La vida nunca se presenta como la hemos pensado o mejor,
nunca se presenta como nos la han hecho pensar y soñar...La infancia para
muchas personas ha significado la peor etapa de su vida, si bien, no solemos
reconocerlo por el sufrimiento que con frecuencia nos proporciona. Hoy, en los
países en los que no sufrimos guerra frivolizamos continuamente con
preocupaciones que en realidad no tienen mayor interés. No estamos
suficientemente agradecidos por las buenas cosas que tenemos cada día, no
pensamos en que tenemos salud, bienestar, naturaleza que contemplar. Vida,
vida, en definitiva, aunque yo creo que no tenemos libertad por mucho que nos
creamos que sí, yo digo no, no la tenemos, vivimos esclavizados, atados a un
mundo material que se desvanece como el humo cuando te diagnostican un cáncer o
cuando tienes un accidente, por poner un ejemplo, una imagen. Vivimos esclavos
de las decisiones de los políticos que cambian las vidas de las personas, de
las sociedades de forma terrible.
Las personas que han sufrido de pobreza, que han tenido
pocos medios en su etapa infantil, en su etapa madura se atan enormemente a los
bienes materiales y no digo que no sea normal, lo que digo es que sería
inteligente no pillarse los dedos y conservar un término medio en el que no nos
dejemos llevar demasiado por el capitalismo. No olvidar los sentimientos
también es algo noble. No cambiar nuestros principios, también es noble. Muchas
cosas lo son, pero dejan de ser nobles cuando preferimos el dinero.
Lo cierto es que a medida que pasa el tiempo y embaucados
en esta sociedad de consumo sentimos una inquietud enorme al ver que las cosas
no son, no existen, que hay elementos del mundo sensorial o emocional que
comienzan a pertenecer a nuestra personal manera de ser y de sentir las cosas.
Vemos que estamos la mayoría de las veces fuera del circuito social, que somos raros, que no entramos en las
convenciones que sí entran los demás, que no nos interesa. La adolescencia, por
ejemplo, es la etapa por excelencia idónea para comenzar a ver que el mundo no
es lo que pensamos, a menudo, el ser humano no se acepta como es. Con suerte
algunos lo empiezan a descubrir mucho antes, desde temprana edad, esto siempre
sucede así aunque haya quien no lo quiera ver, es decir, desde niños percibimos
que el mundo no es nada para con nosotros, no tenemos relación con él, pertenecemos en definitiva a otra época, pero no sabemos explicar lo que nos sucede.
Tal vez los especialistas haciéndonos dibujar o forzándonos a realizar absurdos
test, dan con la tecla de aquello que no asimilamos y que nos causa inquietud e
incluso trauma, de aquello que nos hace en definitiva sentirnos mal. Este papel
lo hacen psicólogos y psiquiatras cuyo objeto de trabajo por obligación
consiste en encontrar una explicación intelectualizada a todo lo que sucede en
la mente y sobre todo en el comportamiento del ser humano. Mala cosa. El alma
no se puede formalizar: es como la persona quiere que sea aunque pueda sufrir
influencias. Las dificultades en realidad existen desde que nacemos, solo que
nos habituamos a ellas sin querer o sin tener que necesariamente explicarlo
todo. ¡Esa dichosa manía! La tendencia a construir o a criar seres perfectos se
une a esa manía médica de la explicación y por consiguiente de una terapia o
curación, sin darse cuenta o sin querer darse cuenta porque sus honorarios se
ven maltrechos, que en realidad cada persona lleva en si misma uno o muchos
conflictos, configurando de esa manera su particular forma de ser, configurando
su personalidad, sin más. Esto no hay que convertirlo en enfermedad, debe
convertirse en aceptación. No somos enfermos, somos personas con dificultades,
con personalidades, caracteres y nada más. He citado la adolescencia que es el
primer atisbo de conciencia de malestar y de odio por lo que nos rodea, de
querer seguramente explicar o de tomar conciencia de lo que no nos gusta o de
lo que nos hace sentir mal, justamente aquello que de pequeños no sabíamos
hacer, porque no lo sabíamos explicar. Ahora tomamos conciencia de nuestra
realidad y de nuestro entorno, la mayoría de las veces hostil como el solo. Si
de pequeños como digo vivimos conflictos que no podemos, ni sabemos resolver,
se presentará de adultos aquella frase de “el conflicto infantil no resuelto”
que a mi siempre me suena a que por lo visto nadie tiene que tener vida infantil,
ni niñez o que ésta debe ser un horror porque sin duda hay miles de cosas, que
ningún ser humano sabe ni debe explicar con respecto a lo que fue su niñez. Es
lógico. En la edad infantil hay cosas que no entendemos pero que comprenderemos
con el tiempo, pero de ahí a que sean conflictos sin resolver...va un trecho.
