Hoy no puedo escribir pensaba con bastante razón,
simplemente continuaba en el horror de la solitude, en el horror del
vacío, ese que no la abandonaba, que no se despegaba de ella ni un solo
instante... Y a todo le ponían el nombre de la depresión, del estrés, voces que
definen estados anímicos, pero que son sólo palabras cuando no llegan a
conseguirlo, cuando en realidad no consiguen encasillar ni englobar a la
persona dentro de su circunstancia mortal, Morgana en aquellos días no podía
con la vida..., pero vamos eso es lo que le pasa a cualquiera, eso era la vida,
nos dicen a todos, precisamente tener que vérselas así de vez en cuando, a ver
quien ganaba, sólo que esta vez no lo podía resistir. Lo de menos era que le
doliera la espalda, los hombros, la cabeza, las lumbares, las piernas, los
pies, las manos... todo. Lo de menos es el dolor físico, el peor es el dolor
del alma, convertida ésta en pérdida ausente de su identidad. Cuando el alma
sufre, cuando lo hace la mente todos los dolores físicos son pocos para poder
aguantar el dolor de lo antinatural de la pérdida, del adiós anticipado a una
ley natural en la que por definición uno no pierde a sus hijos, sino al
contrario.
El hecho vital de enfrentar la vida con la desaparición
de tu madre ya es un hecho a todas luces suficientemente crucial como para
portar un estigma. Cualquiera puede adivinar las noches en blanco, las
pesadillas y las sombras que permanecen con la angustia existencial surgida
cuando no encuentras una explicación a la propia vida. Es la sensación de que
te vas a acostar y que cualquier día ya no te levantas. El que más o el que
menos lo ha sentido o lo sentirá porque hay ciertas cosas a las que nadie va a
escapar. Paula (mamá) la madre desaparecida, la madre soñada esa que siempre
permanece en tu memoria sin saberlo, y que en realidad, pasan los días y según
pasan éstos viven el sufrir que supone la ausencia. Cuanto más creces, más
consciente eres de lo que dejas, de lo que no has tenido, de lo que te queda.
Es el tiempo el que no cura, que deja huellas cada vez más hondas, más
extrañas. Con ella desaparecida, sin mamá, Morgana retornaba a la infancia en
episodios que no recordaba desde hacía tiempo y ahora estaba ahí como si fuera
ayer, porque cuando envejecemos damos un paso a la infancia y cuanto más cerca
estamos de la parca, más cercanos son los recuerdos, mucho más. Así tenía que
responder: mi madre... no sé dónde está, sé que está muerta pero no la he
podido enterrar. Y lo peor es que está muerta por causa de la ideología, por la
ausencia de libertad de tenerla, por tener criterio, en definitiva por pensar y
por pensar bien. Con su desaparición —y muerte evidente— mueren otros seres
más, porque la muerte es así, arrasa con todos y te quedas aquí obligado a
seguir, porque papá ya no recuperó jamás su vida, nunca lo pudo hacer, con
encontrar calma y paz, ya fue más que suficiente. Pero a los monstruos y a las
sombras también se acostumbra uno y Morgana se había acostumbrado y se
esforzaba por dar cobijo a su padre, un hombre que había perdido a su mujer y
con ella había perdido todo. La ilusión por la medicina, la ilusión por
existir, el sentido real de las cosas, el propósito y explicación de estar
aquí. Para papá, Paula mi madre, lo era todo, y ahora le quedaba una hija en
común, muy parecida a ella pero que no era ella, Paula no es Morgana. Yo
nunca podré darle la felicidad a mi padre, esa es una cruzada que a veces nos
imponemos con las personas que amamos, Yo, no puedo devolverle y darle nada a
nadie que no lo busque en sí mismo, por más espíritu evangélico que se pueda
tener. Por desgracia, cada uno tenemos que buscarnos un lugar para estar aquí y
otro para irnos, y eso hay que hacerlo uno solo, nadie nos lo puede dar.
