lunes, 26 de febrero de 2018

De Morgana:Hay golpes en la vida. El odio de Dios





Hoy no puedo escribir pensaba con bastante razón, simplemente continuaba en el horror de la solitude, en el horror del vacío, ese que no la abandonaba, que no se despegaba de ella ni un solo instante... Y a todo le ponían el nombre de la depresión, del estrés, voces que definen estados anímicos, pero que son sólo palabras cuando no llegan a conseguirlo, cuando en realidad no consiguen encasillar ni englobar a la persona dentro de su circunstancia mortal, Morgana en aquellos días no podía con la vida..., pero vamos eso es lo que le pasa a cualquiera, eso era la vida, nos dicen a todos, precisamente tener que vérselas así de vez en cuando, a ver quien ganaba, sólo que esta vez no lo podía resistir. Lo de menos era que le doliera la espalda, los hombros, la cabeza, las lumbares, las piernas, los pies, las manos... todo. Lo de menos es el dolor físico, el peor es el dolor del alma, convertida ésta en pérdida ausente de su identidad. Cuando el alma sufre, cuando lo hace la mente todos los dolores físicos son pocos para poder aguantar el dolor de lo antinatural de la pérdida, del adiós anticipado a una ley natural en la que por definición uno no pierde a sus hijos, sino al contrario.
El hecho vital de enfrentar la vida con la desaparición de tu madre ya es un hecho a todas luces suficientemente crucial como para portar un estigma. Cualquiera puede adivinar las noches en blanco, las pesadillas y las sombras que permanecen con la angustia existencial surgida cuando no encuentras una explicación a la propia vida. Es la sensación de que te vas a acostar y que cualquier día ya no te levantas. El que más o el que menos lo ha sentido o lo sentirá porque hay ciertas cosas a las que nadie va a escapar. Paula (mamá) la madre desaparecida, la madre soñada esa que siempre permanece en tu memoria sin saberlo, y que en realidad, pasan los días y según pasan éstos viven el sufrir que supone la ausencia. Cuanto más creces, más consciente eres de lo que dejas, de lo que no has tenido, de lo que te queda. Es el tiempo el que no cura, que deja huellas cada vez más hondas, más extrañas. Con ella desaparecida, sin mamá, Morgana retornaba a la infancia en episodios que no recordaba desde hacía tiempo y ahora estaba ahí como si fuera ayer, porque cuando envejecemos damos un paso a la infancia y cuanto más cerca estamos de la parca, más cercanos son los recuerdos, mucho más. Así tenía que responder: mi madre... no sé dónde está, sé que está muerta pero no la he podido enterrar. Y lo peor es que está muerta por causa de la ideología, por la ausencia de libertad de tenerla, por tener criterio, en definitiva por pensar y por pensar bien. Con su desaparición —y muerte evidente— mueren otros seres más, porque la muerte es así, arrasa con todos y te quedas aquí obligado a seguir, porque papá ya no recuperó jamás su vida, nunca lo pudo hacer, con encontrar calma y paz, ya fue más que suficiente. Pero a los monstruos y a las sombras también se acostumbra uno y Morgana se había acostumbrado y se esforzaba por dar cobijo a su padre, un hombre que había perdido a su mujer y con ella había perdido todo. La ilusión por la medicina, la ilusión por existir, el sentido real de las cosas, el propósito y explicación de estar aquí. Para papá, Paula mi madre, lo era todo, y ahora le quedaba una hija en común, muy parecida a ella pero que no era ella, Paula no es Morgana. Yo nunca podré darle la felicidad a mi padre, esa es una cruzada que a veces nos imponemos con las personas que amamos, Yo, no puedo devolverle y darle nada a nadie que no lo busque en sí mismo, por más espíritu evangélico que se pueda tener. Por desgracia, cada uno tenemos que buscarnos un lugar para estar aquí y otro para irnos, y eso hay que hacerlo uno solo, nadie nos lo puede dar.
