
Me he decidido a llevar mi resultado,
y por tanto a mí misma, a un lugar en el que no creo; es decir, llevo mi
escrito de personaje, o novela, a un certamen de esos donde eligen al mejor en
función de no se sabe qué criterios, aun a sabiendas de que no hay que ganar ni
debe hacerse. Pero es que aún nadie ha podido percibir que en verdad pocos son
los que inventan, que en su mayoría todos repiten conceptos, ajustándose a
patrones de moda. Y que nadie se llame a engaño, que los artistas de hoy
redundan conceptos o escandalizan con chapuzas que provienen de una ausencia
enorme de formación: el desconocimiento de la realidad, el no tener una buena
técnica nos lleva hacia la investigación contemporánea de la arcada moderna
(por decir algo). Ese es el nacimiento de gran parte del arte contemporáneo,
entendiendo éste, claro está, con algunas honrosas excepciones, pues en esto es muy fácil apalancarse al
carro de una supuesta modernidad cuando se desconoce la tradición básica que
nos proporciona el camino de la verdadera investigación. ¿De dónde parte el
escritor? ¿Es el desierto su partida? Los artistas, hoy, son los grandes
cenutrios de la ignorancia. Por esa razón, declaro mi espacio, Yo, que soy un
personaje que ha inspirado a un novelista mediocre que quiere hacer de mí un
pelele — y apenas si tiene la mitad de los conocimientos que tengo yo,
conseguidos a lo largo de mi vida—un
escritorcillo que ni siquiera conoce mi pasado como yo, y mucho menos mi
presente, y que, encima, quiere beber de mí, tomarme como influencia, como
inspiración, como un arquetipo, quizás con la intención de convertirme en otra
cosa, quizás en algo que no soy. ¡Qué pánico! Eso es lo que hacen los seres
humanos, convertirse unos a otros en algo que no son. ¡Se acabó! Ahora soy Yo
quien de verdad toma las riendas de la Historia y se van a enterar. Soy Morgana
Méndez y lo voy a ser para siempre, construyendo mi realidad para que pueda
vivir la esencia de mi yo, demostrando a este escritorzuelo de poca monta,
quien pretenciosamente pretende inspirarse en mí, que Yo le escribo la novela y
que, además, le canto las cuarenta a ese Javier Marías a quien le parece mal
que me presente a un concurso. ¡Ja! ¡Y qué quiere que haga su excelencia! Le
advierto que he recogido el guante y aquí estoy, dispuesta a enfrentarme a
cuantos se pongan en mi camino, para reivindicar lo que será una declaración de
derechos del personaje, desde luego, de mi propio mundo.
Recuerdo que en un artículo de los
suyos, uno llamado La literatura como jabón y lavado, al señor le parece
mal esto de los galardones literarios, pues nada tienen que ver con la
literatura, y desde luego estoy de acuerdo. ¿Pero qué podemos hacer los
desechos de la literatura que queremos hacernos un hueco en el cementerio del
tres más dos? Naturalmente que nunca gana quien lo merece, y que la mayoría de
las veces en esto de los concursos los finalistas son más bien merecedores de
un castigo que de otra cosa, o que están amañados, pero me gustaría que me
dijera el señor Marías: ¿qué hago yo, siendo un personaje con novela en mano,
completamente desconocida e invisible para los demás? ¿Le mando a su casa mi
novela con un guante para que la lea? Pues a lo mejor eso es lo que tenía que
hacer y no presentarme a estos desatinados concursos que en nada estimulan a
los verdaderos creadores nada más que a tirarse por un puente o a enemistarse
de por vida con toda la caterva de inútiles que pululan por nuestro país. En
cuanto a lo de las cifras que se dan en los premios, debería usted alegrarse,
hombre de Dios, que ya es hora que empiecen a pagar de verdad a los que
escriben, ¡hombre! Aunque sea literatura de tercera y ganen premios y
concursos. También se presentaron a concursos
Modigliani, Picasso..., muchos artistas lo han hecho con mejor o peor suerte.
Los que convocan estos certámenes dicen que es para estimular a los
creadores... ¡Habrá que ver!
De cualquier modo, estará usted
conmigo en que ya está bien, que los catedráticos vayan a conferencias por
cincuenta mil pesetas, o que vayan a congresos por nada, porque te invitan y te
pagan el hotel o la cena..., mientras que los del fútbol... El ser filósofo, o
filólogo o historiador, en definitiva un escritor serio en nuestros días es
morirse de asco, pero si hay entidades que pagan, por qué no entrar en esa
rueda, a fin de cuentas el dinero ha llamado a la creación a miles de autores
que ahora no le voy a mencionar, porque seguro que usted los conoce mejor que
yo, que soy una absurda. En fin, don Javier Marías, le admiro, pero también
dice usted cada chorrada de no te menees compadre; bueno, ¿que qué me creo? Ya
nos veremos las caras, ahora a todos los escritores conocidos y que son ya académicos
les encanta meterse en líos dialectales, para llamar la atención y crear polémica...estar
ahí. Como los dioses. ¿Qué me creo? ¿Acaso los personajes no somos dioses, no
somos un cosmos a lo largo de la Historia de la literatura, creando vida para
vosotros lectores, para vosotros estudiantes o para vosotros eruditos? ¿Por qué
no puedo reivindicar esa posibilidad, sí, la de querer un estado aparte?
Y es que es una eterna verdad que cuando un personaje nace o se le
transcribe desde su mundo supuestamente ficticio, ya no se quiere ir; por eso
mismo nacen los arquetipos, los tipos o las conocidas caracterizaciones de los
personajes que no son otra cosa que variantes de una misma personalidad.
Algunos incluso han conseguido tener auténticos caracteres, verdaderos tipos,
verdaderos mundos que todos llegamos a conocer y que se repiten en los
escritos, en novelas y dramas, como verdaderos dioses con sus verdaderos
mundos. ¿Quién no reconoce a los donjuanes, a los pícaros, a las adúlteras, por
poner leves y primarios ejemplos de esta construcción de mundos y caracteres
paralelos a la supuesta realidad en la que vivimos? Si uno es un donjuán, me
pregunto: ¿a qué mundo nos referimos al mencionarle así? ¿Al de mi vecino? ¿No
pertenece a un supuesto mundo de ficción o literario? Pues no, porque en
realidad no se sabe con exactitud cuál es la procedencia, si de la realidad
vamos a la ficción o viceversa. Si de la realidad vamos a la ficción, entonces
cualquier mundo ficticio existe, y en verdad no conozco a ningún personaje
supuestamente literario que no exista en la realidad, pues ésta generalmente
supera con creces la invención. (Cuidadito, que no me lío.)
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