El hombre es algo
concreto, temporal, con un principio y un fin, en un devenir situado en ese
modo de ser que llamamos existencia por un cruce de lo temporal y lo eterno
pero sumergido en la angustia que produce el saber que tenemos un fin. Esta
existencia es personal, individual e intrasferible donde evidentemente cada
ser, cada individuo tiene su vivir y con una existencia que nunca será igual
que la del otro aunque se relacionen por circunstancias. Cada realidad vital es
de cada quién y no se puede sustituir en modo alguno por la de otro que a su
vez tampoco sustituye a la de aquel. La angustia que produce la subsistencia
nos acerca a poder conocer el ser de cada hombre que continua siendo original y
diferente del ser del otro y de su subsistencia. Kierkegard –a través de su
punto de vista de la teología protestante- relaciona la angustia del ser con el
pecado original. La soledad del hombre y su propia angustia de vivir vendrían
marcados por la herencia directa de lo que en su momento hicieron nuestros “primeros
padres”. Lo cual no deja de ser insólito porque eso significaría que el hombre
y su ser existencial vienen marcados a pasar una vida provocada de antemano
hacia sensaciones negativas y dirigidas, es decir, el hombre no sería libre en
nada de lo que tiene que hacer, al hallar en su fondo una clara agonía de
vivir, una vida que le destruye su moral y su potencial de vida. Las últimas
investigaciones científicas apuntan –grosso modo- sobre la idea de que gran
parte de nuestra manera de ser, el sentimiento de angustia, o las tendencias
depresivas del hombre, la energía o carencia de energía para vivir se relaciona
directamente con la herencia genética, con los genes. Estaría en los genes esa
capacidad de venir al mundo con una predisposición familiar distinta de la de
otra persona en relación con sus antecedentes familiares. En realidad esta idea
no es más que una prolongación hacia la ciencia de lo que fue la revolución
literaria del XIX con sus apostolados que defendían la herencia genética y el
medio ambiente como los determinantes directos de la formación y sobre todo de
la configuración del ser humano en esta tierra, concretamente el individuo en
la sociedad. Para los naturalistas –ideólogos de aquel siglo que tanta
influencia ha causado sobre nuestros días- el hombre es tal por una serie de
circunstancias que le determinan a ser así y no de otra manera, es el determinismo
genético y social el que nos configura determinándonos a cada uno de una manera
diferente. En este sentido cada ser es el fruto de un resultado concreto e
individual, con sus características individuales y personales. En este sentido
la literatura ha dado muchísimas creaciones donde sus personajes son individuos
determinados tanto por sus circunstancias medioambientales como por la herencia
que han recibido en sus distintas tendencias de personalidad y enfermedades.
Hoy se está demostrando que son los genes los que influyen en la persona más
incluso que la educación la que determina, por ejemplo, los diferentes
comportamientos o reacciones de los hermanos de una familia. En la genética
está la explicación a gran parte de los problemas del hombre. El espiritualismo
o la espiritualidad del hombre no tiene cabida en estas teorías experimentales
pues se niega la existencia de un Ser Superior, al menos tendría la misma
cabida que tiene los grupos de emociones del hombre, como el estado de amor, el
odio, la ira, la felicidad, la tristeza...pero nunca el espiritualismo regirá
la vida del hombre, menos la filosofía de vida de la persona y su propia
independencia. El experimentalismo no puede llegar a aceptar que sea el hombre
el único dueño del destino del hombre. Según estas ideas el hombre vendría al
mundo con una predisposición concreta hacia gran parte de las cosas que le
sucederán en su vida que no es la vida de otro,
y es trabajo del hombre el ir modelándola en función de todo aquello que
ya trae a la vida por genética. Pero entonces ¿dónde quedaría el sentido de la
libertad que debe el hombre tener? El hombre es libre y en esa libertad reside
–como decía Ortega y Gasset- el proyecto, la elección o choix, el hombre es
libre –decía- para todo menos para dejar de serlo, aunque tenía la evidencia de
que, si bien el hombre elige siempre, no todo en su vida es objeto de elección,
ni la circunstancia ni la vocación o proyecto originario. En realidad todo esto
no contesta a la pregunta de porqué la vida produce angustia en el ser humano.
Aunque estemos de acuerdo, por ejemplo, en que hay un factor genético que nos
produce esas sensaciones, ¿acaso esas sensaciones o sentimientos profundos han
sido iguales para todos esos miembros de la familia en su configuración
generacional? ¿Mi abuelo sentía la angustia por la vida igual que la sintió mi
padre o yo mismo? En ese sentido –dejando a un lado las creencias religiosas
posibles- la finalidad de la vida sería el vencer esas predisposiciones
cambiando todo lo negativo por voluntad de poder, como decía Nietzsche, para
quien el bien máximo era la propia vida que culmina en la voluntad de poder. El
hombre para él debe superarse, dominar la vida y terminar en algo mucho más
superior que él, en algo que esté por encima de él, como el hombre está por
encima del mono o de un perro. El hombre, por muchos condicionantes que
“traiga” a este mundo debe vencerlos y dominarlos concretamente en la idea de
magnificar el poder que tiene el hombre sobre su persona. Si ese poder está
verdaderamente desarrollado podremos dominar cualquier cosa y aunque no seremos
todos lideres, en cambio sí que podemos serlo del dominio de nuestra vida,
venciendo esa angustia por vivir. Estoy en completo acuerdo con la idea de
dominar la voluntad para conseguir la excelencia en el ser humano, sin embargo,
discrepo en la idea de poder dominar el componente orgánico de cada ser humano,
¿cómo se puede hacer eso? Todo lo orgánico viene de dentro y como tal, cada
persona debe canalizarlo por medio de la
voluntad y de algún modo acostumbrarse a vivir con todo eso, sin querer ser
como aquel otro, teniendo respeto por lo que somos, aceptándonos en definitiva.
Claro que el problema se plantea cuando no se puede de ninguna manera dominar
lo orgánico precisamente porque lo es. Y si los genes, la genética tiene algo
que ver de verdad, entonces una posible solución no está precisamente en el
control de la persona, sino en lo científico y ahondando más, ¿en la religión?
¿en lo farmacológico? ¿en el poder del medio ambiente? Qué hacer entonces con
los impulsos de la naturaleza, y sobre todo cómo vencer la agonía y la angustia
que la vida en si misma impone en el ser humano?
Pero la mayoría de las
veces se siente angustia, no porque la traigamos del otro mundo, como digo eso
es una atrocidad, no creo que un Padre envíe a su hijos predestinados a sufrir
a ninguna parte. La angustia, la inseguridad, el miedo…y otros sentimientos
negativos del ser humano con los que tiene que luchar, vienen la mayoría de las
veces producidos por fuerzas externas. Sin ánimo de intentar explicar que son
los otros los que producen estas situaciones a todas luces horribles para el
ser humano, tiene su parte de verdad.
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