Era absurdo pensar que todo va a ir bien porque para eso no se viene al mundo, precisamente para que todo vaya bien no, aquí hay que estar siempre jodido y con mucho sueño, pensaba Morgana ¡Qué horror el comentario de hacerse viejo que todos hacen para que les digas que no están mal! Bueno, todos hacemos frases del tipo: “¡Sin gafas ya no soy nadie!” o “!Es que estoy ya muy mayor!”, que era de las preferidas de Morgana. En fin, fines: “No, mujer, pero ¿cómo puedes decir eso? Si estás en lo mejor de la vida”. También ese era de los peores comentarios que se podían, a la sazón, escuchar. Como había escrito Octavio Paz en los versos de la Refutación de los espejos: “Los espejos repiten al mundo pero tus ojos lo cambian: tus ojos son la crítica de los espejos: creo en tus ojos. [...) ese agujero no es el espejo que devuelve tu imagen: es el espejo que te vuelve Imagen”. Por eso, en esa rotación absurda de devenires, de miles de fotos de Henry Cartier-Breson y de miles de espejos con que Morgana tenía decorado su salón, pensaba sin duda que nunca se está en lo mejor de la vida, lo mejor de la vida está cuando se termina. Pero, bueno, en esto Morgana había conseguido paliar los efectos de las desgracias mediante el efecto de la superposición, había tenido suerte en este sentido, y es por encima de lo bueno o de lo malo de su existencia que se iban superponiendo nuevas cosas que le hacían distanciarse o mirar con lejanía aquellos acontecimientos, tanto de un lado como de otro del dolor y de la alegría. Es decir, que hay personas o personajes a los que la vida no les da la oportunidad de poder olvidar o distanciarse de aquello que fue tremendo en su vida, por eso se quedan como anclados a la desgracia sin poder alejarse de ella, o a la alegría sufriendo de nostalgia de aquellas cosas que pasaron buenas para nosotros pero que ahora por alguna razón son tiempos que ya no se pueden vivir igual, de ahí la añoranza, la tristeza absoluta que sentimos sin saber por qué, muchas veces o muchos días o puede que muchos años. Lo pasado, pasado está.
En fin, que Morgana era una triste —le decían— porque ya
daba por perdidas determinadas situaciones a las que no dedicaría ya ningún
esfuerzo, porque para Ella estaban olvidadas y excluidas del para sí, en
eso tenía perdida toda la ilusión puede que tuviera perdida toda la esperanza
en cierto modo. Quizás viviera en una fuerte depresión —como dicen ahora— y
nunca iba a identificarlo como tal, sobre todo por su potencial de energía, una
energía que a todos emocionaba, una energía que la hacía ser diferente a los
demás, con una dignidad de otro mundo, quizás era por lo de ser un personaje y
venir de allá, que nunca se sabe. También se puede ser un sentimental y ya
está, y yasteo, me admito como soy y no por eso voy a tener que ir
irremediablemente al psiquiatra, si uno es un sentimental, pues lo es, como el
que es alto, guapo, gordo, o flaco. ¡Esa puñetera manía tan contemporánea de
pretender que todos seamos iguales me exaspera! Por tanto, el que no lo es,
está perdido, ya es un rarito de tomo y lomo. Poca metafísica veo yo en todo
esto, ¡insisto!
(En fin, sigo. Como sea, Morgana se pasaba la vida
en cuanto a lo cotidiano en perpetuo empute, voz no recogida en el
Diccionario de la RAE —que se sepa—, pero que define muy bien el estado de
cabreo. Ahora mismo acaban de entrar varias moscas, hecho razonable si se tiene
en cuenta que una cosa es ventilar las habitaciones y otra muy distinta tener
las ventanas de par en par doscientos minutos para que se llene la casa de
bichos inmundos, pero es que Isabel -la asistenta- es así, nadie hace bien su trabajo.)
En el fondo no tiene la culpa la mujer de la limpieza,
el culpable de mi empute, además de las moscas es un casposo compañero
de departamento, o directorcillo, ese de los que como te ve de aspecto joven y
mujer, sobre todo mamá, la has jodido, de esos que se convierte en paternalista
y supresor. Los textos puede que se hagan a sí mismos, pero hay cada uno que
necesitaría varias vidas y diversas historias de la literatura para que le
dieran algún papel de sui géneris, porque lo que se merecen es no salir
nunca, ni de malos, bueno se merecen que no salga de ellos ni la caspa, ni de
ellos el primer mono precursor de su estampa. ¡Anda ya! Era un día de diario y
tanto el empute como el verbo yastar habían crecido sobremanera
cuando Morgana había intentado que su amiga Eva Ojeda presentara su libro de
poemas en la universidad extranjera de unos amigos. ¡Acabose! Resulta que la
señora, porque esta vez topó con una colega, no quería promocionar a la poetisa
tal honor, porque no era conocida y ni siquiera había ganado ningún premio, tan
solo tenía un libro de poemas autopublicado.
