
A medida que el ministerio de
Jesucristo progresaba en poder y testimonio, el odio de los escribas y fariseos
aumentaba. Que ¿quiénes era los escribas? Pues el escriba ha estado presente en
Judea, Galilea, Babilonia y también en la dispersión, es el portavoz del
pueblo; es el sabio; es el hombre de sabiduría, el rabí que recibió su ordenación
por la imposición de manos. Su habilidad de indagar e investigar es reconocida.
Dignificado e importantes, es un aristócrata entre el pueblo común que no tiene
conocimiento de la ley. En relación a la fe y a la práctica religiosa, es la
autoridad y la última palabra; y como maestro de la ley, como un juez en las
cortes eclesiásticas, es el conocedor que tiene que ser respetado, cuyo juicio
es infalible. Viaja en compañía de los fariseos, y sin embargo no es
necesariamente miembro de este partido religioso. Ocupa un oficio y tiene una posición;
su valor está más allá de todo ciudadano común y éste debe honrarlo, pues debe
ser alabado por Dios y por los ángeles del cielo. De hecho, tan reverenciadas son
sus palabras en relación a la ley y a la práctica que debe ser aceptado aunque
sus declaraciones contradigan el sentido común, o aunque exprese que el sol no
brilla al medio cuando es hecho es visible a simple vista.
Pues bien, en este punto de la
vida de Jesús, este odio había crecido a tal grado que los judíos estaban
tramando quitarle la vida. Frustrados en un intento de llevar a Jesucristo a
Jerusalén para intentar atrapar al Señor en palabras o en hechos que les diera
lugar para quitarle la vida. Cuando estos judíos vieron que algunos de los discípulos
de Jesucristo comían sin primero lavarse las manos, acusaron a Cristo de no
seguir la ley de Moisés. En su respuesta a la acusación, Él dijo: “No lo que
entra en la boca contamina al hombre; mas lo que sale de la boca, esto contamina
al hombre.” Mateo 15:11. Esta fue una respuesta punzante que ofendió y llenó de
ira a estos escribas y fariseos (de estos hablaré otro día) ¿Por qué estas
palabras hicieron tal efecto en ellos?
Sirva de reflexión el hecho de que en efecto todo lo que sale de nuestra boca -según cómo hablamos- contaminamos y mucho, ofendemos y mucho, aniquilamos. Todo esto en un país donde el periodismo se basa justamente en eso, en hablar ofendidendo para tener audiencia.
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