Manicura
de la lengua es el poeta, mas no el mago que apaga y enciende palabras
estelares y cerezas de adioses vagabundos muy lejos de las manos de la tierra
A
Mila Bueno
No
sé si conocerá Altazor, el grito en la noche que pronuncia Huidobro. Así
había tenido que salir Patrick del cono sur por haberse metido en líos, pero,
bueno... la vida es así, Patrick aunque con graves dificultades había
conseguido sobrevivir y recomenzar su vida; siempre hay un tiempo para empezar
a vivir, para reanudarse a sí mismo, para empezar de nuevo como dicen por ahí,
sólo es querer. Ese editor en apariencia amable, no sabía lo que era bueno, se
decía Morgana: nací a los treinta años, el día de la muerte de Cristo; nací
en el Equinoccio, bajo las hortensias y los aeroplanos del calor... Morgana
siempre había envidiado poder hacer lo que le diera la gana como Vicente
Huidobro, poder fugarse con su enamorada, sus niños, la criada y una vaca que
les diera leche fresca desde América a bordo del Infanta Isabel de Borbón, o
salvar a Europa como corresponsal ¡eso sí que era cumplir tu voluntad! Esa
noche Morgana quedó perpleja, había recibido un e-mail del editor, del
invisible, en el que decía:
Sí, incluya la
poesía de Huidobro, ese loco es el mejor representante del subconsciente, de la
locura del ser, de lo humano, en suma de la espontaneidad; es hijo de la
libertad, al menos en apariencia, de generaciones castigadas por la ignominia.
La nuestra, nuestra ignominia no pasará.
G. G.
¡Anda!
Si resulta que el editor este hasta tiene cabeza. En realidad, Morgana daba
demasiado espacio al invisible y poco a su criterio de editora, pues al fin al
cabo estaba haciendo un trabajo de editora no de peluquera. Por otra parte, si
había sobrevivido tantos años sin el trabajo éste maldito, podría hacerlo otros
tantos, era obvio que no había que contar tanto con un editor, “¡me falta
personalidad!”. Se decía cargada de razón. Éstos invisibles no son nada, en
general no entienden gran cosa, sólo cuentan páginas y pagan, que no es poco si
bien se mira; poco cerebro y mucho menos corazón, aún más escasez de inteligencia
y ausencia generalizada de ilustración... ¡Qué eran esas palabras! ¿Qué había
detrás de esa actitud? ¿Pertenecerían a la misma persona?.. Pero si el editor
con quien Morgana había concertado la edición era lo de siempre, un asqueroso
insensible, ceporro, mamerto. Además ¿desde cuándo una editorial muestra
interés particular en algo que no sea vender en masa? Esto sólo se consigue con
las novelas “tironazo” y no con las Selecciones poéticas comentadas en
cursiva, como añadía Morgana. En serio, ¿su editor de repente querría
culturizar a la población? ¿Por qué ese afán, por qué la importancia por una
estética en la que pretendidamente el canibalismo editorial cambiaría el rumbo
de su vida? No, eso no podría ser, jamás podría suceder una cosa así. Los editores,
los fines de semana juegan al golf, y generalmente G. G escribía sus mails
en fin de semana, algo completamente impropio, y además contestaba con cierto
lirismo y saber hacer a las cuestiones que le preocupaban a Morgana. Ésta
estaba perpleja, quizás simplemente G. G era un aficionado a la poesía y ya
está, o, a lo mejor, G. G. tenía un secretario o secretaria que le
resolvía el correo, eso sería ¡Claro! Pero no, tampoco encaja, nadie tiene un
secretario los fines de semana. En fin, como fuera, a Morgana lentamente le
interesaba la actitud de G. G, porque ¡tenía mucho aguante!
Decía ella.
Dejaría
pasar el tiempo para ver qué sucedía con lo de Valente. Tendré que preguntarle
si incluyo Altazor o si, por el contrario, algo más representativo del Creacionismo.
O mejor quizás como colaborador en el nacimiento del Ultraísmo algo más clásico
aquello de Basta, señora arpa de las bellas imágenes... “¡Tía estás como
una cabra!” “¡Si te han encargado un trabajo así de varios volúmenes es por que
confían en tu capacidad como editora de que vas a hacer una buena edición!”, le
decía no sin razón su amiga Eva Ojeda, la puta, para aclararnos, sí, sí, a ella
no le importa, si lo prefieren lo sustituimos por “pilingui” o “pelandusca”,
por si hay alguien a quien molesten las verdades así, a lo bestia, pero vamos,
puta es y mucho, ya se ha acostumbrado a ese tren de vida, lo cual no quiere
decir que no escriba bien poesía y que no sea una gran mujer de extraordinaria
sensibilidad, ¡cuidado! A los hombres les resultará tan rara como ellos mismos,
sí, podríamos decir que Eva Ojeda es un poco hombre. Además de ser un bellezón
nada despreciable, algo lógico, si se piensa que vive de ello, de tener un
cuerpo estupendo, buenos muslos, un buen culo bien duro, un vientre atlético,
los senos redondos retocados, contaba con la suerte de ser alta y de natural
delgado. Eva era muy, muy mona, a los niños les encantaba cuando iba a casa de
Morgana e intentaba hacer de mamá con el delantal azul. Lo hacía en general
todo del revés, pero con la ayuda de papá era todo muy divertido durante las
etapas de ausencias de Morgana donde había que ayudar todo lo que fuera posible
a las criaturas para que ella pudiese realizar aquellos reportajes o
entrevistas que les proporcionaban a todos mejores ingresos. Eva era una gran
amiga en quien confiar, franca y sin envidias, como Morgana no le aceptaba
dinero, aquella mujer despampanante venía siempre con miles de regalos para
Morgana, papá y los niños. Tenía, además de un ático precioso en el Paseo de la
Castellana, dinero, objetos de arte y a nadie más, por eso Eva amaba también a
Morgana, porque era un motivo importante, verdadero, que a su vida artificial
de salas de arte, poesías y hombres de dinero. En resumen, se querían por
infinidad de motivos, pero por uno que no se debe olvidar jamás, y es que
cuando hay amistad entre dos mujeres, bien sea por cuestiones extrañas de
origen maternal en su sentido mítico o divino, o quizás por alguna razón que
hasta ahora no se ha podido explicar en cuanto al desdoblamiento del alma, pues
bien, esa amistad por así decirlo, hermanamiento o unión, es como la tierra
cuyas raíces son tan profundas como inalcanzables; si se logra esa amistad,
será una unión eterna, para siempre, indestructible. Pocas son (a mi modo de
ver) las semblanzas de la amistad entre mujeres, de la unión enorme y del apoyo
que ha existido entre ellas a lo largo de la historia, pero en fin, ¡qué le
vamos a hacer! Además Eva y Morgana se querían porque sí.