—¿Y
qué? —contestó Morgana—, todos los grandes lo han hecho, todos se han
autoeditado sus primeros libros, lo importante es que éstos de la Ojeda son
buenos. En cuanto a lo de los concursos no me toques las narices o ¿vas a
decirme que los integrantes de los jurados que valoran obras son alguien como
para decidir el futuro de un creador? Tranquila doctora —esgrimió Morgana—, ya
me encargaré yo de que se conozca a Eva Ojeda. Además, tú te lo pierdes, porque
es guapa, da fenomenal en las cámaras de la tele; ha sido puta, con lo que te
pierdes conocer a alguien de esta especie; sabe de arte más que tú y que yo, y
sabe hablar de todo, bueno sabe más que tú y yo juntas. No te preocupes, guarda
tu universidad para los fósiles, que, desde luego, no me extraña que no
sembréis las semillas ni de la afición por la literatura, ni de la creatividad,
ni de nada... Bueno sí, la supresión de la conciencia... Estas y otras cosas
cariñosas habíale esgrimido Morgana a la decana en, sutil al principio y al
final encendida conversación colegial y normal, en un día cotidiano de moscas
y más moscas que entran a joderte la marrana. Es que la Universidad, y su
encorsetamiento, también es así; en general, están los que no tienen que
estar.
Nada como la esgrima, deporte que Morgana practicaba
siempre que podía. Un deporte en España elitista y mal mirado, sobre todo si es
esgrima artística: “¡Ah!, sí, eso en que te disfrazas de mosquetero!”. Somos
unos paletos... Ahora me acuerdo, 1785 es la fecha en la que Carlos III
instituyó la bandera roja y gualda, de tres listas para los buques de guerra y
la de cinco para las demás embarcaciones; la primera se convertiría paso a paso
en la bandera de España. Hecho fundamental para los españoles, sobre todo si se
tiene en cuenta que ese mismo año Mozart realizaba tres de sus mejores composiciones:
El concierto n.º 20 en do menor, K 466, el concierto n.º 21 en do mayor, K
467 y el concierto n.º 22 en mi bemol mayor, K 482. Los españoles como
siempre pensando en gilipolleces, como si no hubiera otra cosa más importante,
menos mal que ha habido algunos que nos han llenado de gloria y en aquel mismo
año de 1785, Francisco de Goya inicia una serie de retratos de los directores
del Banco de San Carlos —embrión del actual Banco de España— con el de José de
Toro, un retrato por el que Goya recibió 2.328 reales y en el que asombra la
mirada del personaje. El tal, era un rico indiano, diputado de la nobleza del
reino de Chile, que llegó a ser director del Banco de San Carlos. En España
siempre atentos como José de Toro a sucesos extemporáneos, atentos a otras
cosas que no nos conciernen y Goya como espejo de su tiempo así lo refleja. Por
eso tengo que ligarme a todo lo español, porque vengo de aquéllos, de todos,
¡pero qué paleta eres hija! Ires de venires de tiempos que a veces no fueron
"mehoreh". ¡Claro que toda la vida en las clases de lingüística
aplicada a la literatura y en la vida de los autores explicando dónde habían
nacido éstos, y lo poco leales que habían sido a su tierra, que con razón!
¡Pues era español y se acabó! Como los franceses. Después de todo podían haber
pedido la opinión de don Francisco de Goya para lo de los colores de la
bandera, a lo mejor hubiera organizado la debacle.