El mismo problema lo encontramos no solo en la adolescencia, en otras edades
será mucho peor, cuando vemos que nuestro entorno no nos gusta y tampoco lo
llegamos a comprender, menos explicar, simplemente vivimos el malestar de cosas
que nos desagradan, continuamos con ese gran malestar que nos hunde la moral y
a algunos les convierte en rebeldes para
toda la vida. Esta es también una etapa sin resolver que se descifra con el
tiempo, que ya he dicho que es el único en quien podemos confiar, porque es el
único que nos ayudará a comprender nuestros problemas, nuestras pruebas,
nuestros “conflictos no resueltos”. Resulta que a medida que pasan las etapas,
seguimos teniendo amarguras que pasar, de una o de otra manera, sufrimos más
injusticias e incomprensión con todo lo que sucede a nuestro alrededor, pero
hemos cambiado la perspectiva. A partir de ahí, pensamos de manera más adulta,
quizás con más calma y paciencia pero seguimos sufriendo sin comprender los
sucesos que se nos presentan, aunque resolviendo otros de la niñez, es un gran
paso. Es decir, que crecemos vertiginosamente al saber que cada etapa de
probación, será comprendida e incluso asimilada cuando el tiempo imponga su
voluntad de acero. Dicho esto, me detengo en la cuestión de la vida cotidiana,
del día a día, que nos lleva generalmente al oscurantismo de la persona, ante
la no aceptación de nuestra realidad a menudo alejada por completo de lo que un
día habíamos ideado o soñado que es peor. Descubrimos que el trabajo no nos
gusta, menos los compañeros, no nos gusta lo que hemos descubierto de nuestra
pareja, no nos gusta la rutina de tener que comer todos los días, sentimos
cansancio, no queremos en absoluto depender de las cosas materiales como
hipotecas, bancos...nos parece un asco, la limpieza cotidiana y el quéhacer
doméstico comienza a minarnos la moral por completo, haciéndonos apáticos, la
crianza de los hijos se come absolutamente todas nuestras libertades, nuestro
espacio vital, nuestra persona, sentimos que nos amarga la vida y que puede con
nosotros. La consecuencia en general –sea en época de crisis o no- es un
malestar tan profundo que nos puede, que no podemos por nada del mundo
soportarlo, vienen la apatía, después la depresión. Esta última se puede
presentar de muchas maneras no solo con la apariencia de estar hundidos, la
depresión se manifiesta de otras muchas maneras como por ejemplo, en un
carácter repodrido que los demás no pueden soportar o en enfermedades, a veces
no lo soporta ni uno mismo, la persona, no se soporta a ella misma, nadie
soporta a nadie. A esto se añaden –hablo del patrón general- las relaciones
sociales y familiares que a menudo de sencillas que son, en realidad, se
convierten en lo más enrevesado y complicado de la historia, y por consiguiente
la atalaya de nuestra desazón más absoluta. En esta disconformidad con todo lo
que nos rodea ¿qué podemos hacer?.
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