Las
masas tienen con frecuencia estas percepciones ante lo sublime y ante lo
demoníaco, por eso se pueden dejar llevar y manejar no sólo hacia el éxtasis
que puede producir en ellos un artista tocado por lo divino, sino lo que es
peor, cuando están delante de los del otro lado, este es el caso lamentable que
todos vemos ante los dirigentes políticos, en esto todos los pueblos son igual.
Patrick era aclamado en el mundo entero y a la salida de cada representación,
no concedía ni una sola entrevista, ni una sola fotografía, ni un solo minuto,
se había vuelto un raro, buscaba la amistad por poner un nombre que todos
conocemos a una relación sincera. Una amistad reciente, pero que ya sabía que era
eterna, que venía de antes, de antes de venir, así que buscaba ir a casa
de Morgana, a jugar un poco con los chiquillos, a tocarles un poco el piano, a
tocar un poco con Morgana a dúo, de forma casera como ella decía, con el
abuelo, que disfrutaba mucho porque estaba harto de ver las chorradas de la
tele japonesa. A cambio Morgana cocinaría tortilla de patatas y leche con
bizcochos, pudiera ser que Patrick buscara a Deméter, buscara la tierra, la
vida, la energía, puede que la sencillez de lo cotidiano que en cierto modo nos
aporta estabilidad en ciertos momentos, sobre todo para la vida que llevaba él,
siempre ajetreada de un lugar a otro. Cómo se agradece algo de cotidianeidad en
los momentos duros y cómo se detesta en los momentos más sublimes de nuestra
vida... En fin.
Patrick
en aquellos momentos comenzaba a componer. Se marchó antes que Morgana, que lo
haría a los dos meses, pero no dejaba de llamarla desde cualquier lugar,
siempre con la naturalidad del saberse hermanos de verdad, sin más. Morgana estaba
realmente contenta y muy feliz de haberle conocido y reconocido. ¡A mi edad!,
se decía, y sin preguntas, sólo estar, sin pedigüeñeos. Se ayudaron
mucho durante aquellos días de Japón y sake.
La
salida del Japón fue truculenta, ¡todavía lo recuerdo con pavor! Tuvo la gran
idea eso sí, de mandar a papá vía Líneas Japan, que es más corto, hacia Madrid
con los chicos, porque tenía que pasar unos últimos días en Tokio y era mejor
que la familia viajara cuanto antes hacia tierras de Quijotes, ansiadas tierras
de España, ¡cómo os quiero cuando no os tengo! Después de cumplir con el último
seminario de la universidad nipona, Morgana viajaría con las malditas líneas
Aeroflot vía Rusia, en plena convulsión política de cambio URSS a lo que
es hoy, que todavía no lo sabemos.
Sin
saber por qué, la llegada al aeropuerto de Moscú fue a golpe de escopeta,
maldita la hora en que Morgana se había vestido con una chaqueta entallada
verde caqui con cuello, botones y bolsillos en negro lo que le daba cierto aire
de soldadito germánico. En pleno cambio político, los militares estaban en las
últimas, sin saber a qué atender, podían hacer cualquier cosa. Morgana llevaba
en los bolsillos los yenes de los últimos dos meses, pero eso era lo de menos.
Lo peor fue cuando a todos los integrantes del vuelo los metieron en un bus
amarillo de los rusos, es decir de los más cochambrosos del régimen (los había
visto mejor en Cuba que ya es decir), y fueron llevados sin explicación ninguna
camino de no se sabe dónde. Se habían quedado con su pasaporte, y la mayoría de
los enseres personales, bolsa de mano, cámara de fotos japonesa... a excepción
de la faltriquerilla del dinero. Era verano, por esa razón papá se había
llevado a los chicos para veranear con los tíos, gracias a ellos Morgana pudo
ser secuestrada sin problemas.
En
Rusia, en verano no anochece, así que en lugar de esperar a que se haga la
noche que es lo que cualquier españolito espera, pues no, permanece en un
atardecer perpetuo. Laurita había perdido la noción del tiempo por completo
pues en Japón había un horario, en Rusia otro y ya se habían sucedido bastantes
horas en aquel lugar al que habían sido llevados en el siniestro bus amarillo.
La sensación de no saber qué hora es, ni cuánto tiempo está pasando porque
vienes de un lugar en el que hay una hora y llegas a otro en el que hay otra,
es bastante surrealista, ¡vamos, que no es para recomendar a nadie! Laurita
siempre decía que prefería mil veces España con las luces apagadas que
cualquier país con las luces encendidas. De pronto le entró la vena unamuniana
—debe ser por lo de la procedencia— y pensó que, en efecto, como decía don
Miguel, Dios tenía que ser a la fuerza español. ¡Era obvio que necesitaba
volver a su casa! Su casa era cualquier lugar del territorio, unos pescaítos en
Cádiz, unas alubias en Asturias, unos mejillones con su amiga (Eva) en Vigo,
unas cañas en los madriles, con su amigo Pepet el del periódico por las
Ramblas, no hace falta decir que estaba agobiada.