Lo cierto es que así: tras tanto andar muriendo, tras
tanto de uno en otro desatino... Así fue como conoció a Patrick una noche
en Shiatshu, un garito de occidentales en Osaka, una de las pocas noches
en que Ella salió por puro compromiso, aunque aborrece bares y tabernas por ser
lugares indignos, salió a ver qué pasaba como siempre en busca de haikú y de monos
gramáticos, salir de forma absurda, como toda Ella. Una de las
"mehoreh" conclusiones o vamos a decir actitudes, decisiones en la
vida que una mujer puede tomar con respecto a uno o varios o la totalidad de
los hombres que todo ser estrogénico se topa en la vida de personaje es la
siguiente. Habiendo llegado a la idea clara de que como padre de una jamás
habrá ningún otro ni lo habrá en la Tierra, pues una tiene que abandonar y
desistir en que más padres ya no va a encontrar, por que no lo son, ni hay que
esperar que lo sean. No hay que buscar nunca un padre porque éste será siempre
otro ser interesado en otras cosas que un noble padre no lo está. Sobre esto
bromeaba bastante con papá antes de que se fuera. No agobiar, no hacer
preguntas, no esperar nada y no pretender sorprenderles siendo lo que no se es
ni jamás se va a ser. Con estos pequeños cuatro mandamientos, Morgana se sentía
más que feliz para ser la mejor compañía de los hombres, siempre le funcionaba
a la perfección. Sus amigas, decían que era muy pesimista, negativa y que así
no podía ir por la vida. Sin embargo para Morgana estas ideas le hacían estar
con los pies en la tierra, y siempre tenía amigos de verdad; y como se verá
alguno que el lector podrá reconocer como algo más que amigo en la vida de esta
sin par y amable —por qué no decirlo— starring
novelesca.
Era a Japón donde de forma temporal Morgana se trasladó
como profesora de español a la Universidad de Osaka, y cualquiera se preguntará
si es que los japoneses tienen interés en aprender la lengua de Cervantes, a lo
que yo les contesto que sí, sí, tienen mucho interés, otra cosa muy distinta es
que lo consigan, pero cuentan —por si les interesa— además con muchos
departamentos de español. Y por si alguien no lo sabe, han tenido y tienen continuos
negocios con el Perú, por lo que se les hace obligatorio para algunos y curioso
para otros aprender nuestra lengua. Pero, vamos, de todas formas, allí hay
gente para todo. Podría en este sentido hablar de las relaciones entre Perú y
Japón, pero no quiero porque me pongo muy nerviosa y vuelvo una vez más al empute
nacional y extranjero cuando recuerdo a Fujimori o a Ciro Alegría, ¿vale?
Para los niños era bueno que aprendieran otra lengua, y
papá le ayudaría en todo. Aquel día estaba cansada de japoneses, de que todo lo
reverencien, de hacerle a uno sentir que es alguien cuando no es así, de
terminar sus clases con "oari mas oskare samadesta" y tener
que sonreír. Sobre todo, estaba harta de estar con una gente que todo lo
aguanta; sí, los japoneses lo aguantan todo, incapaces de rendirse al
desaliento, sufren con una gallardía que asusta, que les da esa condición de
seres de hierro, de máquinas. ¡Cómo les han cambiado los tiempos también a
estos! Ahora lo tienen que importar todo, se quedaron sin almas, sin artistas y
como tampoco tienen posibilidad de acceder a viviendas dignas, pues eso, a
comprar flamenco, discos o batidoras nuevas cada mes; la posibilidad de viajar
les ha dado a algunos nuevos mundos, pero enseguida tienen que volver para
poder comer su comida, si no se hunden... Morgana fue buscando sintoísmo,
budismos ancestrales, y le costó, le costó, pero le costó encontrar lo que
buscaba en una ciudad como Osaka en aquel entonces con unos 16 millones de
habitantes que pululan de un lugar a otro, más bien sin saber a donde van, pero
con gran capacidad de movimiento, ¡eso sí! Movilidad, como les gusta
denominarlo a los políticos.
Aquellas gentes nunca tienen vacaciones, sólo el día de
la primavera y poco más, así que para una española a la que inevitablemente
tiene que adorar las tapas —con denominación de origen— y los baretos pues la cosa se ponía dura, por
lo de la tendencia a los encasillamientos. Pero, en fin "en peores garitos
hemos hecho guardia", frase clásica de la mili, que todos conocen al pasar
por ese trance de su vida, que define muy bien la situación. Por cierto, ya los
hombres de hoy no tienen —al igual que las mujeres la etapa de partos y
cesáreas— cosas de la mili para contar, así que la historia se pintará de otra
manera; que conste que siempre generalizo, ya sé que no todas las mujeres han
sido ni tienen por qué ser madres, ni eso es lo más importante, ni todos los
hombres han hecho la mili, pero tenía su aquel escuchar a los españolitos al
final de la fiesta con alguna que otra copilla, hablar de sus fraternales
experiencias en este sentido. Muy importante para la integración del amigacho
o colegón preguntarles con fervor e interés acerca de esta etapa de sus
vidas, en cierto modo rejuvenecen algo, les da marchilla. Toda evocación del
recuerdo nos imprime cierta renovación de la existencia. Esta práctica la había
hecho Morgana mucho en Japón, no la de la mili, sino la de la evocación hacia
tiempos pasados.