Sonó el timbre: era Patrick. Tan pronto como se había enterado por papá hizo sus maletas y se instaló en la casa de Morgana para cuidar de Ella en la medida en la que eso fuera posible. Papá estaba destrozado. Es verdad que con la edad los sufrimientos son muy diferentes, lo es también el dolor de muelas, cuando eres mayor ya no te duele casi nada, pero era muy difícil para papá asumir la muerte contranatural de unos niños, tampoco podía soportar —eso era peor— el sufrimiento que sería para su hija. Los niños de Morgana habían perecido en un accidente de autobús escolar, tenían las manitas cogidas y apenas si tenían huellas de sangre. Habían muerto como dos angelitos gemelos que agarrados a sus mascotas se despidieran de este malogrado mundo para partir a otro mucho mejor, mucho más divertido. Cuando un padre o una madre pierde a sus criaturas, el mundo pierde la luz, se queda a oscuras, en tinieblas, se vuelve completamente del revés, es sin duda la ruptura biográfica más terrible que uno debe asumir sin entrar en detalles ni en porqués. La muerte llega a menudo comportándose como una intrusa; es una enemiga que aparece súbitamente en medio del gran espectáculo de la vida, apagando sus candilejas, disipando su alegría; visita a los ancianos que caminan con paso inseguro; susurra a los oídos de los que apenas han alcanzado la mitad de la jornada y, otras veces, las peores, acalla las alegres risas de los niños. Ahora le sobraría mucho tiempo. “¿Qué hago con el tiempo?”, se decía. “¿A quién tengo que bañar por la noche y le cuento las obsesiones de que salen arañas por las orejas?”, decía a la atmósfera. “¿Dónde se escribe ese suceso y cómo reconstruye uno la vida a partir de ahí?”. De nuevo el tiempo, ¿qué hago con él? El tiempo, es la medida de nuestra voluntad, unas veces, otras, nos machaca, nos mata cuando estamos enfermos, cuando estamos en nuestra plenitud laboral porque nos falta, y sobre todo cuando lo ocupan niños y éstos desaparecen; el vacío es ya inexplicable, es una tortura que con dificultad el ser humano puede resistir, es la auténtica muerte en la cruz, peor, se diría.
  Patrick habló con papá, prometió hacerse cargo absolutamente de todo; como dinero le sobraba, compró el enorme piso de Cintrano (el casero de aflicción) y sus secuaces. Patrick decía que el dinero servía para salvar, que así no tendrían que preocuparse nunca más de ese asunto, que era un regalo para Morgana, que lo pondría a su nombre y qué sé yo qué más cosas. Papá se sentía muy agradecido por el gesto tan generoso del violinista, una cosa es que te sobre el dinero, ya sabemos que Patrick tenía unos honorarios exclusivos como artista, pero... otra cuestión es la generosidad... que la vida es muy larga, no sé las cosas entre sollozos que le diría papá. Esta vez, mi viejo no sabía de donde sacar fuerzas, ¡qué desesperadito se le veía, qué viejecito! Cuánto sufrimiento había pasado en su vida, y ahora esto... ¡Cómo siente una además el sufrimiento de los más queridos cuando es por nosotros! El dolor es siempre recíproco, como el amor alegórico.
Morgana que siempre se preguntaba todo, en aquellos momentos no se preguntó nada. Ni siquiera cómo había hecho Patrick para estar allí con la cantidad de compromisos profesionales que tenía, hoy Roma, New York, mañana Viena... así andaba gran parte del año, cosechando éxitos pero al mismo tiempo estudiando, cuidándose, controlando las técnicas de relajación, intentando componer. Ella nunca llegó a saber que el violinista suspendió por aquel año todos sus compromisos, doce meses que fue el tiempo que se quedó entre las paredes de Morgana, doce meses en los que Morgana más o menos tardó en reaccionar, Patrick esperó ese tiempo para poder volver a dejarla sola y regresar a sus ocupaciones. Él quería, necesitaba hacer algo por alguien, necesitaba hacer algo por Morgana, habida cuenta que en Ella había encontrado la luz de su camino, una luz que como una pelotita de hilos le seguía a todas partes, siempre estaba con él, estuviera donde estuviese, Ella siempre estaba y nunca pedía nada, por eso fue tan generoso y le regaló la casa que nunca hubiera podido comprar. Supongo que la mayoría de los hombres y mujeres si no les pides nada son de natural generoso.