El
lugar no era un hotel, qué va, bloques de apartamentos grises como de barrio,
como todo lo del Este, bastante feo, plagado de militares que controlaban la
situación. Les habían mostrado una habitación más bien cutre, de colcha con
rombos desteñida, dos camas y cuatro miembros para habitar las dos camas.
Plagado de cucas sí estaba todo, pero bueno eso no importaba mucho porque
siempre piensas en que cuando hace calor, estas cosas son normales ¡Esto, pues,
es normal! Morgana pensó “¡Cómo no nos lo juguemos al mus!”. “Cuatro para dos
camas... lo veo mal, ¡mejor lo de piedra, papel o tijera!.. Patrick jugaba a
eso con los chicos”. Morgana siempre pensaba chorradas en los momentos más
trágicos, también se le ocurrían cancioncillas odiosas de esas que
habitualmente dan ganas de matar como ¡Colegiala, colegiala! o
cualquiera de Georgie Dann, ciudadano al que medio mundo tararea en situación
desesperada y el otro medio le quiere matar. Es así, en situación de pasarla
putas o llamas a una puta, Evaaaa, eso el que tiene la suerte de tener una
amiga del gremio, pero desde luego no tarareas el primer acto o el final de La
Traviata, no, no sé por qué, pero no es así, siempre es una canción
machacona y absurda. “¡Joder, joder, joder!” se decía Morgana que salió a
sentarse en unos escalones que daban acceso a los bloques de confinamiento
donde habían sido llevadas todas las personas. “¿Pero qué hacemos aquí?”
“Estoy nerviosa, quiero comer con papá y los niños...” “Voy a respirar... sí,
lo mejor es respirar... No, mejor rezo, bueno, en realidad estoy en paz, así
que me puedo morir...” “No, no, que no quiero que me duela nada...” El corazón
latía con fuerza.
Lo
curioso para Morgana fue ver, sin entenderlo, que en realidad estaban pocos de
los de su vuelo, por no decir ninguno, sólo un japo, el resto eran iraníes,
kurdos y demás; la mayoría hablaban árabe y dialectos raros, ¡la jodímos!, se
había dicho Laurita. Se acercó a intentar hablar con el japo. ¡Albricias!, éste
era un japo que hablaba portugués, según se explicó en un portugués casi
intraducible se dirigía a Lisboa a una clínica de acupuntura. Los japos para
esto eran bárbaros. Como con los masajes dados por ciegos, en Japón todavía
existe esta tradición ancestral, amén de otras; es una profesión que siempre ha
sido ejercida en este país por estos invidentes, pues su extraordinaria
sensibilidad les procura un don especial, una tradición como digo milenaria.
Bien,
pues bajo la atenta mirada de los militares rusos que no paraban de apuntar con
sus fusiles, el japo, paticorto como casi todos los japos, se dispuso a dar un
masaje en el largo cuello de Morgana, un cuello a todas luces de pato mareado
más que de cisne. De nuevo una situación surrealista en un momento
tremendamente trágico, criminal se diría. El japo parlador, de portugués
tampoco entendía nada, pero estaba todavía más nervioso que Morgana, la cuál
tarareaba todavía más cancioncillas deleznables e histéricas, esta vez
pasodobles, España cañí y eso.
El
bosque enfrente del bloque de pisos, Morgana ni se molestó en entrar a la
habitación a acostarse, lo que menos tenía era sueño, y le dolía la cadera pues
una soldado la había propinado un buen empellón con un rifle que le había hecho
polvo, ¡cómo para dormirse! Además, observaba que el bus amarillo seguía allí.
“¡A lo mejor tienen pensado poner un horario de salidas como en las agencias de
viajes!”, pensó con cierto infantilismo. Ante las miradas de todos Morgana
permanecía sentada en los escalones de los bloques, su larga melena recogida en
un moñete, el japo acariciando su cuello de jirafa y dándole esos crujidos
horribles que te enderezan la columna y te quedas nuevo... Y el militar que no
abandonaba la plaza y que ya se estaba cabreando de tanto sobe de cuello. Como
todos los militares, imaginaba una conspiración.
De pronto, Morgana tuvo lo que ella pensó que sería una buena
idea, y es que aún sin saber por qué habían sido llevados allí, sin saber si
era una simple escala de un avión que se retrasa y que llevan a unos pocos de
cada uno de los diversos pasajes o que los reparten o qué sé yo, porque de su
avión sólo estaba el japo masajeador; bueno, en el caso de que el pasaje fuera
llevado a un lugar en espera del próximo vuelo a Madrid, o si en realidad,
además de todo esto sucede algo extra, que nadie explica porque nadie habla
inglés. Tuvo una idea. ¡Nadie me va a creer en España cuando lo cuente! Sólo la
gente que viaja sabe que éstas y otras muchas cosas raras pueden pasar, en
realidad uno vive desprotegido a expensas de cualquier barbaridad. Tuvo una
idea, pero sintió pánico. Pensó en sus chicos y en papá y la angustia de no
volverlos a ver... Un poco más y le produce una angina de pecho. Armada de
valor, como siempre, se acordó de Huidobro y de que había sido corresponsal de
guerra, esto puede que le salvara la vida. Y se sintió afortunada por saber
tantas cosas y por poder tener el valor de la transformación, de poder meterse
en los zapatos de alguien a quien ha conocido en los libros, o que quizás ya lo
conocía. Morgana se concentraba.