Aquel día desde su apartamento de lujo en Fuminosato quiso
ir hasta Namba en taxi, a sabiendas de que pagaría muchísimos yenes,
pero al menos se abrirían las puertas automáticas, un chófer perfectamente
uniformado le ofrecería bebidas diversas, haría un recorrido feliz hacia una
posible aventura. El trabajar como máquinas y no saber solazarse es intrínseco
al mundo entero, con la excepción de los españoles, que, en contra de las
apariencias, somos los que más trabajamos, pero también sabemos disfrutar como
nadie o mejor que nadie, de la vida, con nada. Las dudas vienen si este mélange
interesa dentro del país o no, o quizás es mejor que estos talentos de seres
escogidos, que así tengo yo a los ibéricos, estén mejor desperdigados por el
planeta dando por saco, porque lo que es todos juntos... ¡le fine!
A Morgana la sola acción de ir en busca de aventuras le
parecía vomitivo, era el plan de las amigas de los viernes noche o sábados,
salir a ver qué pasa, ¡deleznable! Mil veces sola que ir con esas pendejas, a
beber y perder la dignidad. La Méndez era la leche, simplemente nunca salía por
la noche —quizás porque siempre cambiaba su vida— y aquella iba a salir y
quería hacerlo de forma confortable. Iba como una reina. Shiatshu era uno de los pocos locales adonde acudían lo
que en el argot se decía occidentales, y en esa raza, lo mismo entraban
franceses, americanos, alemanes, italianos, peruanos, canadienses... que uno de
Burgos..., no tengo nada en contra de los burgaleses, pero tiene menos glamour
¿o no? Es como con las palabras ‘chorizo’, ‘cebolla’, o ‘paté’,
‘saumon’, ‘foie’, con las primeras te sientes como las serranas del
Arcipreste de Hita, y con las segundas te imaginas ser Emma Bovary de cena con
los mismísimos hermanos Goncourt mano a mano; es el debate de lo extranjero y
de cómo nos ha llegado en nuestra tradición histórica, del cómo apreciamos todo
lo externo. Bueno, a Morgana le habían hablado algunos compañeros que todos los
viernes se dejaban caer por allí, que fuera, que ya se verían.
Era lógico, lo mismo que a los occidentales les parecen
los orientales todos igual, sin distinguir entre coreanos o chinos o
japoneses..., pues, por asimilación, occidente también es así, para los
orientales todos los blancos son igual y huelen como a pis. No sé bien qué
hacen con los africanos en cuanto a las distribuciones. Surgieron al tiempo ecos
infantiles no superados cuando al entrar recordó las palabras que su madre
siempre le repetía cuando volaba su adolescencia: “mira Laurita que en esos
lugares y a esas horas no hay ningún hombre interesante”. En cierto modo, la
experiencia le había demostrado una parte de razón en esto, por ello no había
psiquiatra que le arrancara la fijación... En fin. Unos diez tíos y el
equivalente en mujeres surcando la barra de la tasca del lugar del que había
que entrar cortando el humo a cuchillo, lo que a Morgana ya le horrorizaba por
su increíble manía de tener que oler bien, el humo de cigarros olía muy mal, y
atascaba sus perfumes franceses, Ella que siempre era protagonista, la starring
de su vida oliendo a tabacazo, ¡qué maripuri! En fin, ya no era momento de
echarse atrás, ya había visto a Azucena
—otra colega de las de español—, al absurdo de Luis de la Universidad de
Takarazuka, Hidefuji Someda, Tetsuo Yosikaua,
y Nama, entre otros más, y ellos ya la habían visto entrar, con lo cual
la huida era imposible.
Honorables y orientales saludos varios, golpes de
cabeza, hipócritas sonrisas de bienvenida, mucho teleñeco en definitiva, un
enorme instrumento, un violonchelo, otro más pequeño, un violín, y dos hombres
a los que Morgana no conocía ni de cerca ni de lejos. Uno de ellos llevaba
cabellos rubios largos, recogidos en una coleta con lazo negro, un tal Patrick
Carrión, francés, y otro italiano, precisamente de Cagliari, Francesco
Buonarotti, como casi todos los italianos, impecable; en cualquier caso, ambos entraban
en la denominación de "occidentales" y eso en Japón daba mucha
alegría. Poder mirar ojos normales, cabellos normales o sin cabellos, honradas
calvicies curradas a fuerza de hormona
masculina... En fin, no quiero decir con esto que los japos no sean machotes,
¡no por Dios!, ni que todos tengan los pies muy pequeños, ¡no por Dios!.. es
que no sé, no sé, se decía Laurita.
