¿Qué es lo que
hay detrás de una obra literaria? Qué persona o qué autoría se esconde cuando
nos enfrentamos a la lectura de un texto? Importa realmente tener datos a cerca
de quién o de qué cosas ha hecho el que ese texto escribe a lo largo de su
vida? Yo creo que no debería importar lo que haya detrás porque esas
circunstancias en realidad no definen el texto filológicamente hablando, claro.
Cuando estudiamos un texto, la obra de un autor, lo estudiamos todo, el
contexto, las influencias del momento de otros autores, las lecturas que hacía
el autor, las enfermedades por las que pasaba esa persona, en suma, su
biografía parece ser definitiva para la obra...sin embargo, yo les digo a mis
alumnos que cuando estudiamos una obra, un texto literario –filológicamente
hablando- estudiamos eso, la obra, no la vida del autor, estudiamos lo que ese
autor ha escrito, lo que ha conseguido hacer. Es cierto que todo lo que rodea
la vida del creador es importante, claro que sí, importa lo que ha influido al oficio
del que escribe, de quién se ha enamorado, si le influyó o no la pérdida de su
madre, de un hijo, si eso marcó en profundidad su obra como en ocasiones dictan
los manuales de literatura, a mi, me parece una exageración a todas luces
exenta de objetividad y de sentido común. No se puede reducir el mundo del
escritor porque aquella tarde tuviese un encuentro con su amante en aquella
habitación de aquel barrio marginal y que por eso al llegar a casa escribiese
ese y no otro soneto o esas páginas de aquella novela de guerra. Eso cierra por
completo el universo del escritor, lo empequeñece. Todos sabemos que el arte,
cuando existe, brota como una necesidad de hacerlo, brota sin explicación, casi
previo a la inspiración, ésta, la inspiración, lo que hace es dedicarse a
provocar para que salga fuera de la mente del autor, de la mente y del mundo
emocional osea de su corazón, pero sobre todo de su mente, esa que a menudo
está llena de ideas en su inconformismo interminable. Cuando se estudia una
obra se tiene en cuenta la vida del autor, pero solo como un referente, pero no
se estudia, solo se estudia la obra, la obra literaria que es la obra de arte y
el impacto que logra en el que la recibe. En realidad, poco nos importa lo que
hagan, lo que hayan hecho, lo que hagamos, los autores para inspirarnos, es
decir, para que algo provoque en nosotros la necesidad imperiosa e imperativa
de en ese momento y no otro tener que escribir. La inspiración provoca que
saquemos algo que ya está creado, ¿dónde? dentro. A mi, en la vida del
autor poco me importa si fue suficiente y rica o pobre como para ser capaz
de hacer, de crear, y a veces no quiero saber nada en absoluto del autor para
que no me condicione. ¿por qué? Porque me encuentro un ensayo escrito por un
sabio que tuvo una vida muy sencilla pero logró un resultado magnífico o
encuentro un autor que vivió una vida muy intensa o complicada y escribió los
poemas más sencillos y puros del mundo. No se sabe y casi nunca se corresponde
con la realidad, y nadie debe intentar hacer corresponder ni crear esas
asociaciones de ideas que nos producen en el fondo una sensación de
extrañamiento: claro como vivió intensamente tiene mucho que contar, pues no,
le digo yo, alomejor no sabe cómo hacerlo y existe otro que no vivió tanto pero
sí tiene la capacidad de vivirlo en su imaginación. La imaginación y la
observación son dos herramientas y armamentos importantes del escritor,
son las dos grandes armas, además de vivir, bueno, que deben, deben,
confundir al lector para que nunca sepa el lugar de dónde, el lugar de la
fuente de dónde el creador ha obtenido para sí y por consiguiente esa
idea. La tiene y nadie debe saber cómo la ha tenido.