Recordó
que se habían quedado el pasaporte, pero en la faltriquera, junto a los yenes
conservaba dos carnets importantes que a un ruso absurdo le podrían
impresionar, uno era el del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones
Científicas) y otro el de Press, que había conseguido en unas colaboraciones en
el Washington Post.
Morgana
realizaba buenas entrevistas a personajes importantes que luego vendía como free
lance. ¡Aquellas entrevistas realizadas a los académicos de la lengua!
Gracias a su amigo Ricardito Barbás conservaba aquel carnet de periodista que
naturalmente nunca había utilizado para nada, pero en esta ocasión le podría
salvar la vida. Fugazmente recordó el rostro, la expresión del académico cuando
Morgana le preguntó si pensaban sentar algún día en algún sillón de la Academia
a algún corresponsal de guerra, como Vicente Huidobro, y recordó las diferentes
posiciones académicas, las diferentes ideologías... y qué haría realmente un
corresponsal de guerra en la Real Academia Española. ¡Que queremos estar a
todo! No todos son Vicente Huidobro, pero en fin nada como inventar la realidad
para que ésta suceda ¿verdad? Pensó Morgana en una mezcolanza de imágenes
atormentadas, rápidas, vite, vite, que solamente el objetivo de una
cámara de cine describiría con la misma exactitud que el recorrido de un canard
francés en un estanque. No hay como inventar la realidad para que ésta se
produzca, otra vez lo repito. Su cabeza era un hervidero con músicas absurdas y
ruidos de lavaplatos, esto le sucedía cuando le asomaba la cefalea, que eran
veinte días al mes.
Con
seguridad un corresponsal de guerra podría ser en todo muy creativo y tener una
fantástica imaginación romancesca, pero de ahí a hacer algo por la lengua
española. Para eso ya están los que son del oficio, los expertos, los que han
estudiado para ello, a cada cuál que Dios ponga en su lugar que de nuevo
estamos frente al intrusismo; en fin, lo que estaba claro es que un
corresponsal podía vivir y observar una batalla, sobre todo en un mundo de
intrusos. Lo que no hay derecho es que haya hispanistas y otros eruditos de la
lingüística y la literatura española allende las fronteras esperando que alguna
vez se les reconozca su esforzado trabajo, y al propio tiempo las academias, además,
incluyan a una diversidad de mangantes del arte de última hora en el lugar de a
aquellos. La vida es así, y o vives todo el día emputado o te empiezas a
relajar y ese es el punto donde ya todo da igual, y es donde en medio de la
mediocridad puedes aceptar y ser testigo de cualquier cosa que, tranquilo, tu
ética ya no va a protestar: es el absentismo social al que llega el pensamiento
y lo que es peor, llega el propio ser humano como tal consecuencia.
En
efecto, el militar leyó el enunciado de Press y palideció, salió
corriendo a hablar por teléfono y al instante llegó un vehículo militar que se
llevó a Morgana de nuevo a Moscú. Matarme no me van a matar se decía Morgana,
así que oraba y estaba dentro de lo que cabe tranquila, si no fuera por las cancioncillas
asquerosas. “¡Por qué me traicionan los nervios en esto!”, se decía.
Al fin fue llevada a hablar en inglés con lo que debía ser un alto cargo. No
entendía muy bien qué pasaba, pero pudo entender que la situación era trágica,
que había revueltas civiles y que por encima de todo les interesaba dar una
buena imagen de cara al exterior. Algunos militares pensaban secuestrar algún
avión, tener rehenes, pero querían gente europea y no árabes. Estaban contentos
de haberla encontrado. “¡Vaya por Dios!”, pensaba Morgana. Habida cuenta de sus
posibilidades como corresponsal y como había revueltas en la zona sur su
cometido estaba claro, tendría que ir ella en el Transiberiano a cubrir ese
recorrido para publicar toda la situación. “¡Qué!” Ella explicó que tenía
familia, unos niños, un padre... que sería imposible... Los militares
demostraron su situación de tensión absoluta. Morgana pidió llamar por
teléfono. Habló entre lágrimas con papá y los chicos. Quizás estaba de Dios que
ella tenía que hacer eso, serían unos quince días, los chicos estaban en la
playa... Pero ¿y ella, cuándo descansaría? “¿Y mis cosas?” Otro alto cargo,
también rubio con entradas como todos los militares rusos, le explicó que la
situación era enormemente complicada, que había rehenes, que la única
periodista europea de que disponían en ese momento era ella. Tenía que cubrir
ese reportaje, traer novedades, lo debía al pueblo ruso, le dijeron. Morgana
pensó ¡qué cojones (otra vez) debo yo al pueblo ruso! ¡Me cago en la leche! (de
nuevo.)
—Por
favor —dijo—, que al menos me faciliten la maletita pequeña.
Quería
bañarse, perfumarse, no sabía qué hora ni qué día era. Iré en el Transiberiano,
seré como Huidobro se decía. Sólo que a mí la vida me cuesta mucho, yo no soy
rica como el poeta chileno. Se sentía muy desgraciada. ¡Cuánta podredumbre
humana! ¡Que me mandan a Siberia! ¡Nadie me va a creer, en España nadie se cree
nada! Lo inverosímil de la vida surge cuando te enfrentas a vivirla.
Afortunadamente no tendría que llegar hasta Vladivostok, pues quizá en otra
circunstancia y quizá en otra compañía sin duda no le hubiera importado nada en
absoluto, pero así, como corresponsal de guerrilla, dos años en Japón sin
volver a España, y de vuelta a tu país, verse en ese fregao... pues no le hacía
mucha ilusión. Se acordaba de Patrick, no sabía por qué pero se acordaba de él,
pensaba mucho en él, no se le iba de la mente. ¿Qué estaría haciendo?