Su rostro, el de la españolaza, cambió, porque además de
todo en el Shiatshu, donde siempre se hablaba inglés, resultó que los
dos nuevos hablaban mucho y sobre todo querían hablar español, ¡bien! Ya sólo
por eso había merecido la pena salir, hablar la lengua madre a veces viene a
ser más que una bendición del cielo, más que el maná bíblico, más que el mundo
entero, sobre todo para alguien tan tímido como Morgana. Si además son
músicos... amarán a Puccini y a todos los demás, ¿tal vez a Schumann? Ah, pues
yo podré ser como Clara Schumann, seguro que aman a todos. La noche se prometía
tranquila, no les había dado por desbarrar pidiendo sake y emborrachándose en
cinco minutos como era la costumbre de los nativos, ¡qué raza tan compleja!
¡Qué seriedad y educación y qué forma tan bochornosa de perderla en cuanto se
atizaban una simple cerveza o biru como decían ellos! Los chicos
parecían tranquilos y recientemente habían terminado su actuación con la
Orquesta de Osaka en el Teatro Kintestshu, un auditorio bárbaro que
tienen allí como todo lo de ellos, pura megalomanía. En fin, eran músicos
invitados como solistas principales de chelo y violín. Francesco era dulcemente
amable, boca de melocotón, de modales casi aristocráticos, enormemente
atractivo, varonil, exquisitamente vestido y caballeresco, virtudes que además
de llamarse Francesco le definían como "el italiano", ya sé que el seudónimo
no es nada original, pero los nombres sí, ¿verdad? No es lo mismo conocer a
Francesco y Patrick que a Manolo y a Pepe, por poner un ejemplo, bueno, ellas
me entienden, a las starring nos pasan estas cosas, ¡lo siento!
Francesco tenía las piernas cruzadas como una mujer, unas piernas muy delgadas
que cubría con un pantalón muy clásico de cheviot verde oscuro, chaleco alto,
corbata a la antigua de nudo muy ancho y una chaqueta a lo Cary Grant, muy
larga, cruzada y con doble botonadura. Olía a Azzaro, que era un perfume
completamente seductor según la pigmentación del hombre, lógicamente no a todos
les sienta igual. En esto el olfato de Morgana se parecía al del protagonista
de la novela El perfume de Patrick Suskind, Jean Baptiste Grenouild, o
la protagonista de El amor en los tiempos del cólera, Fermina Daza,
también bastante starring, quien descubre la infidelidad de su marido
médico olfateando en su ropa; Morgana también era así, un poco chucho. Y había
calado el olor del Azzaro un poco sudado en un cuerpo moreno y limpio...
aquello era el colmo de la atracción. El tal Francesco no era consciente de su
potencial, como casi nadie lo suele ser cuando de verdad lo tiene, ni la misma Morgana
lo era, pues siempre se consideraba una mujer del montón de los montones, con
arrugas por doquier, y en el fondo, sin llegar a poder controlar la capacidad
camaleónica que su cuerpo y su rostro podía llegar a producir. Morgana podía
llegar a ser un animal de seducción, pero ella ni lo sabía, ni le interesaba
nada en absoluto. La vida, un salto de tropiezos.
El Francesco era como se dice en los madriles un figura,
un vivales, y ya le hubiera gustado a ella pasearse con él del brazo y no con
el cochon de su ex marido por algún lugar. Francesco era de los que te
agarraba del brazo como si hiciera mucho frío, como en las fotos de los
antiguos cuando iban por la calle, que parecía que fuera diciendo ¡qué no me
quiten a la que es mía! ¡Pero que machistorra y antigua me estoy poniendo!
(Cuando me acuerdo del Francesco no lo puedo evitar, así pasen cien años.)
Pudo comprobar esto después, más tarde, porque él la cogió así del brazo. En
fin, Francesco era aquel hombre con quién soñar, en quién pensar en las noches
de tormenta, al leer a Bécquer, o al pensar en un revolcón o en un viaje al Taj
Mahal o al mismo Senegal. En efecto, Francesco, con toda probabilidad, lo mejor
que tendría que decir lo diría en la cama. Morgana, a quien le gustaban más
bien feos, pensaba que ir a la cama sólo, como única y desesperada solución sin
más que hablar, es con los extraordinariamente guapos, porque éstos no tienen
palabras, sólo culo donde agarrar y cuerpo donde acariciar. Los sin palabras.