Las pérdidas económicas de Patrick eran lo de menos, el desconsuelo (que era mucho) de los directores musicales y de todos los que giraban a sus alrededor también eran lo de menos, para él en esos momentos sólo importaba Morgana, aunque probablemente nunca se había planteado hasta qué punto alguien importa en nuestra vida. Su forma de reaccionar siempre había sido así, por impulso, por pasión ante las cosas que le merecían la pena en la vida porque para eso estaba en la tierra, para vivir, sólo que se hallaba dominado por el trabajo; ahora tenía una regresión a sus impulsos jóvenes, frescos, de una adolescencia trasnochada de una fuerza creadora virgen, naturalista, germinal, quería atrapar en sus brazos a Morgana, hacerle mil hijos ante la patética y dramática circunstancia de aquel momento en que su vida se iba junto a la de los suyos. Patrick quería, necesitaba prolongar la suya y la de Ella en otra nueva, salvarla... Abandonó todo por Ella, la amaba como al mundo entero, como el creador, el Jehová cuando creó el mundo, quería hacerla de nuevo porque se estaba muriendo... Morgana se moría. Entonces Patrick se acostaba a su lado, la acariciaba, la miraba, la tomaba entre sus manos y  daba vida a aquel ser que había sido picoteado por una manada de cuervos. En aquellos días la conoció, la conoció un poco más, la amaba enormemente, como se ama a la vida que se va, y no soportaba verla así, no podía ver al personaje que no quiere, que no puede vivir cuando éste no soporta el dolor. Morgana intentaba resistir, pero en verdad el dolor le superaba. Venían a su mente tantos tiempos, tantas horas bañando niños, enseñándoles a leer, chillándoles, haciéndoles purés de lentejas, vistiéndoles. Secuencias que dan forma pictórica, más bien fotográfica, a los momentos de la existencia, como en las ediciones cinematográficas que suceden las vidas rápidas en lo onírico, los pequeños extractos de unas personas que ahora ya no existen. Ahora ya no tendría que poner más jerseys, ni subir más calzoncillos a sus hijos, ni lavar más, ni recogerle nada a nadie, ni pelos en el baño... Con probabilidad Morgana estaría rozando los límites de la locura, con vaivenes de voces, de llantos, de risas, de gorjeos infantiles, de chirridos de coches que no pueden frenar porque es la muerte quien conduce. Morgana tenía la cabeza ocupada de personajes, que no eran otros que sus hijos que recién había enterrado y en la tumba había recitado por de dentro miles de poemas, y miles de versículos de las Escrituras, esas a las que se agarraba en un grito despiadado, interno, en una voz interna con Dios a quien le suplicaba ayuda y le demandaba explicaciones y porqués del arrebato de sus hijos en lo mejor de la vida. La mente de Morgana era un hervidero.
El funcionamiento de la memoria se le había trastocado en distintas dimensiones, en la fijación de nuevos hechos, en la conservación de los recuerdos y en la rememoración de los mismos. Morgana olvidaba lo vivido momentos antes, intercalando el presente con el olvido del pasado una pérdida progresiva de los recuerdos que llegaba hasta la infancia. Sufría así amnesia de fijación y de conservación. Patrick había estado hablando con el Doctor Santiago, el psiquiatra, con el fin de adecuar el tratamiento de Morgana, ambos la veían seriamente en el final. La demencia puede evolucionar hacia la muerte o estabilizarse en cualquier momento evolutivo, el que ocurra una u otra cosa depende primordialmente de la naturaleza del proceso cerebral responsable y de la orientación terapéutica seguida. La aplicación precocísima del tratamiento correcto de Santiago consiguió detener su marcha progresiva y al confiar los cuidados a Patrick, quien no se movía de su lado para nada, su recuperación total. En todo caso, el doctor llegó incluso a pensar que probablemente quien al final necesitaría ayuda sería Patrick, por la implicación tan fraternal, por llamarlo de alguna manera, que estaba desarrollando con la amiga de ambos, Morgana Méndez.