Preparando algún concierto, o quizá enamoriscado de alguna periquita, pensaba
ella; cómo le gustaría en ese momento escuchar su violín o poder tocar con él
algo al piano, un rato de calma cómo se agradece en los momentos de zozobra, un
café en el Gijón, o ver la tele con los niños tomando palomitas... En realidad
Morgana se puso triste, porque hacía tiempo que no cumplía con esas cosas como
todas las madres, trabajaba demasiado. Morgana era una máquina de trabajar en
una profesión de pesetilla, pero al menos trabajaba en lo que le gustaba que no
es poco. (con esto se autoconsolaba.)
Le
asaltaban miles de ideas, todas rápidas, y se enganchaban literalmente en su
estómago, de pronto sentía lástima de sí misma, ahora se compadecía, se quería
mucho y se quería abrazar, quería llorar, reír por esta viva; al mismo tiempo
sabía que probablemente cuando se muriera en algún lugar le darían muchos
premios, porque si no... no merecía la pena vivir... esa era aún su mentalidad
infantil y femenil que tanto le achacaba Patrick, el amigo que tan pronto y tan
bien la conocía ya.
Morgana
tenía fe en si misma... y se hacía muy pequeñita resumiendo los grandes
conflictos de la Humanidad a la nada, como sucede cuando te vas a morir, que
son muy pocas cosas las que realmente te llegan a importar, son momentos donde
todo pierde la jerarquía que de forma habitual le inculcamos, como a los
objetos, a acontecimientos o a personas, a frases, a canciones, a casas... a
cosas y también a los quesos. Morgana practicaba la prière como dicen
los franchutes, lo que a Patrick, agnóstico desde antes de nacer, le enternecía
enormemente verla en esa devoción. Ahora Morgana oraba y siempre conseguía
encontrar después de una tormenta, la paz. En fin, con lágrimas en los ojos
ocupó su vagón en el tren más largo de la historia dispuesta a cubrir un buen
reportaje y salir del aquel atolladero lo más airosa posible para volver a casa
pronto.
¡Quería
estar con los niños, quería besos de “babutis” y hacer sopa! El Oriente es
rojo, y de los 9.289 km
que abarca, 1.777 a
lo largo de Europa y 7.512 en Asia, Morgana no tendría que recorrer todos, por
fortuna, el conflicto se encontraba en un pueblo muy cerca de Omsk. Su artículo
habló de la magnificencia del imperio ruso desde siempre, del tesón, una
semblanza al transporte, de los trayectos de Miguel Strogoff, tierras de
epopeyas fascinantes, en fin no iba a hablar de los miles de hombres que
perecieron para poder hacer esas obras empeñadas en ser realizadas a
machamartillo. Al fin, la revuelta como siempre sólo eran unos cuantos
campesinos que se oponían al cambio, como siempre temerosos de ver sus vidas
expuestas por la historia al hambre y la miseria. ¿Sería un sueño? El tren
era... el silbido de las conciencias humanas, ese ruido que atormenta a los que
yacen creyendo que todo está bien al entregarnos a las manos del éxito, esa
corrupción metálica y material por la que todos luchan para nada, porque todos
llegamos al mismo lugar sin apenas saberlo, eludiéndolo. Había regalado su
chaqueta de cuero de Guignard francesa por algo para beber caliente,
admiraba la fortaleza de las mujeres rusas, se impregnaba de ellas, se
mimetizaba en un fabuloso complot de género.
Entre
las sombras del tren pasó más que miedo incertidumbre que es el hermano menor
del desequilibrio, cuerpos reclinados entre amargas sombras que imploran piedad
de humanidad, soledad infinita y machacona que penetra en nuestro corazón con
una inquietud muy grande, con un papel que desempeñar casi impropio cuando Ella
se había repetido mil veces que no tenía ninguna vocación de corresponsal, ni
de contar lo que uno ve, ni lo que le dicen, ni nada. Porque contar lo que se
ve es imposible, siempre estará tamizado por el filtro de nuestro espíritu, de
nuestra sensibilidad o incluso de nuestra moralidad falsa o postiza, ética o
aprehendida, eso da igual, es un escollo que solventar: nosotros mismos y nuestra
percepción de las cosas es la que nos lleva a veces a anhelar la muerte. Otros
perciben las cosas de forma distinta, no tienen conciencia y por eso pueden ser
felices, si quieres contar lo que en verdad ve y percibe tanto tu corazón como
tu mente, entonces no puedes nada. Pero la vida también en ocasiones es la que
nos pone una vocación no deseada, como con los hijos, sucede igual porque es el
mismo proceso. Compró unas papas calientes a unas mujeres rusas, allí donde te
venden de todo, una lámpara, bayas de los bosques vecinos, zapatos o unos
bollitos raros, ¡qué extraño se siente uno entre tanta gente tan ajena! Rostros
extraños y desconocidos, niños con hambre nerviosos y otros iraquíes, todos
mutilados, ¡pobrecitos! Con brazos y piernas postizos de plástico, destrozadas
sus vidas por las guerras, viajando de un lugar a otro ¡sólo sabe Dios para
qué! Ingieren bebidas extrañas que parecen de cola, pero que están calientes,
como el agua, ahora que tanto calor hace y este tren que recuerda constantemente
aquellas aldeas que han vivido del trueque durante años, del ostracismo en el
que en realidad vivimos todos instalados, por lo menos Yo. De pronto Morgana
vio en el Transiberiano que viajaban todos los de su mundo, contemplaba con
fascinación todas las épocas, miles de personajes, el mundo entero, sin duda la
vida completa, su vida estaba allí y la mayor desolación era que ninguno la
quería mirar, era como si les hubiera traicionado a todos. El mundo de la
ficción —de los lectores, se entiende— y el de la realidad —que es el mío— se
estaban dando la mano y Morgana no sabía bien en qué momento estaba, pero todos
comenzaron a mirarla culpándola de traición, eran ojos de llanto, lágrimas de
hambre y desesperación. Hombres con manos inservibles para la música o para las
caricias porque tienen frío y pañuelos. Muchos pañuelos, cabezas cubiertas por
telas para llegar a criaturas infantiles que gritan al unísono de dolor como
los chirridos del tren. Morgana se había desmayado.