El escritor,
el autor debe estar al margen de la sociedad, su vida quiero decir, y con su
obra ser el motor de la sociedad, combatir con su obra, no con su persona,
ésta, su vida privada como imagen pública debe estar siempre en un segundísmo
plano, casi invisible. Claro, esto hoy ha cambiado y a los editores les gusta
que los autores nos presentemos en público, que seamos enigmáticos,
extraños...en definitiva vendibles. Que hagamos entrevistas, de esas odiosas en
las que en nada aparece tu pensamiento sino más bien el pensamiento del que
entrevista. Ahora está de moda hacer entrevistas de majaderos porque así llegas
más al salón de la casa del vecino. No. No hay por qué llegar al salón de la
casa de nadie, lo que uno hace con eso es decepcionar, porque el lenguaje
escrito es una cosa y el discurso oral, otra. Ahí es por donde muchos de mis
colegas pierden su lugar porque dan preferencia a lo que no es la obra
literaria, dando con su vida un precio y no con su obra que es como
debería de ser. Todos sabemos que un libro es en si mismo suficiente para
incitar una revolución, o un movimiento social determinado, para cambiar el
mundo en definitiva, yo creo en eso, por lo tanto, ideología, sí, letras, sí,
pero micrófonos e imagen no, porque eso no es escritura ese no es el dominio
del escritor. Hemos visto en ocasiones a muchos poetas como Alberti
o el propio Neruda –pongo un ejemplo- que leían no muy bien o más bien regular
sus propios poemas, cosa muy lógica por otra parte. Eran poetas, no
comunicadores y su ritmo, el ritmo de esos poemas lo tenían en su corazón, en
su mente...no eran actores especializados en oratoria y dicción para leer sus
versos. Eran poetas y los poetas no son expertos en leer poemas, no es lo suyo,
otra cosa muy distinta es que a uno le encante ver al propio autor leer lo que
ha escrito, vale, pero no porque lo haga bien. Lo que quiero decir con esto es
que lo que sí es seguro es que esos versos dejaron de ser suyos una vez que los
lanzaron al mundo, y se nota cuando lo leen que ya no son de ellos, son del
mundo, de los libros, de las aulas, del viento, de los ancianos, de los presos,
de los niños, de los que sufren, de los enamorados...y cada uno debe hacerlo
suyo. Eso es el compromiso con la obra literaria, en especial con la poesía, el
lector debe hacerla suya y olvidarse de lo que le pasó al autor, ya ha
desaparecido hasta cuando cerramos el libro y acaso es en esa lágrima de
agradecimiento donde está ese autor, o cuando nos lo encontramos por la
calle, también le agradecemos, o le escribimos: gracias por ayudarme con tal o
cual libro. Lloramos en silencio las obras y sus autores agradeciéndoles su
esfuerzo cuando les reeditamos y estudiamos sus obras o transcribimos sus
manuscritos, dando variantes de texto muy interesantes para la historia de la
filología. Agradecemos por tanto a un autor por todo lo que hace de avance
a la cultura de un país y por lo que ha dado a las personas con su trabajo de
servicio a los demás. Pero no nos importa mucho lo que hacía por las noches o
con quién dormía. Eso no perdura, en realidad todo eso no va a ninguna parte,
ni siquiera sirve para vender porque como se dice en mi pueblo eso es pan
para hoy y hambre para mañana.
Es por ello
que hoy en día, los autores debían pensar en esto y fijarse bien en que a los
lectores nada les importa lo que hagan en su vida. Debemos preocuparnos en dar
buenas obras a la humanidad, obras que queden de generación en generación,
obras de solemnidad, con elementos eternos. Hoy, algunos autores toman
demasiado partido por los asuntos de la sociedad, no desde su obra, no, sino
desde los micrófonos televisivos, desde la radio, desde la imagen, desde lo
comercial. Comercializan su persona -sin caer en que para todo hay límites-
haciéndose como los demás, perdiendo de esta manera el interés que produce su
papel de escritor, de observador y de creador casi casi al margen de los demás,
al margen de la sociedad pero en el fondo “dirigiéndola” con sus ideas de
inconformismo. Cuando algunos han traspasado esta frontera –metiéndose en
política, en moda, en periodismo- por una u otra razón –porque todo el mundo
tiene derecho a equivocarse- siempre les ha costado muy caro, no a ellos, somos
personas todos y el que más o el que menos se equivoca, sino lo peor, a su
obra, sobre la que se pasa una factura muy grande, quizás excesiva, y comienza
a perder su valor, ese que en un momento determinado obtuvo por sus méritos
propios pero que pasa inmediatamente a dejar de tenerlo. La sociedad, los
lectores, empujan y adoran grandemente a un escritor, pero también lo castigan
duramente, siendo capaz de mandar al destierro todo lo que éste haya hecho con
tan solo “opinar”. El escritor, debe por tanto dedicarse a escribir y la
escritura debe ser su palestra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario