Hay cosas que
tienen delito y otras cosas que no tienen solución como es el caso del buen
gusto en las personas, para algunos es obvio que no saben lo que es ni en
Estética, para otros, bajo ese título se dedican a la escritura. Lo que sí es
claro es que para escribir hay que tener buen gusto, con esto se nace, sin
embargo existen muchos empecinados en ser, existen los que
como sea, no importa el precio, quieren ser de la profesión, ¿por qué? Por que hoy en día todo el mundo
es escritor, por lo tanto portador de ideas y teóricamente con sapiencia como
para desarrollarlas. Pero esto no es así. Existe un intrusismo muy grande que invade la
profesión y que solo crea confusión entre unos y otros.
La escritura
es algo que desarrollamos algunas personas como algo, que nos gusta hacer, en
realidad todo el tiempo, sirve para dar testimonio, para jugar con la filología
y su canon ideal, para denunciar, para ilustrar, para criticar, para
acariciar...para hacer llorar, divertir, ilustrar, hacer pensar, culturizar...
Tiene muchas utilidades y para mi es algo sagrado. Después está lo que
podríamos denominar -seguro- como el escritor y todo lo que le rodea,
es decir la escritura y todo lo que la rodea. Éste -el escritor- como tal,
conlleva ensimismo otra serie de cargas que aunque no deberían sin embargo
influyen directamente en la escritura y en la aportación del mensaje que esta
tiene. Esto pertenece a lo que entendemos como el mundo del
escritor. Conviene recordar que en la actualidad por delante de la
escritura está la venta de otras cosas, si es del escándalo, mejor.
Por desgracia
hoy en día no se sabe quién es quién y qué persona puede o debería dedicarse a
tal o cuál cosa. ¿por qué? Porque en un país como el nuestro –me refiero a
España- suceden cosas que solo pueden suceder aquí. En otros lugares suceden
otras cosas pero desde luego, éstas no. Y claro, todo tiene su razón de ser y
su razón de existir. Hoy hablaré en continuidad a lo dicho por Javier Marías
sobre la zafiedad y sus ventajas, vamos, a las palabras y acciones que
últimamente venimos contemplando en algunos escritores y otros que se hacen
llamar periodistas, locutores, habladores...gentes que tienen un contacto
directo con las masas. La escritura también tiene su parte televisiva, este es
el segundo punto importante a analizar.
No sé por qué
o de qué se extraña mi apreciado colega de la forma de expresarse y de
calumniar de gentes que pretenden ir de tertulianos, de periodistas o gentes de
la política o de la cultura. Van por ir, pero lo que es ser, no
son, nada. Son los canallas, los cafres, los canivales de la
Humanidad, de la indecencia filológica porque ya se ve que decencia
no tienen, que no la conocen, asesinos del buen gusto, porque el gusto también
se ve que nunca podrán tener y eso sí, maestros de la calumnia porque eso es lo
que vende, y no su arte, ni sus políticas. Mientras se sigan permitiendo
programas y programas donde se favorece y se facilita el calumniar a hombres,
mujeres, enfermos, profesiones...todo, no debe extrañarnos nada de lo que
suceda en los que “dan la cara” y que tenga por claro el que esto lee que en
esta “meriendas de negros” ninguno de los que da la cara delante de
su público es inmune ni indemne. Ojo que lo quiero decir es que mañana le
tocará a otro, a ti como no te andes con cuidado en un país donde no se respeta
absolutamente nada. Pero ¿alguien se extraña? ¿se extrañan los hombres cuando
llevamos siglos oyéndoles hablar asquerosamente de las mujeres? ¿Se extrañan
los médicos de que les ataquen cuando ellos se hacen publicidad o hacen
programas jugando con la salud, cosa inaudita y exclusiva de este país? No
encuentro nada de relación entre la patanería y la disconformidad que mueve al
escritor a reaccionar y escribir. Disconformidad, sí, insatisfacción.
En mi
profesión en la que ser mujer entraña mayor dificultad, tengo que soportar la
manera de cómo hablan los hombres de las mujeres, pero es que también hablan
así las mujeres de las mujeres. Yo la última vez que escuché decir que a una
compañera la Tesis doctoral le había tocado en una tapa de yogurt, me cabreé,
claro que no sé para qué la defendí si esa misma compañera se dedicó hace unos
años a desacreditar mi trabajo diciendo lo de siempre, que los que apoyaban mi
revista era porque habian tenido un lío conmigo. Triste y poco inteligente su
reflexión que nadie se creyó, era claro que la muy mendruga no me conocía. Al final terminó por dar pena, ella,
que quedó de envidiosa de una profesora mayor que envidia a la que es más
joven. Punto. Comportamiento muy habitual y cerdo, que al final como el tiempo
pone a cada uno en su lugar voy a tener que pensar que sí, que su tesis se la
encontró en una tapa de yogurt, pero me resisto a hacerlo. Las mujeres no
debemos reírnos de los comentarios machistas y puercos de unos y de otras, pero
yo los he oído mucho y me cabrean soberanamente. Algunos lo consideran la sal
de la cocina española. La lengua española, adalid de la sátira, de la novela
picaresca, de los embites entre Quevedo y Góngora, es una maravillosa arma del
sacarmo y de la diversión cuando se sabe utilizar, pero cuando es mal usada,
puede llegar a ser lo más grosero del mundo y por lo tanto un arma de ofensa.