Sonó el timbre: era Patrick. Tan pronto como se había
enterado por papá hizo sus maletas y se instaló en la casa de Morgana para
cuidar de Ella en la medida en la que eso fuera posible. Papá estaba
destrozado. Es verdad que con la edad los sufrimientos son muy diferentes, lo
es también el dolor de muelas, cuando eres mayor ya no te duele casi nada, pero
era muy difícil para papá asumir la muerte contranatural de unos niños, tampoco
podía soportar —eso era peor— el sufrimiento que sería para su hija. Los niños
de Morgana habían perecido en un accidente de autobús escolar, tenían las
manitas cogidas y apenas si tenían huellas de sangre. Habían muerto como dos
angelitos gemelos que agarrados a sus mascotas se despidieran de este malogrado
mundo para partir a otro mucho mejor, mucho más divertido. Cuando un padre o
una madre pierde a sus criaturas, el mundo pierde la luz, se queda a oscuras,
en tinieblas, se vuelve completamente del revés, es sin duda la ruptura
biográfica más terrible que uno debe asumir sin entrar en detalles ni en
porqués. La muerte llega a menudo comportándose como una intrusa; es una
enemiga que aparece súbitamente en medio del gran espectáculo de la vida,
apagando sus candilejas, disipando su alegría; visita a los ancianos que
caminan con paso inseguro; susurra a los oídos de los que apenas han alcanzado
la mitad de la jornada y, otras veces, las peores, acalla las alegres risas de
los niños. Ahora le sobraría mucho tiempo. “¿Qué hago con el tiempo?”, se
decía. “¿A quién tengo que bañar por la noche y le cuento las obsesiones de que
salen arañas por las orejas?”, decía a la atmósfera. “¿Dónde se escribe ese
suceso y cómo reconstruye uno la vida a partir de ahí?”. De nuevo el tiempo,
¿qué hago con él? El tiempo, es la medida de nuestra voluntad, unas veces,
otras, nos machaca, nos mata cuando estamos enfermos, cuando estamos en nuestra
plenitud laboral porque nos falta, y sobre todo cuando lo ocupan niños y éstos
desaparecen; el vacío es ya inexplicable, es una tortura que con dificultad el
ser humano puede resistir, es la auténtica muerte en la cruz, peor, se diría.
Patrick habló
con papá, prometió hacerse cargo absolutamente de todo; como dinero le sobraba,
compró el enorme piso de Cintrano (el casero de aflicción) y sus secuaces.
Patrick decía que el dinero servía para salvar, que así no tendrían que
preocuparse nunca más de ese asunto, que era un regalo para Morgana, que lo
pondría a su nombre y qué sé yo qué más cosas. Papá se sentía muy agradecido
por el gesto tan generoso del violinista, una cosa es que te sobre el dinero,
ya sabemos que Patrick tenía unos honorarios exclusivos como artista, pero...
otra cuestión es la generosidad... que la vida es muy larga, no sé las cosas
entre sollozos que le diría papá. Esta vez, mi viejo no sabía de donde sacar
fuerzas, ¡qué desesperadito se le veía, qué viejecito! Cuánto sufrimiento había
pasado en su vida, y ahora esto... ¡Cómo siente una además el sufrimiento de
los más queridos cuando es por nosotros! El dolor es siempre recíproco, como el
amor alegórico.
Morgana que siempre se preguntaba todo, en aquellos
momentos no se preguntó nada. Ni siquiera cómo había hecho Patrick para estar
allí con la cantidad de compromisos profesionales que tenía, hoy Roma, New
York, mañana Viena... así andaba gran parte del año, cosechando éxitos pero al
mismo tiempo estudiando, cuidándose, controlando las técnicas de relajación,
intentando componer. Ella nunca llegó a saber que el violinista suspendió por
aquel año todos sus compromisos, doce meses que fue el tiempo que se quedó
entre las paredes de Morgana, doce meses en los que Morgana más o menos tardó
en reaccionar, Patrick esperó ese tiempo para poder volver a dejarla sola y
regresar a sus ocupaciones. Él quería, necesitaba hacer algo por alguien,
necesitaba hacer algo por Morgana, habida cuenta que en Ella había encontrado
la luz de su camino, una luz que como una pelotita de hilos le seguía a todas
partes, siempre estaba con él, estuviera donde estuviese, Ella siempre
estaba y nunca pedía nada, por eso fue tan generoso y le regaló la casa que
nunca hubiera podido comprar. Supongo que la mayoría de los hombres y mujeres
si no les pides nada son de natural generoso.