Desde que se fue, triste vivo yo.
Estas eran las palabras que recordaba Patrick en cuanto se enteró de la
noticia. Papá amenazaba con comerse una mayonesa caducada y seguía con la
obsesión de pensar que todos los de la televisión le miraban, le acuciaban,
querían saber de su vida... “¡Schuusss... que nadie se entere de que estoy
aquí!” “Vale, papi, no te preocupes, por mí, no te preocupes, que yo no te digo
nada”. Llegó más tarde de lo previsto, y con la familia algo trastornada por su
ausencia, pero llegó, Ella algo tocada del ala, pero todo se lo quedaba para
sí, como en las obras de teatro. Morgana firmaba sus artículos bajo el
seudónimo de La dama duende, porque le daba la gana, porque no tenía
ninguna vanidad, porque no quería figurar en ningún lugar del mundo, por muy
mundial que éste fuera, y porque estaba lleno de tristes que tristeaban y eso
era muy lamentable, tristes a quienes se les caía mucho la caspa, caspa
eternal, una caspa de la que cae hasta por los ojos, esos que se arrastraban
por la vida, porque la vida por ellos no hacía nada, en realidad. Morgana
admiraba a aquellos que eran dignos de admirar... la soulité. Nadie me
quiere, había llegado a esa conclusión, probablemente Siberia te propicie eso,
como el desierto, son lugares que te dan verdad, como Patrick. Morgana llegó a
esa conclusión como cualquiera que llega a poco que analice su vida, su entorno
y sus circunstancias, quizás no se tenga uno que ir a Siberia, ni al desierto,
porque el amor es ocasional, es una célula que se mueve en función de lo
ocasional y siempre va a provocar una perplejidad en el hombre-mujer digna de
ser detenidamente analizada. Aquello que en un principio le producía un enorme
quebrantamiento de su sistema nervioso, después fue convirtiéndose en un
compañero de juergas, casi un hermano de diálogos y de monólogos. Porque en
realidad, para Morgana, es decir, Yo, primera persona del singular que a veces
gusta hablar de sí misma como si se viera desde fuera, gustaba detenerse ante
sí misma y su entorno, como si se enfrentase al contexto literario de siempre,
en realidad a su mundo de procedencia.
—¿Mis hijos me
quieren porque sí?
—Sí, tus hijos te
quieren por que se lo han dicho, han llegado al mundo, han visto a su madre o
más bien les han dicho que esa era su madre y se ha terminado el ciclo.
—Eso es, mis hijos
me quieren porque por principio ético me van a querer y me lo perdonan todo.
Esa era la sensación amorosa que tenía Morgana con respecto a la relación
madre-hijo, exactamente esa, la del amor puro que acepta sin remilgos cualquier
posibilidad, cualquier situación, pero sólo hasta un momento, hasta en el día
del adiós, ese día en que no eres tan imprescindible. Si acaso ese amor filial
era el que más le había enriquecido en su momento tierno de primera infancia,
era el que más le había llenado a pesar de que fueron años de absoluta entrega,
un matadero interminable, un vivir en lo cotidiano más allá de lo razonable
porque precisamente la cotidianeidad era lo que le había puesto los pies en la
tierra, a Ella, a una aventurera a la que la aventura vino siempre a llamar a
su puerta. Luego, con los años, el amor llevado todavía más a la práctica de lo
diario, le hizo desconfiar en buen grado de sus posibilidades emocionales, en
tanto en cuanto éstas no le dejaban margen de supervivencia, tal vez por creerlas
irreales o pertenecientes al mundo de lo circunstancial. Las malditas
circunstancias, esas que envilecen a todos y que todos nos agarramos a ellas
para intentar así descargar nuestra conciencia, esa que no nos deja ni dormir
cuando nos ponemos a analizar los porqués de nuestra vida, nuestro núcleo de
acción, el contexto histórico, los otros personajes y su mundo..., en fin,
cuando nos analizamos como eso, como lo que somos: personajes de un mundo
ficticio que algún día tornaremos en desaparecer. Con uñas y dientes nos
aferramos a una inmortalidad inexistente más allá de las fronteras de lo
cognitivo y sufrimos al saber que en vida, que en este ente que llaman Tierra,
un día desapareceremos y ya no nos van a leer más. Ya nunca nos darán vida.
Estas cosas rondaban por la mente de Morgana cuando cayó en la cuenta
—rompiendo su mundo de sueños y realidades— de que no había preparado la cena,
y los chicos llegarían de un momento a otro, probablemente con bastante hambre,
como de costumbre. Sólo hacía un mes que había regresado de su experiencia
rusa, el reportaje fue publicado con éxito y bien pagado, las cuestiones
políticas solucionadas por mediación de la embajada, pero a Morgana le duraron
los nervios una temporadilla, aún estuvo un tiempo sin subir a un tren. Pero la
vida no te deja tiempo para lamentos ni depresiones. A eso se refería Morgana
cuando decía que los hijos te ponen los pies en la tierra, a que sin lugar a
dudas rompes continuamente tu condición de ser especial, de ente elegido, inmortal,
para ponerte a cocinar o a limpiar el inodoro. La vida era así y con esas
premisas había que aceptarla si lo que se quiere es estar en ella. Por cierto
que según limpiaba el inodoro se acordaba de Rabelais, ¿Por qué? Porque sí,
porque sucede que cuando has llevado a tu vida determinados mensajes y los has
incluido en ella y en tu mente como algo natural, entonces fluirán como algo
natural en el momento más insospechado, con las cacas, o con los militares. He
aquí la aventura de lo surrealista. Rabelais, Rabelais, insigne poeta ¿por qué
no te vas a pasar vientos y me dejas en paz en esto tan asquerosamente
cotidiano y mediocre como es limpiar el inodoro? ¿Por qué apareces ahora? De
nuevo lo sublime en combate con lo terrenal, esa era la lucha encarnizada que
había que sufrir de por vida. La cancioncilla asquerosa que fluye por la mente
en el momento que más requerimos del recogimiento, tal vez sea una forma de
escape, lo bello y lo terrorífico, no lo sé.