Era obvio que Morgana estaba llena de tópicos, pero hasta su momento, no había
encontrado la excepción, quizás la meta de su vida era encontrar la excepción
como en Gramática Generativa, para luego no llegar a ninguna parte. Si Eva
Ojeda —la amiga puta— le hubiera conocido hubiera encontrado sin duda el motivo
para dejar de serlo, ¡qué hombre, por Dios, más bestial! En fin, ¡cómo no he de
acordarme de Francesco y aún emocionarme hoy, es como las erecciones de los
hombres a los 90 años que se recuerdan como cosa única! Para una vez que un
hombre me sorprende por los ojos y lo cosifico de esta manera, ¿no he de
recordarlo...? La verdad que sí, y qué bien tocaba el violonchelo. ¡Estoy
mayor!
Me espían mis pensamientos. Pienso que no pienso (...)
La realidad está al borde del hoyo siempre. Pienso que no pienso. Como un golpe
en la mente de Morgana se repetían los versos de diferentes poemas de Árbol
adentro de Octavio Paz, ese compañero infatigable que había sido el poeta
mexicano para Ella en Japón. Así machacaban cuando, sin embargo, se fijó en
Patrick, éste no sólo era músico, sino que lo parecía, que ambas cosas son
fundamentales en un artista. Ser y parecer. Es una sobreactuación de las
situaciones y sobre el mundo que nos rodea, primero hay que creer firmemente en
la situación, en el papel que nos ha tocado o en la situación que hemos elegido
vivir, después hay que trabajarlo bien, interiorizarlo, visualizarlo dentro,
desde la introspección de nosotros mismos; es un proceso actoral, es el proceso
de Stanislavski; para después poder conseguir que los demás, la comunidad, los
seres que nos rodean nos acepten exactamente en aquello que nosotros queremos,
y esta aceptación será realizada en la medida en la que hayamos hecho bien
nuestro trabajo, nuestra fuerza. El aplauso es secundario. A Patrick había que
aceptarle como músico porque era imposible imaginarle de otra cosa, no podría
aceptar otro personaje por nada del mundo, era como si hubiera nacido para
ello, por eso era tremendamente honesto con la vida y con los humanos. Una
transparencia así no se paga con nada. Morgana sintió eso de Patrick nada más
verle y sintió una paz indescriptible, ¡por fin estaba con alguien de verdad!,
¡por fin estaba con alguien que estaba en su sitio y que estaba porque quería
ser y estar donde quería, había hecho su proceso de aceptación! Quería ser
Patrick y no otro, no sería jamás un ser envidioso. ¡Bien, Patrick sí merecía
la pena! Morgana extrañada preguntó al franchute, es decir, a Patrick:
—¿Por
qué hablas tan bien español?
—De
pequeño estudié en un colegio español. Somos de Toulousse, mi abuela era
española y mi padre también, ambos adoraban a un escritor: Benito Pérez Galdós.
Dejó escrito mi abuela —ella murió cuando yo tenía 8 años— que yo llegase a
dominar el español como para llegar a comprender toda la obra del escritor
canario. Mi abuela no quería que la lengua de mi madre —el francés— invadiera
mi español, siendo mi lengua materna el francés. Recuerdo que me leía los
cuentos de Celín y Tropiquillos. Mis padres se separaron pronto, yo me
eduqué con mi madre, de ahí el miedo de mi abuela a la pérdida del español. Es
que mi padre es un conocido crítico literario, profesor de universidad, en fin
un pez gordo de las letras hispánicas, como tú te dedicas a asuntos
lingüísticos según me han contado... pues por eso. Y por ahí siguieron
hablando.
A Morgana, ya se le habían puesto los ojos a cuadros, un
francés que conocía los cuentos, la obra de Benito Pérez Galdós, que era
músico, y al que había conocido en un garito en Japón, desde luego que la noche
estaba de suerte. Jamás hay que buscar aventuras, sólo con vivir la vida en su
fluir normal es suficiente, la vida en sí misma ya es una aventura.
—¿Y
realmente has conseguido que te guste la lengua española? — preguntó Morgana.
Patrick dijo que sí, que no sólo eso, sino que además
había vivido, dos años en Madrid y otros dos en Buenos Aires para hablar, sobre
todo para sentir por medio de la lengua cómo es la vida.
Morgana,
completamente emocionada, preguntó:
—¿No
te gustará Borges verdad?