“¡Eso no es del todo bueno!”, asintió Santiago, quien demostraba verdadera preocupación por el estado crítico y de delirio de Morgana, a quien no había más remedio que medicar fuertemente, sobre todo los primeros días. Era lógico. A pesar de todo no estaba tan sola como ella pensaba: allí estaban Patrick y Santiago... y Eva... y Papá. Era un duelo duro, a veces Patrick tampoco podía soportarlo. Esta vez quiso hacer algo verdaderamente importante, Patrick en parte, nunca había superado el conflicto con aquella María Mendoza, la mexicana; los suicidios siempre se vuelven contra uno y más el de aquella chica, por eso era razón más que sobrada para impedir que Morgana hiciera algo semejante, Morgana no, su adorada Morgana no, entonces pensó que el mundo ya sería muy raro, sería diferente sin Ella, fin del drama. Probablemente nunca podría vivir de forma cotidiana con Morgana, porque eso daba al garete con las mejores historias de amor... se cansaría. Él quería, necesitaba volar, pero... Morgana siempre había estado ahí, era la Deméter de su vida, el lugar donde volver, pero si se muriera... eso ya no lo podría aguantar: yo tampoco querría un mundo raro que es un mundo sin ella, saber que existes. ¡Santo Dios, cómo nos abriga la soledad el saber de la existencia del otro!
            Un día, Patrick, al ver que Isabel, la mujer de la limpieza no se atrevía a meterse, se dispuso a ordenar la mesa de trabajo; la mujer le comentó que Morgana nunca permitía que le tocase la mesa, lo cuál era lógico dado el carácter de su profesión, la literatura. Miles de folios fotocopiados dispersos y de diversas características, seis o siete libros abiertos en alguna página, castigados sin razón alguna boca abajo, nueve bolígrafos bic azul, veinticinco lápices con goma, doce rotuladores de los de subrayar, tres plumas, una pluma antigua de las de verdad, tinteros varios, una edición de El Quijote, una edición de El Lazarillo de Francisco Rico, una pirámide de exámenes de sintaxis, otra pirámide de exámenes de gramática generativa, sobres azules a la derecha y blancos a la izquierda, encontró carpetas de cartapacios, carpetas de sonetos de la indigencia mental, donde halló aquel que Morgana escribió a uno de los cuatro o cinco representantes o managers de Patrick, a aquel, el engoladillo, el español Samuel Pérez Puppet, el que sujetaba las barras de los bares con peluca, como decía Morgana, ¡qué buenos ratos habían pasado juntos, y cuántas risas se pasaban!:
            Absurdo paladín encorbatado
            De importancia menor; sin bambalinas
            Trasegador de pollos y gallinas
            Bisoño traspuntín encorsetado.
            Histrión de los artistas de la villa
            Ladronzuelo de ferias y mercados
            Babuino amasador de mantecados
            Y pretendido Hedón de pacotilla.
            Si tus arcas llenaste con el arte
            Y abrigaste tu faz con rica estola
            De los versos escritos de otra tinta,
            No ofrezcas tu talón por estandarte
            No ocurra que por rara carambola
            Te pongan faz y estola bien distintas.