Eso
le sucedía a Morgana en los entierros. Lo cierto era que su presencia en este
tipo de actos sociales era sin duda una prueba extraordinaria de tenacidad y de
autocontrol. ¡Qué iba a hacer! Cada quién ve la tragedia cómo y dónde quiere,
el hombre frente al dolor en su más alto grado de sensibilidad que permanece
inalterable en esta relación tan antigua como lo es el propio nacimiento del
hombre que no es otra cosa que El nacimiento de la tragedia, ¿de dónde
proviene se pregunta Nietzsche? Es obvio que lo trágico no se puede separar del
arte, de ahí la procedencia y desarrollo de mi vida. Qué desgracia tan grande
el tener un nombre para los sentimientos, de esto ya tomará cuenta el lector en
sus ratos, qué molesto llega a ser el Diccionario con esa manía de darle
un lugar a cada cosa, como si todo se tuviera o tuviese que explicar y
encasillar.
Llegar
al cementerio y temblar de emoción era todo uno, una risa nerviosa comenzaba a
invadir su cuerpo desde el momento que se acercaba a cualquier situación de las
del adiós, como Ella decía. En realidad, probablemente por su carácter puro de
personaje, por ya estar de antemano hecho o por conocer de sobra su
procedencia, y probablemente su destino, estaba enormemente acostumbrada a esto
del adiós, como los niños, aunque en ocasiones como es lógico, estos golpes
resultaran tan duros para Ella como para cualquiera. La muerte estaba siempre
ahí, y lo que a Morgana le preocupaba más que nada en realidad eran las
reacciones, es decir el estudio de las emociones que el núcleo de la acción —es
decir, la muerte— genera en los otros.
Por
eso, le producían risa las palabras clásicas de siempre en mujeres de luto de
siempre, plañideras que cambiaban el tono de voz como la mejor de las actrices,
pero claro, es que es así. Las repetidas frases "ya se ha ido",
"nos ha dejado solos", "qué carita se le ha quedado",
"era tan bueno" —esa era la peor—, "qué bueno era" le
producían a Morgana un estado extraño de piedad y cachondeo, de no creerse nada
del sufrimiento ajeno, del grito ajeno, del llanto ajeno. Los entierros están
muy bien, porque es lo que hay que hacer sobre todo cuando estás en edad de
morir, es decir, sobre todo cuando la muerte es a una edad natural. Entonces,
el dolor, es otro, es un dolor de comprensión, de aceptación y nada más. Los caretos
que por lo demás tenía que contemplar Ella cada vez que asistía a un velatorio,
funeral o misa de difuntos católicos, era la verdadera contemplación y
ratificación de que en realidad nadie tiene fe, ni siquiera la tienen los
sacerdotes. ¿O acaso ellos confiesan con naturalidad su procedencia escénica?
Pues no, ni siquiera la tienen clara; ellos son distintos, no pertenecen al
mundo de las pasiones, por lo tanto no lo tienen claro, no son como el
resto de los humanos, por lo tanto no son como Jesús, que se hizo humano, ese
al que tanto profesan, y que no han caído en la cuenta de que su humildad es
para todos, aun más hoy, todavía inalcanzable.
Lo
más importante, lo fundamental del arte teatral es la interpretación, también
cuando muestra lo cotidiano en escena, el teatro reconstruye los fragmentos por
sus propios procedimientos teniendo por divisa la interpretación. Mostrar
la vida en escena significa así interpretar esa vida desde entonces, lo
serio se vuelve divertido y lo divertido sin duda torna en tragedia. Cuando
vayamos de retorno al mundo de los personajes... pues se acabó. Desde las Coplas
a la muerte de mi padre, de Jorge Manrique —una huella muy clara de la
concienciación de mundos ficticios— hasta hoy no paramos de darle vueltas
al mundo de los muertos, al paso del tiempo. La imaginación es así, nos
imaginamos muertos, imaginamos nuestro funeral, cómo tienen que compatibilizar
los personajes para sobrevivir entre el mundo de lo cotidiano y de lo sublime,
en superar la carrera emocional de las frases hechas de los entierros: "te
acompaño en el sentimiento" golpes en la espalda, palmaditas en las manos,
miradas cómplices, rostros abrumados y sin que nadie diga, por ejemplo,
"pero qué a gusto te has quedado, hija mía", que es en realidad lo que
uno piensa. No es irreverencia, es saber estar cuando las circunstancias tornan
así. A Morgana le daban risa los entierros y no lo podía remediar, congeniar
los dos mundos era muy complicado, precisamente por lo de las relaciones de la
vida y el teatro; para Morgana, los entierros debían ser mucho más íntimos y
más largos, de otra manera, un entierro de introversión de dolor infinito por
un adiós momentáneo, puntual hacia aquellos seres que queremos, o que pensamos
que nos son imprescindibles, aunque después se comprueba que no es así, porque
lo aguantamos todo. Pocos son los que se han muerto de dolor por la muerte, por
lo tanto es algo a lo que se supone que debemos sobrevivir. Ahora bien, ¿y los
demás? ¿Quién me llorará todos los días? ¿Quién me necesitará de verdad y se
dejará de parafernalia de enterrador profesional? ¿Por eso pienso que no me
quiere nadie...? ¿Porque no suena el teléfono? O acaso la huella universal,
eterna que tú quieres dejar en el resto de los demás debe trascender un poco
más el alma humana, el diálogo de lo previsible hacia lo imprevisible que
supone una vida en la que alguien que amamos no está. Entonces, para eso no
hace falta que se mueran de verdad, nosotros podemos asesinarlos alegremente o
hacer que alguien permanezca vivo en nosotros para siempre.