El escritor
con su escritura siempre ha vivido condenado a la soledad, pero hoy en día eso
ya no es así. El escritor con su escritura era la mayoría de las veces
alguien extraño, poco conocido, tímido (por
eso se dedicaba a la escritura) porque era su refugio, era alguien a quien –por
lo general- no le interesaba exhibir su vida privada (podríamos hablar del caso de
Galdós, guardián celosísimo de su vida privada). Pero lo peor es que el
escritor –para mi- pierde su sentido y su función en el momento en el que se
dedica a abrazarse con los políticos, sean cuales sean sus ideales, mucho
peor si son de Franco, claro. Esto pasa factura. A partir de ahí está uno
perdido. Si alguna vez tengo problemas –que visto lo visto nadie está
exento- me gustaría que me defendieran aquellos que hacen lo mismo que yo,
aquellos que viven y sirven a los demás en la soledad con su escritura y sus
trabajos y que en ocasiones tienen que hacer funciones de escritor:
conferencias, clases, lecturas...esos, los que son de lo mío, los intelectuales
y no los políticos esos no quiero que salgan al quite a defenderme porque yo
espero no estar a su servicio, nunca. Yo incluyo en “los políticos” a todo
aquello que entraña politiquería, también pueden ser editores y otras
maravillosas joyas nacionales de poder.
Sobre el mal
gusto imperante y sus dineros, insisto en que no es más que un fiel
reflejo de lo que hay en la sociedad. En las muchas funciones que corresponden
al escritor –osea a su vida- no debe estar el perder los papeles como se
pierden hoy en día, con tan poca inteligencia y tantas ansias de llamar la
atención, aunque sea con escándalo del más cutre. También existe algo que se
llama la dignidad, pero es para los muertos de hambre como yo. Con eso está
todo dicho, ni hay inteligencia ni es culto lo que hacen, ni Cristo que lo fundó (expresión galdosiana). Por eso no puede
ser escritor cualquiera, ni intelectual, ni periodista, ni comunicador, porque
hay que saber muchas cosas para no meter la pata y que se vea el plumero más de
lo que concierne. Yo metería en la cárcel a toda la gente que se cree en el
derecho de poder hablar y calumniar a los demás, a los que invaden las profesiones,
a los que se rien de los defectos físicos de otros, costumbre tan andaluza como
extendida por todo el territorio cada uno con su aderezo, se ríen de los
mayores, de las mujeres, de los que tienen exceso de peso...sin gusto alguno en
la sátira, todo es molesto y la gente es muy faltona, faltar por faltar, sin
saber pajolera idea de educación porque no les interesa o porque no les ha
hecho falta. Con lo polis que son los
franceses. Con esta manera que tienen los comunicadores (sí, esos intelectualoides de las tertulias televisivas que además crean
opinión) ahora demuestran que no saben manejar el idioma como otrora lo
hicieron nuestros predecesores (praedecesoris).
La educación (educatio), como la
discreción (discretio) y otras
cualidades del ser humano que ya nadie conoce, cuando se tiene es un
disfrute, es una manera de relacionarse, de dialogar, de trato, pero también de
ataque, de la más dura batalla, de crítica...solo que hace falta inteligencia
para manejarla y algunas otras condiciones más. Hacen falta desde luego
enemigos de la misma talla. De estos aderezos poco quedan a los españoles. Ya
pocos sonetos de hombres pegados a narices podemos leer porque no hay Quevedos,
mal que les pese.
No hay nada
más fácil, característico, tradicional y chabacano por otra parte que un hombre
alardeando de lo que probablemente no sea capaz luego de hacer ni por asomo, ni
creo que tenga que ver nada con lo que le concierne a su profesión. Peor aún si
hace las cosas y las cacarea. Menos aún soporto a las mujeres “hablar de cómo
la tiene Fulano o Mengano”, me parece de un mal gusto que produce exacerbación
y sobre todo que no me interesa. Eso no se cuenta, nunca. Un aspirante a escritor porque no lo es, que escribe una
farsa de pésimo mal gusto en un periódico en contra de uno que sí es
escritor...es el día a día de la actualidad. Yo creí que la gente conocía
el manejo político que existe detrás de estas movidas, pero no, no lo saben y aquel que tiene más espacios
televisivos y de radio, pues ese gana. Querido Marías ese lenguaje brutal y
vocabulario deleznable del que hablas en tu texto del domingo también ha sido
utilizado en ocasiones por muchos académicos, con sinceridad con muy poca
gracia y menos arte. Les hemos escuchado. La guasa machista sigue
existiendo, y tristemente permanecerá porque es la manera “jocosa” de
divertirse de algunos hombres. Vamos, el bocazas de toda la vida que merece que
se la partan, al que yo no me acercaba ni loca o que intentaba reconducir con
mis comentarios, probablemente sin conseguirlo y expuesta a que al darme la
vuelta, ese mismo, me atacase a lo bestia. Pues esos, siguen ahí cada vez con
más fuerza. Pero la verdad termina por salir, yo creo en la verdad, pero en
los mentirosos también, en los traidores, en los groseros, mucho más y creo en
combatirlos, ellos colaboran a mi disconformidad con la sociedad,
colaboran a la insatisfacción necesaria del autor y es seguro que tendrán su
merecido porque a cada cerdo le llega su San Martín. Son muy
numerosos pero quizás sean necesarios -son los buffone de la
sociedad-, útiles quizás para que pueda brillar alguna vez algo verdaderamente
hermoso aunque sea a codazos. Es una lucha que ha permanecido desde siglos y
que continuará.
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