Las pérdidas económicas de Patrick eran lo de menos, el
desconsuelo (que era mucho) de los directores musicales y de todos los que
giraban a sus alrededor también eran lo de menos, para él en esos momentos sólo
importaba Morgana, aunque probablemente nunca se había planteado hasta qué
punto alguien importa en nuestra vida. Su forma de reaccionar siempre había
sido así, por impulso, por pasión ante las cosas que le merecían la pena en la
vida porque para eso estaba en la tierra, para vivir, sólo que se hallaba
dominado por el trabajo; ahora tenía una regresión a sus impulsos jóvenes,
frescos, de una adolescencia trasnochada de una fuerza creadora virgen,
naturalista, germinal, quería atrapar en sus brazos a Morgana, hacerle mil
hijos ante la patética y dramática circunstancia de aquel momento en que su
vida se iba junto a la de los suyos. Patrick quería, necesitaba prolongar la
suya y la de Ella en otra nueva, salvarla... Abandonó todo por Ella, la amaba
como al mundo entero, como el creador, el Jehová cuando creó el mundo, quería
hacerla de nuevo porque se estaba muriendo... Morgana se moría. Entonces
Patrick se acostaba a su lado, la acariciaba, la miraba, la tomaba entre sus
manos y daba vida a aquel ser que había
sido picoteado por una manada de cuervos. En aquellos días la conoció, la
conoció un poco más, la amaba enormemente, como se ama a la vida que se va, y
no soportaba verla así, no podía ver al personaje que no quiere, que no puede
vivir cuando éste no soporta el dolor. Morgana intentaba resistir, pero en
verdad el dolor le superaba. Venían a su mente tantos tiempos, tantas horas
bañando niños, enseñándoles a leer, chillándoles, haciéndoles purés de
lentejas, vistiéndoles. Secuencias que dan forma pictórica, más bien
fotográfica, a los momentos de la existencia, como en las ediciones
cinematográficas que suceden las vidas rápidas en lo onírico, los pequeños
extractos de unas personas que ahora ya no existen. Ahora ya no tendría que
poner más jerseys, ni subir más calzoncillos a sus hijos, ni lavar más, ni
recogerle nada a nadie, ni pelos en el baño... Con probabilidad Morgana estaría
rozando los límites de la locura, con vaivenes de voces, de llantos, de risas,
de gorjeos infantiles, de chirridos de coches que no pueden frenar porque es la
muerte quien conduce. Morgana tenía la cabeza ocupada de personajes, que no
eran otros que sus hijos que recién había enterrado y en la tumba había
recitado por de dentro miles de poemas, y miles de versículos de las
Escrituras, esas a las que se agarraba en un grito despiadado, interno, en una
voz interna con Dios a quien le suplicaba ayuda y le demandaba explicaciones y
porqués del arrebato de sus hijos en lo mejor de la vida. La mente de Morgana
era un hervidero.
El funcionamiento de la memoria se le había trastocado
en distintas dimensiones, en la fijación de nuevos hechos, en la conservación
de los recuerdos y en la rememoración de los mismos. Morgana olvidaba lo vivido
momentos antes, intercalando el presente con el olvido del pasado una pérdida
progresiva de los recuerdos que llegaba hasta la infancia. Sufría así amnesia
de fijación y de conservación. Patrick había estado hablando con el Doctor
Santiago, el psiquiatra, con el fin de adecuar el tratamiento de Morgana, ambos
la veían seriamente en el final. La demencia puede evolucionar hacia la muerte
o estabilizarse en cualquier momento evolutivo, el que ocurra una u otra cosa
depende primordialmente de la naturaleza del proceso cerebral responsable y de
la orientación terapéutica seguida. La aplicación precocísima del tratamiento
correcto de Santiago consiguió detener su marcha progresiva y al confiar los
cuidados a Patrick, quien no se movía de su lado para nada, su recuperación
total. En todo caso, el doctor llegó incluso a pensar que probablemente quien
al final necesitaría ayuda sería Patrick, por la implicación tan fraternal, por
llamarlo de alguna manera, que estaba desarrollando con la amiga de ambos, Morgana
Méndez.
