El círculo en ocasiones era como si se cerrara cada vez
más, como en la música masónica cuyas constantes más comunes se pueden advertir
en las composiciones de Mozart, entre otras. El ritmo de los tres golpes
golpeando (ya sé que es redundancia) en la puerta, advirtiendo la presencia del
nuevo hermano, notas que se van ligando de dos en dos en referencia a
vínculos de amistad o de vinculación, progresiones de terceras paralelas con la
idea de añadir una mayor actualización a los sonidos, tonos como símbolos como
el heroico y manso mi bemol mayor y sobre todo, la elección de los
timbres de las voces masculinas con los instrumentos de viento. Así visualizaba
Morgana, con círculos, su relación hacia las personas masculinas en alejamiento
de las femeninas, con música masónica de Mozart, en concreto con tres cantatas:
Die Maurerfreude K 471, Laut verkünde unsre Freude K 623 y Die ihr des
unermesslichen Weltalls Schöpefer ehrt K 619. Siempre lo escuchaba en los
ratillos de incomprensión extrema, como en estos de elección de poetas y
poesías, de ver que siempre son hombres —pocas mujeres tienen la oportunidad de
escribir en la historia—, y además es un hombre también —un editor—, quien me
joroba la marrana y que no me siento en nada comprendida: círculos de voces
masculinas me encierran y yo los visualizo, -decía nuestra protagonista.
Aquella noche en que Morgana no se podía quitar de su
mente al puñetero editor, que le había tirado por la borda su idea
decidió quedar con Patrick, a la aventura. Necesitaba darse caña, hacía dos
meses o así que no salía a ningún lugar, entre otras cosas porque ¡para qué!
Eso es, ¡para qué! Sólo eso había pensado. Ya he dicho que odiaba los bares. Morgana
tenía cincuenta y algo, y de apariencia cuarenta y pocos, había pasado lo suyo
y lo ajeno como ya se verá. Lo primero que perdió en el camino fue a su marido,
pero eso más bien fue un alegrón, como también he dicho, de los que hay que
celebrar con los amigotes y “amigotas” —Mozart en el olvido—; total ya lo había
perdido en una traición masculina, y Morgana siempre se había sentido viuda
porque el tal difunto (así designamos a los ex que no pintan nada en la vida de una) dejó de existir felizmente para ella, cuando sus hijos
gemelos tenían dos años.
Una noche Morgana le abrió la puerta de su casa y le
invitó a salir después de descubrir más de la podredumbre que un hombre
mezquino puede albergar, una felonía de las que no tienen denominación. Su noble
carácter —el de Morgana claro—, míticamente de mito, más masculino que femenino
en esto, le impidió perseguirle en busca de honorarios mensuales, ni en busca
de desahogos de fines de semana para endilgarle a los nenes y así descansar con
las amigas. Morgana asumió como siempre, como siempre con una humanidad más que
extraordinaria casi divina diría yo, su realidad, y le rogó que no volviera jamás. Para ella la realidad es el mundo de las ideas y esas hay que llevarlas a cabo y hacerlas realidad. Un canalla así no merecía tener hijos -se decía- ni que ella se esforzara en criárselos,
ni aunque le diera todo el dinero del mundo para mantenerlos, ni mucho menos ir
a un tribunal a exigir ese dinero. En estos asuntos no terminaba de entender a
algunas amigas que se despachaban con muy poca dignidad -a su juicio- claro. Morgana, como iba de
chula, pues lo iba para todo, así que su gobierno desde ese momento comenzó por
duplicar el trabajo, que con suerte, además de sus clases de instituto como
interina, contactó con la embajada americana y desde las cinco de la mañana
daba clases particulares de español. Esto lo hizo un tiempo, después surgieron
oportunidades de dar clases de español en Japón, el clásico lectorado, las
interinidades lo permiten, y algún verano ir de viaje en busca de reportajes
para el Washinton Post.
De natural serio, reservado y de apariencia
extrovertida, se podría decir que Morgana estaba por encima del resto de los
seres vivientes que en derredor se hallaban. Esto lo da el tener que apechugar.
Por eso siempre se sentía decimonónica, porque para ella estaba claro que en
otros tiempos hubiera conseguido mejores logros. Por ejemplo, en cuanto a las
relaciones humanas, éstas siempre le parecían desproporcionadas y
verdaderamente irreales en su mundo nuevo de realidades, evocando continuamente
una forma de trato inexistente para los hombres y mujeres de hoy. Era imposible
encontrar sinceridad y dignidad en prácticamente ninguno de los actos de las
gentes que habitualmente tenía por amigas, si bien su preferencia por las
amistades masculinas era evidente, los círculos se estrechaban de nuevo de
forma visual, otra vez Mozart.
Ella culpaba a la Mujer de grandes catástrofes,
de ser poco fiable en la amistad, de envidiosa, de querer destruir a los
hombres sin luchar por mejorar la calidad humana del asquerosamente denominado
sexo débil. Pero es que era así, por lo general había dado siempre con
envidiosas, o con otras que coqueteaban con fines personales, pero sin ninguna
dignidad ni capacidad de entendimiento del mundo. Al mismo tiempo tampoco quería que la igualaran a los "hombres" en general. Ella no era igual que esos hombres violentos que se dedican a ejercer su poder por encima de los demás. Las mujeres nunca violan, no abusan de niños...con ese tipo de hombres, necios, odiosos no había diálogo alguno, pero con algunas mujeres tampoco. Probablemente el mundo del profesorado era
deleznable, un mundo de grandes mediocres donde difícilmente se podía encontrar
el humanismo en el que ella había sido educada, ¡una feminista de tomo y lomo
tener que verse así!
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