
La vida es la única ocasión que
se cuenta para construir, tanto el presente como el futuro, así lo individual
como lo colectivo. Por lo tanto, la vida es invaluable.Aquel que malgasta su vida (pecando, no cumpliendo los mandamientos, no
aplicándose a mejorar su realidad y la del prójimo), desperdicia el tesoro más
precioso de todos, y al final sus cofres quedan vacíos y sin contenidos
(es decir, su existencia más allá de esta vida será hueca, escasa de placer;
tal como en verdad fue su vida terrena). El que deja que su vida se escurra
como una sombra pasajera, termina viviendo una vida de cáscara, que
contiene mucha angustia y soledad espiritual (aunque a veces se manifieste con
exuberante alegría y esplendor, no es así su interioridad; leer
Mishlei/Proverbios 10:16).
Por su parte, aquel que utiliza cada gramo de vida para edificar, el sentido de su vida es su propia vida; y finalmente recibe la justa retribución por cada partícula de existencia empleada en la Vida (en parte por esto cuando recordamos al difunto justo solemos decir: tee nishmató tzerurá bitzeror hajaim - que su espíritu esté ligado a la Fuente de Vidas-; leer Tehilim/Salmos 36:10).
¿Cómo saber que llevamos una vida de construcción, y no su contrario?
Pues, si cumplimos lo mejor que podemos con los preceptos, y estudiamos Torá, estamos sin dudas en el mejor de los senderos, pues la Torá nos brinda el anclaje teórico, en tanto que el cumplimiento de los mandamientos es la práctica positiva que siempre eleva (leer Mishlei/Proverbios 6:23).[1]
Por su parte, aquel que utiliza cada gramo de vida para edificar, el sentido de su vida es su propia vida; y finalmente recibe la justa retribución por cada partícula de existencia empleada en la Vida (en parte por esto cuando recordamos al difunto justo solemos decir: tee nishmató tzerurá bitzeror hajaim - que su espíritu esté ligado a la Fuente de Vidas-; leer Tehilim/Salmos 36:10).
¿Cómo saber que llevamos una vida de construcción, y no su contrario?
Pues, si cumplimos lo mejor que podemos con los preceptos, y estudiamos Torá, estamos sin dudas en el mejor de los senderos, pues la Torá nos brinda el anclaje teórico, en tanto que el cumplimiento de los mandamientos es la práctica positiva que siempre eleva (leer Mishlei/Proverbios 6:23).[1]
La epopeya de la Creación que
relata el libro de Génesis, (Génesis 1: 26-28) ilustra el modo como Dios fue
creando el mundo, por etapas, las que fue evaluando concienzudamente y sólo
cuando encontró que lo creado “era bueno”, continuó con la siguiente etapa. En
este sentido cabría preguntarse ¿cómo sabía Dios que lo que estaba creando era
bueno? Pero supongo que esto será objeto de otro debate. Así fue:
Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra
imagen, conforme a nuestra semejanza; y tenga dominio sobre los peces del mar,
y sobre las aves de los cielos, y sobre las bestias, y sobre toda la tierra y
sobre todo animal que se arrastra sobre la tierra.
27 Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen
de Dios lo creó; varón y hembra los creó.
28 Y los bendijo Dios y les dijo Dios: Fructificad
y multiplicaos; y henchid la tierra y sojuzgadla; y tened dominio sobre los
peces del mar, y sobre las aves de los cielos y sobre todas las bestias que se
mueven sobre la tierra.
Lo más significativo de esta escritura
–según juicio de los judíos- es pese a haber sido creado a su imagen, el
hombre no es igual a Dios, es su creación y como tal fue creado con tierra
inanimada y hálito divino. Ambos elementos unidos formaron una persona viva
(nefesh Jaya). Desde este punto de vista a esa persona la puso a enseñorear
sobre su creación. Esto indica que Dios creó al hombre a propósito y con
propósito. Enseña que todo hombre tiene una misión en la vida y por eso, la
muerte no debería ser el fin de todo, sino la continuación de ese plan previsto
por Dios o por el principio, quizás. Otras interpretaciones apuntan a que al
ser progenie divina, el hombre puede llegar a ser como Dios si hace lo correcto
y lo puede ser en esta vida terrenal porque ya se puede sentir como un Dios
todopoderoso por el hecho de poder crear vida, artes y otras cosas, siempre que
esté en consonancia sus actos con las claves dadas por Dios para vivir correctamente.
Como se puede leer en Eclesiastés 3: 1-8
(3:Todo tiene su tiempo — Todo lo que Dios hace será perpetuo — Dios
juzgará al justo y al malvado. 8:Nadie tiene el poder de evitar la
muerte — No le irá bien al malvado; se vuelve al placer y no halla
sabiduría.) el Dios todopoderoso es el creador innegable de la vida y de la
muerte.
Un texto salmúdico (es decir la Torá oral)[2]
señala (Sof adam lamávet) que el fin del hombre es la muerte. Por lo tanto y
desde la perspectiva judaica se debe aceptar la muerte como parte integral del
ciclo natural de la vida.
[1] Extraído de la página: www.Ser judío.com
[2] El Talmud es considerada la Torá oral, en
ella se pueden encontrar discusiones rabínicas en torno a la Torá escrita
(Pentateuco) explica las leyes, costumbres y tradiciones de la Torá. Ana
María Tapia Adler Dialnet Concepción de la muerte en el judaísmo.
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