“¡Eso
no es del todo bueno!”, asintió Santiago, quien demostraba verdadera
preocupación por el estado crítico y de delirio de Morgana, a quien no había
más remedio que medicar fuertemente, sobre todo los primeros días. Era lógico.
A pesar de todo no estaba tan sola como ella pensaba: allí estaban Patrick y
Santiago... y Eva... y Papá. Era un duelo duro, a veces Patrick tampoco podía
soportarlo. Esta vez quiso hacer algo verdaderamente importante, Patrick en
parte, nunca había superado el conflicto con aquella María Mendoza, la
mexicana; los suicidios siempre se vuelven contra uno y más el de aquella
chica, por eso era razón más que sobrada para impedir que Morgana hiciera algo
semejante, Morgana no, su adorada Morgana no, entonces pensó que el mundo ya
sería muy raro, sería diferente sin Ella, fin del drama. Probablemente nunca
podría vivir de forma cotidiana con Morgana, porque eso daba al garete con las
mejores historias de amor... se cansaría. Él quería, necesitaba volar, pero... Morgana
siempre había estado ahí, era la Deméter de su vida, el lugar donde volver,
pero si se muriera... eso ya no lo podría aguantar: yo tampoco querría un mundo
raro que es un mundo sin ella, saber que existes. ¡Santo Dios, cómo nos
abriga la soledad el saber de la existencia del otro!
Un día, Patrick, al ver que Isabel,
la mujer de la limpieza no se atrevía a meterse, se dispuso a ordenar la mesa
de trabajo; la mujer le comentó que Morgana nunca permitía que le tocase la
mesa, lo cuál era lógico dado el carácter de su profesión, la literatura. Miles
de folios fotocopiados dispersos y de diversas características, seis o siete
libros abiertos en alguna página, castigados sin razón alguna boca abajo, nueve
bolígrafos bic azul, veinticinco lápices con goma, doce rotuladores de
los de subrayar, tres plumas, una pluma antigua de las de verdad, tinteros
varios, una edición de El Quijote, una edición de El Lazarillo de
Francisco Rico, una pirámide de exámenes de sintaxis, otra pirámide de exámenes
de gramática generativa, sobres azules a la derecha y blancos a la izquierda,
encontró carpetas de cartapacios, carpetas de sonetos de la
indigencia mental, donde halló aquel que Morgana escribió a uno de los
cuatro o cinco representantes o managers de Patrick, a aquel, el
engoladillo, el español Samuel Pérez Puppet, el que sujetaba las barras de los
bares con peluca, como decía Morgana, ¡qué buenos ratos habían pasado juntos, y
cuántas risas se pasaban!:
Absurdo paladín encorbatado
De importancia menor; sin bambalinas
Trasegador de pollos y gallinas
Bisoño traspuntín encorsetado.
Histrión de los artistas de la villa
Ladronzuelo de ferias y mercados
Babuino amasador de mantecados
Y pretendido Hedón de pacotilla.
Si tus arcas llenaste con el arte
Y abrigaste tu faz con rica estola
De los versos escritos de otra
tinta,
No ofrezcas tu talón por estandarte
No ocurra que por rara carambola
Te pongan faz y estola bien
distintas.