Patrick
con la cara iluminada dijo:
—No
sólo me gusta, sino que fui a Buenos Aires a conocer de cerca su mundo, y a
vivir en la Calle Maipú que es donde vivía él para poder ver por los mismos
ojos del escritor, bueno para intentarlo. Yo era demasiado joven y aprovechaba
cualquier ocasión musical para largarme por ahí.
Morgana
con la idea de poder compartir a Borges con un hombre, con un músico, feo, de
melenas rubias, y pintas extrañas, con un guardapolvo negro y entallado hasta
los pies, botas antiguas, camisa blanquísima de cuello alzado y foulard de
seda anudado. Sus manos muy blancas y huesudas, cuidadas al máximo, de
violinista, en su piel blanca destacaba una sonrisa franca, valiente y lo mejor
era su mirada... con ella construía mundos, hacía la realidad, a Morgana le
parecía que era Dios que de primera mano le había dado aquella misma noche un
gran regalo.
Se despidieron del despreciable
grupo japo, que ya estaban cuasi borrachos y se largó del brazo de Francesco, y
Patrick del otro lado cargando con el violonchelo, y decidieron cambiar de
lugar. Esa noche Morgana era la reina, probablemente lo bueno de salir tan poco
es eso, que cuando sales siempre eres la reina, siempre sucede alguna cosa
extraordinaria. Iban a estar en Osaka dos meses, a Morgana le quedaban aún seis
meses más, pero todo eso no importaba. Tenían que ir a dejar aquellos
instrumentos para poder ir más relajados, aún era pronto... a las 10 de la
noche en una noche de viernes de Osaka está todo por empezar. Morgana quería
dos cosas, comer pollo frito y saber si a Patrick le enloquecería como a ella Puccini,
para que ya fuese redondo. Por aquella época también escribía cosas sobre Narratología
y estaba como un cencerro con las dramatizaciones musicales y la búsqueda
del mismo origen en los arquetipos comunes para demostrar así que se pueden
generar novelas o sinfonías partiendo de esos mismos arquetipos del
subconsciente. El batacazo ya viene solo, pensaba ella. Contraviniendo sus
propias normas éticas, aquella noche bebió algo de champagne francés,
que, por cierto, nada tiene que ver con
el cava español, por más que nos hagan comulgar con ruedas de molino, la
burbuja es la burbuja, señor mío y lo mismo que los franchutes no saben hacer
jamón —mucho menos ibérico— nosotros no sabemos hacer champagne; nada
como la autocrítica para progresar en la vida. La noche al final se
desarrolló en un restaurante de músicos clásicos que Patrick conocía y había
investigado ya, ¡toda la noche la cena estuvo amenizada con la música de
Puccini: Ch'ella mi creda, Un bel di vèdremo, E lucevan le stelle, Nessun
dorma, Che gelida manina... Francesco feliz y emocionado, Patrick y Morgana
también, una noche de dioses. Los musiciens podrían haberse enamorado
perfectamente de Morgana que estaba increíble, Ella al tiempo también quedó
deslumbrada, fascinada por aquellos dos querubines sin saber a cuál elegir...
Las relaciones humanas son así, magia espiritual o momentos escasos de la vida
en la que el tiempo corre.
Ya había amanecido, el techo o cielo estaba gris,
metálico con aquella ventaja añadida de poder caminar sin temor a que te roben,
o a que te asalten, ¡qué ya es! Rostros ajenos, muy ajenos, japonesas obviando
su realidad, extemporáneas del reparto escénico sin querer ser lo que son,
tiñéndose el pelo de asquerosa agua oxigenada, o rizándoselo artificialmente,
cuando sus cabellos son lo que son, negros y muy lisos como pequeñas lianas de
seda natural. ¡Por qué no se estarán quietecitas y dejarán de joder la marrana
con los cambios! Lo mejor de las japonesas, es cuando lo son, y aceptan ser lo
que tienen que ser o mejor aceptan ser lo que quieren ser, si es que tienen la
oportunidad. Lástima de Occidente. Ahora con el tiempo, también vemos con la
misma frialdad que ellos Hiroshima, aunque Morgana lloró muchos días aquello,
sólo que Occidente cada vez llora menos, como los japos. Se han ocupado muy
poco los japos de pasar el cestillo del dolor, en esto —todo hay que decirlo—
su dignidad es sobrenatural, aplastante, pero no por ello deja de estar ahí,
sólo hay que ir, sólo que nunca vamos a nada, ¡nos importa un bledo! Como Yo a
los otros, como mi historia, como las personas, como el todo, por que estamos en
la deshumanización de los tiempos y me importo Yo, mi particular starrización
del ser sólo recuerdo entierros y entierros. ¿Y por qué? Porque cuando
nacemos nos es ajeno el mundo entero, sólo recordamos aquello que nos han
contado si es que nos han contado algo, ¡claro! Nacer en los brazos de una
soledad absoluta y de un abismo enorme ante el desconocimiento del venir
siguiente, eso es lo que siente una madre, además de emoción, desprecio a los
demás, y un ¡me cago en la leche! muy grande, harta de tener que dar la talla
por que sí, porque para eso eres una mujer y no te puedes echar atrás.