Morgana
había soñado muchas veces con la profesión de enterrador, o el regentar una
funeraria, pues a todas luces los espectáculos diarios debían de ser dignos de
ver, de considerar o de escribir en la memoria.
—Pero eso ya lo habías
hecho bonita.
Ya habías dado por
verdaderamente muerto al que fue padre tus hijos, bueno al que engendró a tus
hijos. Unos mueren de verdad para nosotros aun estando vivos, y otros aun
muriéndose permanecen en nuestras vidas día a día, en lo cotidiano y en lo
sublime, como los versos, como los poetas, como aquellos a los que amamos de
verdad que se mantienen en lo infinito de nuestra memoria para siempre y salen
y entran de continuo, aunque para sobrevivir a su muerte casi hayamos tenido
que dejar la nuestra. Y volviendo a la solitude se decía Morgana, amar,
amar, llamar o no llamar, en realidad, ¿qué es necesitar a alguien? ¿Es eso
amarla? ¿O amar es recordar? Lo que amo de infinito es irrenunciable de por
vida, y Patrick a lo mejor comenzaba a entrar en ese escaso círculo de finitos
e infinitos inmortales. Después de haber preparado la cena, probablemente arroz
basmati, con pollito y ensalada (la ensalada siempre presente como la
funeraria), después de haber hablado con sus hijos sobre arte, después de
hablar con Eva de asuntos de cultura, de haber repasado algunos temas
importantes para sus clases, de haber convivido... Morgana se preocupaba por su
inmortalidad y sobre todo por saber si sus hijos la olvidarían, a Ella que
estaba dando la vida literalmente por sacarlos adelante, por hacer de ellos
hombres de bien, hombres humanistas en el mejor y más grande sentido de la
palabra. Les había enseñado de todo, así debía ser, Morgana sentía que había
hecho bien su cometido, que había logrado dar y donar lo mejor de sí misma, de
todo lo que atesoraba en la vida, de su conocimiento, de su filosofía, en suma,
de todo su universo a aquellos que Ella proyectaba que serían dos hombres
hechos. Por eso se preocupaba por saber si aún tendría lugar, sin recordar que
su huella en ellos había sido implacablemente favorecedora. Había creado a dos
ángeles y ya podrían salir un día a volar sin ella por eso le temblaban las
piernas ante la incertidumbre de pensar que ya no tenía gran cosa que hacer
para ellos. “¡Ahora van y me entierran en vida que es lo peor!”, se decía.
(Después
de haberme comido una lata entera de almendras tostadas cualquiera puede
imaginarse cómo tengo el estómago.) Sigo. Los hijos vienen a tu biografía
alterando en verdad tu realidad y por esa razón no es reconocible en vida una
ruptura tan evidente con la realidad que uno ha construido de forma nueva e
inalterable. La pérdida de los hijos supone la antibiografía porque no son
seres que vayan y vuelvan como otras personas a las que podamos sacar de nuestra
vida. Los hijos cuando llegan se instalan en la vida y ésta ya no se concibe
igual si ellos, ya no están. Bueno, esas ideas se le pasaron de súbito,
naturalmente que tenía muchas cosas que hacer, uno tiene la edad de sus
proyectos, sólo es que había tenido un acceso de soledad, de inquietud ante el
abismo de estar sola, cansada, parecía que con los chicos había perdido la
costumbre... y ya era hora de volver a amar el retiro esencial que nos da la
soledad física y unitaria de creernos solos. ¿Qué huella haré sobre los demás,
tal vez Patrick sea un amigo eterno? Bueno voy a contar una cosa al lector que
yo en realidad no me invento nada en materia creativa, ni mucho menos, estas
cosas de la imaginación creadora y la tragedia ya le pasaban a Chejov que creo
que era alguien.
El
autor ruso en momentos nada divertidos tenía la costumbre de romper a reír
cuando escuchaba hablar a alguien, lógicamente modificando, reconstruyendo
mentalmente las situaciones en posibilidades humorísticas, dándole forma
artística. ¿Y qué culpa tenía él? A Igor Illinski, según cuenta Meyerhold, le
sucedía lo mismo, mal que a uno le pese, cuando en realidad no son nuestras
palabras ni nosotros las que les producen la risa, sino su propia imaginación.
Es cuestión del pensamiento del creador. No, si lo digo porque quizás poniendo
los ejemplos de estos rusos entre otros, pues a lo mejor me salvo de la quema
de brujas, y explicando el proceso me dejan en paz con eso de que estoy loca,
vale. Estas y otras chorradas remataban la noche, como un zapateado por
martinete, en la mente de Morganita que era obsesiva, cuando algo entraba en su
cabeza y no quería salir... Por cierto que el martinete es de los palos
flamencos más machacones que existen, se ejecuta sólo con percusión, sin
guitarra, idóneo para volverse majareta, pero eso sí, acompaña rítmicamente muy
bien cuando el sujeto se encuentra con una idea fija y repetitiva en la cama
sin saber qué hacer o cómo salir del atolladero, garantiza para el siguiente
día un dolor de cabeza extraordinario. Mañana será otro día, pues mañana
pensaré, Yo, que siempre estoy de entierro cuando no tengo una biblioteca a
mano. ¡Oh, no!
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