En la ventana las gotas de lluvia fingen llanto del
prematuro rostro frío de este otoño.
La soledad se puebla de fantasmas de papel y de paja, de
retratos de nadie, de láminas metálicas, de páginas desnudas donde nada está
escrito.
La imaginación entendida como un derecho a la
pertenencia de una realidad concreta, en el fondo no es más que una pérdida de
sí mismo, es una pérdida sobre todo de la infancia y de la capacidad de
fantasear en diversos planos de un mismo escenario. Morgana era, podríamos
decir la frase, una infantil «de tres pares de bigotes», pero se había hecho a
sí misma adulta por una necesidad sobre todo social; uno tiene que ser adulto y
hacer lo que hacen todos los de esta calaña, aunque no le gustara tener que beber
alcoholes para realizar las locuras más grandes de su vida, pues en esto como
digo, tenia la suerte de ser, de poder actuar como los niños que no paran de
hacerlas (las locuras me refiero) y sólo beben leche.
Todos los días la misma payasada, música de americanos,
muy poco o nada sublime, con escaparates horteras y miradas del inconsciente
involuntario que susurran lo más despreciable. Nino Bravo sigue martilleando
canciones llenas de emotividad, de esa emoción que te repatea las tripas, sobre
todo por que no sabes bien de dónde viene (otra vez con la búsqueda de un
origen), igual que si tuviéramos un Fidel Castrito dentro del cuerpo, igual que
los cubanos, al tiempo uno se encuentra desubicado fuera y dentro de la isla.
Nada que hacer, nada que vender y nada de que hablar con nadie. Otra vez el
vacío de la estupidez, aunque probablemente no sea vacío, sino simplemente
aburrimiento. Hacía mucho tiempo que Morgana no se aburría, casi desde que era
pequeña donde todo le parecía tedio y disparate, y las horas pasaban muy
despacio, los veranos también eran muy largos, después ya dejan de serlo, bien
es cierto que esto duró hasta que aprendió a sacar partido a lo que le parecía
tedio. La vida casi que es así para gran parte de los occidentales, europeos
por fijarnos una especie cercana, un puro tedio; es como las bibliotecas, los
conciertos, las óperas, la oración, o quizás el amor, en realidad no hay nada
divertido en nada de ello, no hay nada cachondo, al menos en principio.
Después, todo lo hacemos cambiante, porque uno reconoce que en las bibliotecas
se aprende a amar el silencio, la investigación, el amor por la música, el
encontrar libros inéditos que nadie ha mirado casi nunca mientras tú los tienes
en tus manos, puede que por primera vez sólo para ti. Morgana aprendió con el
trabajo y el estudio que tener un manuscrito del siglo XVIII en sus manos era un privilegio,
una bendición de los cielos; no sólo tenerlo y olerlo, sino poderlo leer e
interpretarlo... Principios duros y asquerosos hasta crear la cotidianeidad
habitual que supone estar en una biblioteca... Al fin y al cabo, ese hecho a la
inmensidad de la población le parecían paparruchas, ese es uno de los
principios del aislamiento social, la consciencia de saber que al resto de
nuestro semejantes le importa un bledo lo que hacemos.
Una vez asimilado eso, y habiéndonos hecho un personaje
rarito, hay que seguir, aunque no sin olvidar que algunos, una vez alcanzado
ese nivel de autorreconocimiento en cuanto a extravagancia y excentricidad, se
hacen sectarios al buscar a otros que hacen lo mismo que ellos, pero no por eso
dejan de estar solos, simplemente comparten aficiones, o creencias. La
verdadera hermandad de almas es otra cosa. En fin.
Para Morgana, en general, todo quedaba para sus
adentros, como la mayoría de las cosas, de las emociones... era difícil poder
compartirlas y mucho más difícil aún poder llegar a sentir que alguien en esto
o aquello siente como tú. A veces —como en esto era medio tonta—, se le
saltaban las lágrimas de pensar que era un ser privilegiado en cuanto a su
género se refiere, pues Ella había sido una estudiosa de la historiología de la mujer y conocía muy bien
cuán restringido había estado el conocimiento desde siempre y aún hoy para las
mujeres el acceso a la educación. Por eso agradecía mucho a la vida vivir en
los años en los que le había tocado vivir y agradecía (repito el verbo) mucho a
su padre el esfuerzo que hizo para que ella sí que gozara de los enormes
beneplácitos de los libros. "Los conocimientos que te otorgarán los libros
jamás te abandonarán, y nunca te sentirás sola", le decía siempre papá,
ese loco al que adoraba. Hoy los de los países desarrollados no conocemos el
significado de la gratitud.
La búsqueda de los iguales le había llevado a Morgana a
pensar mucho en su vida (una acción socialmente desterrada) y por lo general
aplicaba la misma premisa para todo: si todos los seres humanos somos muy
parecidos o iguales ¿cómo es que no me siento entendida por nadie? Esta era una
condición, en principio buena, de desgraciada universal, fundamental para ser
personaje inmortal, pero no sé si el acoso personal finalmente tendrá
resultados felices en este sentido. ¿Acaso eso se reserva para el mundo de la
imaginación o sólo se traduce en los hechos prácticos, en los conceptos más
básicos? Sí, somos muy parecidos, pero quizá sólo a grosso modo; es
decir, en lo más animal, somos muy parecidos; al adentrarnos en una lengua
distinta de un país distinto por ejemplo, donde a cada quién le lleva su primer
año de adaptación o así, pero quizás no somos tan parecidos en elegir nuestras
lecturas preferidas, o en mascar ensalada con la boca abierta. No somos nada
parecidos en nuestra vida y en cómo la vivimos, porque cada quién tiene la suya
y por esa vida tiene que luchar y de esa vida se convertirá en un resultado
o efecto.
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