
Prosopografía:
“Tenía la Benina una voz dulce, modos hasta cierto punto
finos y de buena educación, y su rostro moreno no carecía de cierta gracia
interesante que, manoseada ya por la vejez, era una gracia borrosa y apenas
perceptible. Más de la mitad de la dentadura conservaba. Sus ojos, grandes y oscuros,
apenas tenían el ribete rojo que imponen la edad y los fríos matinales. Su
nariz destilaba menos que las de sus compañeras de oficio, y sus dedos rugosos
y de abultadas coyunturas, no terminaban en uñas de cernícalos. Eran sus manos
como de lavandera, y aún conservaba hábitos de aseo. Usaba una venda negra bien
ceñida en la frente; sobre ella pañuelo negro, y negros el manto y vestido,
algo mejor apañaditos que los de las otras ancianas. Con este pergenio y la
expresión sentimental y dulce de su rostro, todavía bien compuesto de líneas,
parecía una Santa Rita de Casia que andaba por el mundo en penitencia.
Faltábanle solo el crucifijo y la llaga en la frente, si bien podría creerse
que hacía las veces de esta el lobanillo del tamaño de un garbanzo, redondo,
cárdeno, situado como a media pulgada más arriba del entrecejo”.
Siguiendo la costumbre de Galdós de dar referentes conocidos a sus lectores, destaca siempre en su descripciones algún elemento que haga diferente ESE personaje frente a otro, en ocasiones utilizando el sarcasmo, la animalización, la comparación...Así describe al moro Almudena, como ya había declarado, extraído del natural:
“El rostro de Almudena, de una fealdad expresiva, moreno
cetrino, con barba rala, negra como el ala del cuervo, se caracterizaba
principalmente por el desmedido grandor de la boca, que, cuando sonreía,
afectaba una curva cuyos extremos, replegando la floja piel de los carrillos,
se ponían muy cerca de las orejas. Los ojos eran como llagas ya secas e
insensibles, rodeados de manchas sanguinosas; la talla mediana, torcidas las
piernas. Su cuerpo había perdido la conformación airosa por la costumbre de
andar a ciegas, y de pasar largas horas sentado en el suelo con las piernas
dobladas a la morisca. Vestía con relativa decencia (…). Calzaba zapatones
negros, muy rozados, pero perfectamente defendidos con costurones y remiendos
habilísimos. El sombrero hongo revelaba servicios dilatados en diferentes
cabezas (…). El palo era duro y lustros; la mano con que lo empuñaba, nerviosa,
por fuera de color morenísimo, tirando a etiópico, la palma blanquecina, con
tono y blanduras que la asemejaban a una rueda de merluza cruda; las uñas bien
cortadas; el cuello de la camisa lo menos sucio que es posible imaginar en la
mísera condición y vida vagabunda del desgraciado hijo del Sus”.
Misericordia, págs.78-89 Cátedra, Madrid, 1993.
*Según el Diccionario de la Real Academia Española, la palabra moro tiene varios significados, entre ellos: natural del África
septentrional, perteneciente o relativo a esta parte de África, que profesa la religión islámica, musulmán que habitó en España
desde el siglo VIII hasta XV, perteneciente o relativo a la España musulmana de aquel tiempo, etc. Señalamos aquí que nuestro
uso del término moro no responde al significado peyorativo que dicho término pueda llegar a tener en algunos
contextos y usos sociales o lingüísticos actuales en España. Utilizamos la palabra moro en su sentido de natural del África
septentrional y más específicamente el marroquí. Con nuestro uso del término incluimos tanto los componentes culturales y
étnicos, como los religiosos de Marruecos, incluyendo los judíos
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