No hablemos del desgraciado padre, condenado de por vida
quiera o no, a tener que encargarse por que sí de la manutención de la señora
—que hasta entonces era adorable—, ahora convertida en una mala bestia
asustada, y de la criatura, a quien siente ajena y gritona, aunque huele bien y
tiene un no sé qué... que engaña el estómago y provoca comerse el mundo. Por
eso, lo mejor son los entierros, porque pones falta a quien no está y ya lo de
la manutención se ha terminado para siempre, haces fotos mentales y pones
esquelas en el periódico, ¡Todo un souvenir de lo más completo!
Los tres —el italiano, el francés y la españolaza, como
en los chistes— se habían prometido repetir la velada, cosa insólita si se
piensa que las situaciones jamás se repiten, podrán ser mejor o peor, pero
repetirse, nunca... En fin, que se prometieron los tres amor eterno y nueva
cita; así que todo terminó para coger el metro en Namba hasta Fuminosato, para
levantar a las criaturas y que papá las llevara al colegio. Morgana se daría
una ducha de las enérgicas, cabello incluido para quitar olores y regresar al
olorcito de ropa limpio y perfume francés. Francesco era de mentira, pero
Patrick desde luego que no. Patrick iba a pertenecer a su vida para siempre.
Ese desgarbado va a hacer que me desconcentre de mi mono gramático. ¡Qué piel
más blanca, si parece una niña! ¿Tiene perilla? Cómo me gustan las perillas,
seguro que es homosexual. Y si lo es, pues no me importa nada, los eternos
somos así y nos queremos, con independencia de a quien metamos en la cama, no
sé. Bueno, Laurita, no te líes, que no estás en Japón para complicaciones,
ahora mismo te olvidas, ¡qué manos, tan delicadas! Y sube las escaleras como
yo, de dos en dos. Morgana ¡olvídate, seguro que está pasado de rosca! Lo
duradero siempre tiene que ser sublime, espiritual por encima de lo terrenal,
alejado de lo cotidiano que es lo que pierde los grandes sentimientos. ¡Qué
frasecita más pastelera, hija! Las grandes historias se han echado a perder por
la maldita cotidianeidad, por la costumbre, lo de fregar la taza del water,
¡claro que Patrick es un bohemio!, pues eso, lo que necesitas es un bohemio,
que viene, que va... Ya, que se va con la primera que ve, que como tienes dos
hijos pasa de ti... Mi vida es una batalla, es la guerra, pensaba Morgana, y en
esa lucha cotidiana tengo que estar como estoy, sola. Ojalá pueda verle de vez
en cuando y ya está (yastá, verbo yastar, raro) mejor gerundias. Quizás
una vez al año. Habló con su inseparable Eva Ojeda para contarle que había
conocido a Patrick y que cómo le gustaría a ella Francesco Buonarotti, un
chelista de campeonato, ¡madre mía, con lo que sabes tú de arte italiano, le
dejarías boquiabierto!
Eva Ojeda, de vez en cuando se ilusionaba con las cosas
de Morgana, de vez en cuando (repito) formaba parte de la realidad que era el
medio donde vivía Morgana, en el fondo Morgana, aun siendo un personaje, vivía
el realismo de la vida, los demás, Eva o Patrick formaban parte de una vida
extravagante, poco común, poco normal, eran de otro mundo.
Hay que decir a favor de Morgana que Patrick por su
parte, ya nunca más pudo dormir como antes, durmió mucho mejor al saber también
que había conocido a una persona diferente y que la vida abría sus puertas
hacia lo desconocido del caminar, aún a sabiendas de que nunca podrían estar
juntos como cualquier pareja. Simplemente quedó fascinado por Morgana, y así
fue como la conoció en un garito de Osaka llamado Shiatshu, lleno de
humo, cuál museo de cera, rodeado de japoneses.
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