesta,
como digo, mereció la aprobación de Jesús, que le dijo: «Bien has respondido;
haz esto y vivirás». Estas sencillas palabras contenían un reproche que el
intérprete de la ley debió haber advertido, pues ponían de relieve la
diferencia entre saber y hacer. Malogrado su plan de confundir al maestro,
y probablemente comprendiendo que él, en calidad de intérprete de la ley, no
había hecho descollar su erudición con tan sencilla pregunta que él mismo
contestó en seguida, mansamente quiso justificarse haciendo otra interrogación:
¿Y quién es mi prójimo? Bien podemos estar agradecidos por la pregunta del
abogado, porque hizo brotar de la inagotable fuente de sabiduría del maestro
una de sus parábolas más estimadas, la historia conocida como Parábola del
buen samaritano.
«Un hombre
descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le
despojaron; e hiriéndole se fueron, dejándole medio muerto. Aconteció que
descendió un sacerdote por aquel camino, y viéndole, pasó de largo. Pero un samaritano,
que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia; y
acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su
cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él. Otro día al partir, sacó
dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que gastes
de más, yo te lo pagaré».
Entonces Jesús
le preguntó: «¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que
cayó en manos de los ladrones?». Él dijo: «El que usó de misericordia con él».
Entonces Jesús le dijo: «Ve, y haz tu lo mismo».
Samaria era el
pueblo más aborrecido para los judíos, hacía siglos que el rencor entre judíos
y samaritanos se había estado desarrollando, y en la época del ministerio
terrenal de Jesús se había convertido en un odio incontrolable. Los
habitantes de Samaria eran una raza mixta en quienes cursaba la sangre de
Israel con la de los asirios y otras naciones; y una de las causas de la
animosidad que existía entre ellos y sus vecinos, tanto hacia el norte como
hacia el sur, era que los samaritanos pretendían ser reconocidos como
israelitas. Hacia el año 721 a
de C. las ciudades de Samaria no estaban parcialmente sino totalmente
despobladas, permaneciendo así hasta que según las palabras que se encuentran
en 2 Reyes 17:24: «Trajo el rey de Asiria gente de Babilonia, de Cuta, de Ava,
de Hamat y de Sefarvaim, y los puso en ciudades de Samaria, en lugar de los
hijos de Israel; y poseyeron a Samaria, y habitaron en sus ciudades». De modo
que los nuevos samaritanos eran
asirios de nacimiento o por dominio. Los extranjeros asirios eran idólatras y
no tenían deseos de servir a Jehová ni de adorar adecuadamente en el templo.
Posteriormente, cuando estos samaritanos extranjeros se casaron con algunos de
Judá, se comenzó a desarrollar una raza mezclada de samaritanos y, al mismo
tiempo, una variante de la religión judía. Tales eran las circunstancias en la
época del Nuevo Testamento. Esta religión adulterada estaba fuertemente
entremezclada con prácticas religiosas paganas y otras prácticas no
autorizadas, las que los judíos veían como sumamente ofensivas. Se jactaban de
que Jacob era su padre, pero los judíos lo negaban. Tenían una versión del
Pentateuco que reverenciaban como ley, pero rechazaban todos los escritores proféticos
de lo que hoy es el Antiguo Testamento, porque consideraban que en ese tomo no
se les trataba con suficiente respeto. Para el judío ortodoxo de aquellos
tiempos, un samaritano era más impuro o inmundo que un gentil o cualquiera otra
nacionalidad.
Es interesante
notar las restricciones extremas y aun absurdas que entonces se hallaban en
vigor, a fin de reglamentar las relaciones inevitables entre los dos pueblos.
El testimonio de un samaritano era inaceptable ante un tribunal judío. Hubo un
tiempo en que, de acuerdo con la autoridad rabínica, el judío que comiera
alimentos preparados por un samaritano cometía una ofensa tan grave como comer
carne de cerdo. Aunque se admitía que el producto de la tierra que crecía en
Samaria no era inmundo, en vista de que brotaba directamente del suelo, podía
tornarse impuro si era tocado por manos samaritanas. De manera que era
permitido comprar uvas y granos de los samaritanos, pero no el vino o harina
fabricados de estos artículos por obreros samaritanos. Curiosamente hoy en día
algunos cultos y prácticas religiosas conservan estas peculiaridades de fe.
Era bien
sabido que los salteadores de caminos infestaban el tramo entre Jerusalén y
Jericó; de hecho, se daba el nombre de Vía Sangrienta a una sección de la calzada
por motivo de las frecuentes atrocidades cometidas allí. Jericó descollaba
prominentemente como residencia de muchos sacerdotes y levitas. El sacerdote,
que por respeto a su oficio, cuando no por ninguna otra causa, debía haber
estado dispuesto y presto para hacer un acto de misericordia, vio al caminante
herido y se pasó del otro lado. Siguió un levita; se detuvo brevemente para
mirar, y también se pasó de largo. Estos deberían haberse acordado de los
requerimientos categóricos de la ley, que si una persona veía un asno o buey
caído en el camino, no debía apartarse sin ayudar al dueño a levantarlo otra
vez. Si tal era su obligación hacia el animal de un prójimo, cuanto más grave
su responsabilidad cuando el hermano mismo se hallaba en una situación tan crítica.
Indudablemente el sacerdote y el levita tranquilizaron su conciencia con una
amplia disculpa por su conducta inhumana; tal vez iban de prisa, o quizá
tenían miedo de que los salteadores volviesen y ellos mismos fueran víctimas de
su violencia, ¡qué fácil es hallar disculpas!, brotan tan espontánea y
abundantemente como las hierbas al lado del camino. Cuando el samaritano pasó
por allí y vio el lamentable estado del herido, no halló ninguna excusa, porque
no la necesitaba, no entraba en su código ético la justificación porque ni
siquiera iba a intentar esquivar la cuestión. Habiendo hecho lo que pudo en
materia de primeros auxilios, de acuerdo con las atenciones médicas de la
época, colocó a la víctima sobre su propia bestia, probablemente una mula o un
asno, y lo
llevó al mesón más próximo donde lo atendió personalmente e hizo arreglos para
que le dieran el cuidado adicional que requiriese. La diferencia esencial entre
el samaritano y los otros consistió en que aquél tenía un corazón compasivo,
mientras que éstos eran desamorosos y egoístas.
Aunque no lo
dice en forma definitiva, es casi seguro que la víctima de los ladrones fuera
un judío; así lo requiere la parábola. El hecho de que el misericordioso era
samaritano indica que aquellos a quienes los judíos despreciaban y llamaban
herejes, podían sobrepujarlos en buenas obras. Hay más ejemplos de samaritanos
considerados por Jesús. Para un judío, sólo otro judío era su prójimo. No hay
justificación para juzgar al sacerdote, el levita y el samaritano de ser
representantes típicos de su clase; indudablemente había muchos judíos
bondadosos y caritativos, y también muchos samaritanos despiadados. No
obstante, los personajes de la parábola ilustraron admirablemente la lección
del maestro, y las palabras de la aplicación que él hizo fueron penetrantes por
su sencillez y pertinencia. De ahí me pregunto: ¿quién es hoy samaritano quién
es fariseo y quién judío?
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