Sentía
de nuevo Patrick el terror de pensar si Morgana no volvería a ese estado de ser
que era, se preguntaba si ya no volvería a existir nunca más. ¡Qué pánico tan
grande! Morgana ya no levantaría cabeza: estaba intentando soportar los golpes
del odio del Dios de César Vallejo, esos que Abren zanjas oscuras en el
rostro más fiero y en el lomo más fuerte. Serán tal vez los potros de bárbaros
atilas; o los heraldos negros que nos manda la Muerte. Para Patrick todo
era música y aquellos confusos sentimientos eran más que elogios de la locura,
se forjaban en él igual que los avatares del Himno a la alegría en
Beethoven. Fue para el músico como la escritura de una sinfonía en re
menor, sinfonía que escribió durante el duelo con Morgana, al igual que a
Beethoven, a quien la Oda a la alegría le persiguió desde su etapa más
temprana de compositor, en Patrick la idea de la muerte y la inmortalidad
también se forjaba en él desde los tiempos bonaerenses. Patrick estaba
realmente preocupado, desesperado se diría de pensar si Morgana ya no volvería
a ser Morgana, y probablemente así sería, ya no habría más Réquiem. El
sobrevivir la muerte entraña por definición un juego nada fácil de asentir por
mucho que lo queramos demostrar, por mucho que se quiera verbalizar,
nominalizar, hacerlo sustantivo, muerte, o hacerlo verbo, morir, siempre
pasamos página a otro estado vivencial, nunca se permanece en el anterior, éste
muere y ya no tenemos retorno a aquel. Es lógico. En Chile, 1985, había sido el
año del Caso Degollados, hermanos de Paula Godoy, la madre de Morgana
desaparecida durante los primeros años del "gobierno" Pinochet,
catorce años después Morgana pierde a su hijos. Papá a duras penas sobrevivió a
aquello, si por sobrevivir se entiende la vida sin ellos, aquellos a los que
queremos, esos que se han llevado una parte importante de nuestro ser.
El noble caballero conquista a la noble
dama, estructura melódica en forma de lied, exponiendo el tema primero
en los instrumentos y después repetido por las voces, de nuevo expresando (en
alemán) la conquista de la felicidad en la ternura del amor conyugal o de la
fraternidad, exaltando la unión de la palabra y la música. Incluyó en la
composición una Misa en Re, donde, invadido por una melancolía que
rayaba el paroxismo, Patrick, con una visión bastante trágica del mundo, lo que
era algo lógico metido en aquellas circunstancias y su propio natural, decía
que al escucharlo "cada uno sentirá el estado de su alma pleno de luces y
de sombras". Patrick admiraba poderosamente a Beethoven, su música
y a la persona también; por cierto, que el genio alemán a menudo se lamentaba
de que no conseguía tocar bien el violín, sin embargo Patrick dominaba a la
perfección todo el difícil repertorio escrito por Beethoven para este
instrumento.
Tardó en salir de todo aquello, pero salió, gracias a
Patrick, papá y a Eva Ojeda también, aquella mujer se volcaba en atenciones con
Morgana, entre Patrick y ella le cepillaban la larga melena, la bañaban,
cocinaban, ordenaban la casa, Eva hacía todo aquello que no hacía Isabel (la de
la limpieza) que era casi todo; además, le compraba todos los días una flor, le
traía todos los perfumes de Guerlain, le frivolizaba los asuntos un poco
para ver si encontraba una sonrisa y todos los días a la hora que podía (las
horas de trabajo de Eva son raras) estaba con Morgana, aunque ésta no quisiera
hablar ni oír ni ver a nadie. Pero logró superar todo aquello y volver a sus
chicos de instituto y al sobresueldo de las entrevistas eventuales como free
lance. En parte, a medida que avanza la vida uno nunca vuelve ya a ser el
que era, es evidente. Si bien se mira, si nuestra alma queda, si parte de
nuestra esencia queda con aquellos que se van, una parte nuestra o una gran
parte de nosotros también se va, por eso somos como pequeños muertos, puede que
en nosotros se sucedan otras nuevas células que nos renuevan en cierto modo, no
lo sé. Eso decía papá. (A veces pienso que en donde todo termina, no queda
nada... Pero, si nada queda ya, me pregunto ¿es que acaso estoy muerta?.. ¿Y
cómo estarlo, sin estar aún sepultada? Si en vez de eso, me palpo y respiro, y
mis ojos y sentidos se estremecen a la vez... ¿Es que acaso esto es vida?).
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