Si hablamos de esta extraña compañera que es la soledad,
es porque mas vale acostumbrarse a ella, yo prefiero hacerlo, aunque siempre
hay quien me dice que no es bueno que pase tanto tiempo sola. No lo sé. La
muerte es una parte del vivir, quizás las más fundamental, es allí donde
desembocarán los acontecimientos de todo nuestro existir. Sabemos que en el
transcurso de nuestra vida ese acontecimiento nos llegará a todos; la única
incertidumbre es el momento en que se presentará, por ello el ser humano lucha,
pero sabemos que es una lucha inútil. ¿Por qué no dejar que la vida y la muerte
fluyan de la manera natural con la que están concebidas? ¿Por qué no aceptar la
muerte cuando ésta se presenta? ¿Por qué se pretende evitar lo que es
inevitable?. Ahí es cuando comienza el problema, cuando vemos que la muerte
está cerca y no sabemos si hemos hecho todo lo que queríamos hacer. En esto
cada uno ya ha previsto su obra, su vida y su partida, así se podría creer.
¿Por qué no aceptar las cosas como son? Por que el ser humano no quiere sufrir
y se agarra como a un clavo ardiendo a conceptos e ideas que le puedan liberar
de lo que le viene. Es verdad que queda mucho por hacer, quizás muchas
margaritas que deshojar, quién sabe. La lucha del hombre es la de vencer el
poder de la divinidad, superarle. Ahora, cuando esperamos a que la muerte
llegue no queremos ver lo evidente y vemos cómo algo no sale tal y como
habíamos previsto. Por eso queremos invalidar el momento del sufrimiento o de
la espera a la muerte final. Al ser el hombre completamente imprevisible se vuelven
de igual manera imprevisibles las razones o elementos que le llevarán a esa
muerte física. Las enfermedades como lo síntomas, como las maneras de morir se
desarrollarán para cada persona de diferente manera. Por ello la medicina es
imprevisible porque el hombre no es una máquina ni los tratamientos o curas
funcionarán igual para todas las personas. La medicina es imprevisible, sus
consecuencias también lo son. Eso es, tememos la enfermedad, tememos la vejez,
tememos cualquier cosa que no podamos superar porque será irreversible, por
mucho que la ciencia se empeñe en demostrar lo contrario.
Supongamos que el sufrimiento está sobre todo en la
mente, en el cerebro, porque –por ejemplo- cuando ingerimos inhibidores del
dolor, vemos cómo éste desaparece, luego entonces ¿dónde está ese dolor? Es
decir ¿por qué no lo sentimos o por qué sí? Por que nuestra mente lo procesa de
manera única. ¿Y qué sucede con ello? Sentimos dolor, porque somos conscientes
de ello, si el cerebro nos da esa información como tal. Puestos a superar las
fuerzas de la divinidad y apoyar la idea de que el hombre lo domina todo y de
que está por encima de divinidades, ese es el último gancho donde el hombre se
quiere anclar para poder explicar su partida del mundo terrenal. ¿No sería mejor
intentar ensayos con mejores inhibidores de manera que la persona no sienta ese
sufrimiento? Si alguien estuviera –digamos sin cerebro, descerebrado- sin
percepción real de su cuerpo entonces no sentiría el sufrimiento que es
justamente el que le lleva a querer terminar con su existencia, podría querer
cambiar de idea, si en un mundo ficticio pudiéramos encontrar –incluso en los
últimos meses de una enfermedad- algo que hiciera que no percibiéramos el
dolor, ¿por qué no intentarlo y vivir hasta el final del todo? Por qué querer
eliminar esos días sagrados que nos podrían dar nuestras últimas voluntades o
nuestras últimas exigencias de la vida? ¿por qué querer terminarla antes, ¿por
qué hay dolor? Pues que no lo haya.
Si alguien nos garantizase que no vamos a sufrir, que no
vamos a tener ningún dolor porque existe una “medicina” que sin tener efectos
secundarios nos evade del sufrimiento, quizás aceptaríamos esos días de más que
la Naturaleza
nos brinda, sin que precipitemos nuestra partida dejando por lo tanto en ese
momento cosas sin terminar, cosa que son fundamentales para una vida, una
carta, una última conversación, un último paseo, una última contemplación de lo
que queremos...¿Quién precipita su partida?
En todas las encuestas leemos que el tanto por ciento de
la población apoya la eutanasia en casos en que la enfermedad sea incurable.
Solo con no sufrir nos vale, así es
de sencillo. Poder vivir los últimos días de nuestra vida, de estas vidas tan
longevas con paz y armonía. Por qué no luchar por eso. Cuando el ser humano se
encuentra en el umbral del adiós comprendemos que nunca es tarde para poder
cumplir nuestras voluntades, dejar una herencia, la gestión de un patrimonio,
un legado intelectual, unas memorias...todo puede suceder en tan solo una semana
más de vida cuando el hombre es consciente de que ya se va a marchar y se
acepta. ¿No sería mejor en esta ficción desear que podamos esperar la muerte
sin sufrir, sin necesidad de adelantar el proceso? Analizaremos algunos casos.