           
            Sentía de nuevo Patrick el terror de pensar si Morgana no volvería a ese estado de ser que era, se preguntaba si ya no volvería a existir nunca más. ¡Qué pánico tan grande! Morgana ya no levantaría cabeza: estaba intentando soportar los golpes del odio del Dios de César Vallejo, esos que Abren zanjas oscuras en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte. Serán tal vez los potros de bárbaros atilas; o los heraldos negros que nos manda la Muerte. Para Patrick todo era música y aquellos confusos sentimientos eran más que elogios de la locura, se forjaban en él igual que los avatares del Himno a la alegría en Beethoven. Fue para el músico como la escritura de una sinfonía en re menor, sinfonía que escribió durante el duelo con Morgana, al igual que a Beethoven, a quien la Oda a la alegría le persiguió desde su etapa más temprana de compositor, en Patrick la idea de la muerte y la inmortalidad también se forjaba en él desde los tiempos bonaerenses. Patrick estaba realmente preocupado, desesperado se diría de pensar si Morgana ya no volvería a ser Morgana, y probablemente así sería, ya no habría más Réquiem. El sobrevivir la muerte entraña por definición un juego nada fácil de asentir por mucho que lo queramos demostrar, por mucho que se quiera verbalizar, nominalizar, hacerlo sustantivo, muerte, o hacerlo verbo, morir, siempre pasamos página a otro estado vivencial, nunca se permanece en el anterior, éste muere y ya no tenemos retorno a aquel. Es lógico. En Chile, 1985, había sido el año del Caso Degollados, hermanos de Paula Godoy, la madre de Morgana desaparecida durante los primeros años del "gobierno" Pinochet, catorce años después Morgana pierde a su hijos. Papá a duras penas sobrevivió a aquello, si por sobrevivir se entiende la vida sin ellos, aquellos a los que queremos, esos que se han llevado una parte importante de nuestro ser.
El noble caballero conquista a la noble dama, estructura melódica en forma de lied, exponiendo el tema primero en los instrumentos y después repetido por las voces, de nuevo expresando (en alemán) la conquista de la felicidad en la ternura del amor conyugal o de la fraternidad, exaltando la unión de la palabra y la música. Incluyó en la composición una Misa en Re, donde, invadido por una melancolía que rayaba el paroxismo, Patrick, con una visión bastante trágica del mundo, lo que era algo lógico metido en aquellas circunstancias y su propio natural, decía que al escucharlo "cada uno sentirá el estado de su alma pleno de luces y de sombras". Patrick admiraba poderosamente a Beethoven, su música y a la persona también; por cierto, que el genio alemán a menudo se lamentaba de que no conseguía tocar bien el violín, sin embargo Patrick dominaba a la perfección todo el difícil repertorio escrito por Beethoven para este instrumento.
Tardó en salir de todo aquello, pero salió, gracias a Patrick, papá y a Eva Ojeda también, aquella mujer se volcaba en atenciones con Morgana, entre Patrick y ella le cepillaban la larga melena, la bañaban, cocinaban, ordenaban la casa, Eva hacía todo aquello que no hacía Isabel (la de la limpieza) que era casi todo; además, le compraba todos los días una flor, le traía todos los perfumes de Guerlain, le frivolizaba los asuntos un poco para ver si encontraba una sonrisa y todos los días a la hora que podía (las horas de trabajo de Eva son raras) estaba con Morgana, aunque ésta no quisiera hablar ni oír ni ver a nadie. Pero logró superar todo aquello y volver a sus chicos de instituto y al sobresueldo de las entrevistas eventuales como free lance. En parte, a medida que avanza la vida uno nunca vuelve ya a ser el que era, es evidente. Si bien se mira, si nuestra alma queda, si parte de nuestra esencia queda con aquellos que se van, una parte nuestra o una gran parte de nosotros también se va, por eso somos como pequeños muertos, puede que en nosotros se sucedan otras nuevas células que nos renuevan en cierto modo, no lo sé. Eso decía papá. (A veces pienso que en donde todo termina, no queda nada... Pero, si nada queda ya, me pregunto ¿es que acaso estoy muerta?.. ¿Y cómo estarlo, sin estar aún sepultada? Si en vez de eso, me palpo y respiro, y mis ojos y sentidos se estremecen a la vez... ¿Es que acaso esto es vida?).
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