Si la persona no es propietaria de su mente que es donde
se regulan todas las sensaciones, la memoria de la persona, los sentidos...si
llegamos a ese punto o si simplemente por un error o azar de la vida venimos a
este mundo sin ese dominio, -véase el caso de tantos niños que no dominan su
cerebro, osea que son minusválidos inocentes- qué quiere decir esto? ¿quién
ejecutará sobre esa persona sus voluntades? ¿qué persona puede decidir enviar a
la muerte a un niño que no dominando su persona llega por ejemplo a los 30, por
qué llegar a los 30 y no aniquilarle de antemano. Por esa regla, toda persona
que no es como previsiblemente se ha preparado para que sea deberá salir de
este mundo lo más rápido posible. ¿Por qué? Porque está fuera de la norma y
además tiene una enfermedad que es incurable. Por lo tanto cualquier persona
podrá decidir por ella. Los padres sobre el niño, los hijos sobre el padre que
sufre de Althzeimer, el esposo sobre la esposa demenciada a temprana edad. ¡Qué
terrible! No es potestad del hombre gestionar la vida de estas personas, no lo
es, no lo puede ser. Si han venido así al mundo, si están en el mundo así por
no se qué razones, ¿quién es capaz de decidir si deben continuar viviendo o no?
Eso no puede ser. No nos concierne ni a los familiares ni mucho menos a los
médicos. Lo que hoy nos parece un espanto, a veces, con el tiempo deja de
serlo, convirtiéndose en un hábito, en otra cosa. ¿Qué persona no ha pasado,
insisto, o no pasará por momentos en su casa o en un hospital verdaderamente
demoníacos? Muchos han pasado por ello y como digo lo han pasado.
¿Dónde está la verdadera frontera de la vida con
enfermedad incurable y la muerte cuando son muchos los que –sin haber tenido
dolor o enfermedad- deciden y firman que querrán morir al asomo de cualquier
síntoma, en un mundo de superhombres en el que no les está permitido sufrir?.
Claro que no, evidentemente nadie quiere sufrir y las fronteras en este sentido
no están ni estarán claras. De ahí el temor a poder profesionalizar un deseo
–muchas veces provocado por la inconsciencia de la vida, del dolor, de la
depresión producida por ese estado- que en la mayoría de las ocasiones no sería
tal. Los profesionales de la medicina –entrenados a preservar el dolor y la
enfermedad- son ahora los responsables y los capacitados para decidir sobre
quién continúa viviendo y quién no. La muerte cerebral es, hoy en día, la causa
más definitiva que tenemos en la sociedad para poder justificar y de esa manera
convocar una muerte adelantada. Si no hay cerebro, no hay vida, eso es lo que
pensamos., supongo que no sin razón. A veces relacionamos el cerebro con lo que
consideramos el alma de la persona o algo así, reconocemos en la inteligencia
su espiritualidad.
Las personas que nacen o que al poco de nacer se quedan
en ese estado ¿qué se tiene que hacer en esta sociedad que solo demanda
perfección? Es una enfermedad incurable. Siguiendo el orden de preferencia de
la sociedad, estos seres no podrían ser felices, no pueden controlar su vida,
no tienen independencia para dirigir sus pasos, no hay autonomía, no saben por
donde van ni hacia dónde tienen que ir, no controlan su mente, sus acciones.
¿Es esto una vida digna se preguntarán algunos? ¿Por qué razón, por ejemplo, un
niño tiene que estar condenado al
suplicio de vivir una vida distinta a la de los otros? Tiene que haber
un adulto que decida por él o ella en cada momento, que le guíe, que le
enseñe...todos son personas vulnerables, ausentes por completo de libertad de
elección de sus acciones. Para otros son ángeles que viven a expensas de la
realidad. Como el enfermo de Althzeimer vuelven a un estado de inocencia
completo que no les permite ni el privilegio de pecar. Una criatura en ese
estado, es un inocente y por tanto es un
hijo de Dios para el creyente, un hijo que está en un estado de gracia especial. En
general son seres especiales que quizás no tengan que pasar por el suplicio que
supone la vida para el ser humano en general. No lo sé. Son seres especiales en
una mirada espiritual, pero la mirada social no es la misma, nunca será la misma.
Son seres que no son productivos (hablo como portavoz de la sociedad) que
necesitan estar asistidos, esa es la palabra, “asistencia”, y para la sociedad
todo aquel que deba estar asistido se convierte en alguien que es una carga
para el Estado. Cuando perdemos la memoria, lo perdemos todo, sonreímos cuando
nadie nos sonríe, no respondemos a ningún estímulo...es como perder el alma y
con ello la persona, de repente, todo deja de tener su sentido, incluso esto que ahora escribo. A pesar de todo, si no puedo acordarme de cómo era la sonrisa de mi
madre, si no reconozco a mi hijo o si no
se quién soy yo, creo que no querría vivir.
Lo que sé es que la muerte es igual en todos los lugares.
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